El teléfono de la oficina me sacó de mis pensamientos y de esa sensación de dolor, de impotencia. Dios por favor, que no le pase nada, soy el culpable, castígame a mí, no a ella.
—Dime Teresa.
—Señor, tiene una llamada un tanto extraña.
—Pásamela. —El corazón latió a mil. Puede que...