“¡María, lo siento! ¡He cometido un error! ¡Realmente me equivoqué!”
Martín hablaba con voz rasgada, como una bestia herida.
Sus manos temblorosas acariciaron mi rostro. “Me arrepiento, por favor, no mueras, no me dejes...”
Escondió la cabeza bajo la sábana blanca, sollozando hasta que su voz se hizo casi inaudible.
“Lo que sentía por...