Rusia, Moscú.
En una habitación oscura y fría, amordazada y herida, lucho y resisto. Enfrento el huracán que me sacude, sintiéndome aún más vulnerable al desconocer las intenciones de mi captor.
Me enrollo en una delgada colcha, intentando dormir a pesar de la incertidumbre. La bruma es pesada, más pesada que mis párpados renuentes a cerrarse. El silencio es desolador, me aplasta y me roba el aliento. El aire se escapa y los miedos desnudan mi alma, sin barrera ni muro que me proteja del peligro.
Nada me aleja de la extinción.
Las lágrimas brotan con afán, la espesura de la tristeza inunda mi ser. No creo poder escapar de la muerte. Lo último que recuerdo es ser golpeada con violencia, quedando inconsciente. Me duele cada músculo, siento un dolor indescriptible que se extiende por mi espalda y me aprieta el corazón.
Muero de hambre, solo recuerdo llevar migajas a mi estómago en las últimas semanas, lo cual no es suficiente para mantenerme.
Lloro, los espasmos no cesan, la intensidad de la sensación es abrumadora, quema cruelmente. Me duele la garganta, la presión me abruma y no puedo moverme debido a mi debilidad.
Me siento impotente en mi lucha.
Escucho pisadas fuertes, mi corazón late con fuerza. Suenan como tambores en mis oídos. Me encojo en posición fetal, aferrándome a la colcha, intentando esconderme. Pero sé que no puedo escapar, mis extremidades están débiles y no tengo fuerzas para enfrentarlo.
El sonido agudo de la puerta anuncia la llegada de mi captor. Aprieto los dientes con fuerza.
—Luna Miller —pronuncia mi nombre en un tono gélido, su voz profunda genera una desagradable sensación. Puedo percibir sus maliciosas intenciones que saturan el ambiente—. Luna... Sé que no estás dormida, levántate, es una orden.
Es brusco, no esperaba sutilezas de su parte. Pero solo una cosa me detiene, mi debilidad. No puedo cumplir con su demanda.
Lanzo un quejido cuando la habitación se ilumina repentinamente. La luz impacta fuertemente en mis ojos. El hombre me quita la mordaza y por primera vez puedo inspeccionar su rostro. No es el italiano que me tenía cautiva, es otro sujeto de aspecto sombrío, aunque su atractivo me resulta atrapante.
Se acerca a mí en cuclillas, sus facciones me quitan el aliento. Su rostro es una mezcla de dominio, posesión y peligro, y una chispa de deseo nace dentro de mí. A pesar de su comportamiento, debo admitir que es atractivo. Pero debo estar delirando, no puedo permitirme pensar en eso. La realidad es que estoy herida y captiva.
—¿Sabes por qué estás aquí? —cuestiona, agarrando firmemente mi barbilla.
No digo nada, ya no sé quién soy. Tantos eventos han confundido mi identidad, dudo incluso de mi origen. Me vuelvo loca intentando buscar respuestas.
Todo parece absurdo.
No puedo creer que mi padre tenga algo que ver en esto. Él no está involucrado en negocios sucios, es una persona recta y justa. No encuentro motivos que lo vinculen a esta situación.
Así que me quedo en silencio.
—No, no lo sabes. Estás en mis manos, hermosa americana —dice con voz fría y su tono revela sus intenciones perversas—. Luna, sé que no estás dormida, levántate, es una orden.
¡Maldito desgraciado!
Furiosa, le escupo en la cara.
—¡Vete al infierno, idiota! —exclamo tan fuerte que apenas reconozco mi propia voz. Me arde la garganta.
Su expresión se endurece y me golpea con fuerza, haciéndome girar la cabeza. Las lágrimas se acumulan con violencia, y el lado izquierdo de mi rostro arde. Otro golpe que me destroza un poco más.
Mi cuerpo y mi espíritu se debilitan.
Cubro mi rostro, conteniendo los sollozos que escapan de mis labios temblorosos. Su violencia me destruye por fuera, pero en lo más profundo de mí, quiero aferrarme a una fortaleza que aún brilla en medio de la tormenta.
Deseo creer que estos obstáculos me hacen más fuerte, aunque en este momento solo siento el dolor que me abraza y me hunde en la desesperación.
No emito una sola palabra, mis cuerdas vocales han enmudecido, y mis ojos expresan furia, en un tonto intento por reclamar su maltrato, lo calcino. De pronto aproxima su pulgar, me le quedo mirando, es un sostenimiento que tambalea, mordaz. Entonces aprieto los párpados al sentir su tacto infernal, la astucia de sus dedos levanta una vorágine que congela.
Se inclina hacia mí y, a pocos centímetros de mi rostro, susurra con veneno.
Busco piedad, a tientas y en silencio, implorando y rogando deseo con fervor que se apiade de mí.
El sabor metálico de la sangre es el resabio que recorre mi boca, también siento el líquido escarlata que brota de mi piel, justo donde él ha posado su tacto. El hombre de acento extraño, a mi parecer ruso, retira sus dedos, abro lo ojos y lo observo lamiéndose los dedos de una manera tan perversa que me hace temblar de los pies a la cabeza. Luego desliza una sonrisa lunática, no es un ser cuerdo, lo que acaba de hacer es enfermizo.
Dejo de respirar cuando acerca su rostro al mío, en ningún momento deja de sonreír, estoy a centímetros de un sicópata y solo puedo pensar en lo fatídico.
—Estás frente al lobo, bienvenida a Rusia, Luna Miller —su boca susurra con veneno, quedo descolocada ante sus palabras. Se da cuenta de mi sorpresa y sonríe con más ganas —. Bienvenida a la mafia rusa, Lunita.
Mi sangre hierve, que me llame así causa un volcán de furia y tristeza, es una mezcla despiadada. Solo papá suele llamarme de esa manera. Papá… debe de estar preocupado, lo extraño tanto. Llevo el conteo de días cautiva en mi mente. Quince días siendo prisionera, se le parece a una eternidad abismal.
Ahora he caído en otras manos pero la misma aviesa dirección, asquerosas intenciones y yo sigo perdida en la confusión.
—¿P-por qué? —me atrevo a cuestionar con la voz desgarrada.
Él, que se hace llamar el lobo, clava los ojos en los míos devorándome.
—A veces se debe pagar por el error ajeno —emite, su aliento golpeteando me desestabiliza.
Lo que dijo es ridículo, injusto por dónde se le mire. No puedo ser inocente y pagar los platos rotos de los demás. Vuelven las incógnitas, en ese caso ¿de qué errores habla? ¿quién?
Mis labios detestan las palabras retorcidas y engañosas que solo me hacen aborrecerlo. Sí, de seguro intenta envolverme en una falacia. Es un demente. Sollozo de pronto, ha dicho algo sobre la mafia, lo que recrudece mi situación ahí.
No es cualquier loco, es el peor. El miedo me amarra, me vuelve cenizas.
—¿Qué quieres de mí? —sopeso bajito, mis latidos vuelan bajo su mirar malicioso.
—Te preguntas, ¿qué quiero de ti? —repite, me aguanto las ganas de rodar los ojos, su acento es tan impertinente —. Deberías de estar postrada ante mí, después de todo te he salvado de nuestros enemigos. Así que no seas malagradecida.
¿Qué rayos se cree este idiota?
—No eres Dios, imbécil —rechisto disparándole odio.
No debí decirle eso, en respuesta me aprieta el rostro con tanta fuerza que gimo de dolor. Obligada a mirarle a los ojos me quema su mirada. La rabia que dispersa con desafuero es hielo, y bordea también un fuego destructor.
Me hace daño, me trata de vil forma, es el malo, un secuestrador, asesino, encima un mafioso, aún así ¿por qué sigo pensando en su físico impactante?
—Apuesto a qué no quieres ser una presa, si es tu caso, no me provoques. No te imaginas las mil maneras que pienso en como puedes saciar mi apetito, Luna —advierte con notable lascivia en los ojos, en el tono descarado de su voz.
—No te atrevas —lo enfrento haciendo el intento de retirarme, me lo impide levantándome en un movimiento inesperado.
Sus atrevidas manos están en mi cintura, me mantiene en pie, sinceramente no podría resistir por mi cuenta. La energía y la fuerza en mi escasean. Pero su agarre es brusco y solo me lastima más. Libra una mano y la pasea sobre mi mejilla lastimada, parece estudiar el golpe. Incapaz de soportar su invasión, evado sus verdes grisáceos que no dejan de leerme.
—Tu insolencia se lo ha ganado, pero no soy tan malvado, haré que te revise un doctor —declara como si fuera en verdad benevolente. Luego hace una mueca de desagrado, se aprieta el tabique de la nariz y niega con la cabeza —. Apestas, vas a necesitar que te duche.
¿Qué?
Abro de par en par los ojos.
Él de ninguna manera lo va a hacer.