~Lola~
Mi familia y yo nunca hemos sido de quedarnos en un sitio debido al trabajo de mis padres. Nos movemos mucho. He estado en muchos países y comunidades autónomas. Pero cuando nos mudamos a Madrid a los nueve años, estaba decidida a quedarme y hacer de Madrid mi hogar. Todas las chicas quieren a su príncipe azul, y yo lo conocí el día que mi familia y yo aterrizamos en Madrid.
Madrid. Era mayor, pero no me importaba. Parecía tener 18 o 20 años. Era mi príncipe azul. Soy la única chica de mi familia y la princesa de papá. Tengo dos hermanos gemelos que tienen casi la misma edad que el príncipe azul que he visto hoy. Mientras todos preparaban sus habitaciones, salí a hurtadillas para echar un vistazo al guapísimo chico que estaba fuera. Era todo un hombre del espacio. Parecía aburrido jugando solo, así que me acerqué a él. Me quedé mirándole, como un cubito de hielo a punto de derretirse por los rayos del sol.
—¡Hola!—,le dije, y él se volvió y me sonrió. Tenía una sonrisa preciosa. A menudo oía a mis hermanos hablar de chicas. No tenía ni idea de que un hombre pudiera ser tan guapo. Le devolví la sonrisa.
—¡Hola! Me llamo Lola.—Sonrió. —Yo me llamo Diego.
—¿Puedo jugar contigo?
—¿Cuántos años tienes?—Le puse cara de perrito. —Eres tan adorable cuando haces eso—,observó.
—Tengo nueve años.
—Bueno. Yo tengo dieciséis años; ¿quieres jugar con tu hermano mayor?—Asentí con la cabeza. Jugamos juntos durante horas, y no me importó porque nadie se dio cuenta de que yo no ayudaba con las cajas. Diego me dijo que tenía hambre y me invitó a comer con él. Su casa era enorme, como un castillo. Tenían a muchos trabajadores subiendo y bajando para preparar la comida para él, como si supieran la hora exacta a la que Diego almorzaría. Me llevó al fregadero de la cocina para que me lavara las manos, y él también. Nos dirigimos a la mesa del comedor, donde me encontré con un hombre y una mujer sentados a la mesa. La mujer me sonrió, al igual que el hombre. Parecían ser amables personas.
—Mamá, papá, tengo una hermanita—,les dijo Diego a sus padres, y ellos sonrieron. Su madre se levantó de la silla para darme un abrazo y luego me besó las cejas.
—Bienvenida, hija. Siéntate.—Diego me sacó una silla para que me sentara, como debe hacer un príncipe con su princesa. Me senté y empezó a poner comida en mi plato. Le miré mientras seguía llenándome el plato.ábamos de todo menos de su vida amorosa. Decía que yo era demasiado joven para entenderlo. Pero Diego seguía siendo mi príncipe azul. Sabía que con el tiempo llegaríamos a hablar de las cosas de las que no podíamos hablar cuando yo era mayor.
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