—¿No te gusta o temes embriagarte? —cuestiona. La sonrisa que se desplaza en sus labios es cómplice de sus ojos que me inspeccionan —. Dime.
—No, no es por eso —digo sin mirarlo, suspiro. Lo veo —. Solo lo considero de mal gusto, para mí no es delicioso.
No volvemos a hablar....