―Estoy en eso ―bufa Sebastián―. Está imposible.
―Dijo que las llaves estaban escondidas aquí ―lloriquea―. Era un hombre.
Entre los dos buscamos las jodidas llaves con los gritos apremiantes de Dalia de fondo. Buscamos bajo mesas podridas, cajas volteada y cualquier rincón visible, pero es imposible, ni rastro de las llaves. Echo...