Chapter 4 Encuentro destinado

Hernando J. Mendoza 2.4k words

Hestia ni siquiera se esmeró en reparar al sujeto. Sostuvo de nuevo su cartera y pasó el lado del extraño, sin decir una sola palabra. La expresión en su rostro era inflexible. Respiró profundo, para calmarse. En estos últimos días, todo la enfadaba, la disgustaba y nada la llamaba la atención. Estaba acumulando ese enojo y estrés, como una bomba de tiempo, y si no encontraba algo a alguien con que liberar esa tensión, iba a explotar y despedir e insultar a cualquier persona que se le pasara por el lado. Hasta su hermosura y su brillo divino se iba apagando, por falta de noches de placer, con un hombre, que de verdad la hiciera sentir, y le lograra que tocara el cielo con sus manos, mientras se quemaban en el fuego del infierno de sus cuerpos. Esperaba en la entrada del restaurante, con su escolta a la espalda. Entonces, oyó esa chillona voz de su secretaria. Observó a la pareja, que también salía del lugar.

Lacey, quien venía conversando de forma animosa y rebosante de alegría con su pareja, quedó pasmada y congelada, como una escultura humana. Palideció, como si hubiera visto a un fantasma o al mismo demonio hecho persona. Un frío le recorrió el pecho y una extraña sensación de hormigueo, le viajó por los brazos. Sin embargo, salió con prontitud de su estado de aturdimiento. Debía hacer lo imposible, para no levantar sospechas, y la actuación era una de sus especialidades.

—Jefa —dijo Lacey, en tono bajo. Movió la cabeza en negación, porque pocos le decían de esa manera—. Señora Haller. —Fingió una rebuscada sonrisa en su boca—. ¡Qué casualidad! No sabía que usted venía a este restaurante.

Hestia le dio una veloz y desinteresada ojeada a la pareja. Así que, ese era el prometido de su secretaria; era el que la había tropezado. Él tenía un traje de etiqueta sin corbata y una camisa blanca por dentro. El cabello sepia lo tenía peinado y los ojos, eran de tono café oscuro. Era atractivo, pero nada del otro mundo; era ordinaria y se le notaba lo fácil que podría hacerlo caer ante sus pies. Era más, sin haber movido un solo dedo, ya insinuaba con los gestos su atracción por ella. Patético. Lo que necesitaba era un desafío, un hombre que pudiera ser capaz de resistirse a su encantadora belleza, y que, al menos, necesitara hacer algo para tenerlo. Se giró con levedad hacia ellos.

—Sigue disfrutando del aniversario con tu prometido —dijo ella, con voz seca y cortante—. ¿Podrías recordarme tu nombre? —Levantó su hermoso, expresando superioridad. Era su castigo, porque el ordinario prometido, la había chocado de camino al baño.

—Lacey West, señora Haller —dijo ella, fingiendo una sonrisa de oreja a oreja, mientras se tragaba el orgullo y la dignidad por esa odiosa mujer. Agachó su cabeza, manifestando su sumisión.

—Lacey, habrá muchas tareas que hacer cuando vuelvas al trabajo.

Hestia se dio media vuelta, como una inalcanzable soberana, y se subió a su auto, que ya había sido estacionado frente al sitio. Los había dejado a ellos dos, para que continuaran el dichoso cumpleaños de su relación.

Lacey apretaba los dientes y los puños. Su cara, encolerizada, mostraba su rabia. Y lo peor era, que no podía hacer nada. Pero, llegaría el momento en que tendría que devolverle las humillaciones al vejestorio de cabello de antorcha. Como odiaba a su jefa, si pudiera la estrujaría con sus propias manos, para arruinarle ese lindo rostro operado.

—Oye, ¿no me habías dicho que tu jefa era una anciana, fea y amargada? —comentó el hombre, extrañado. La jefa de su prometida era madura, pero la había imaginado de otra manera, no como esa diosa griega, que estaba como para tener cien hijos.

—Sí, así fue. Tiene treinta y cinco años; ya está vieja —contestó Lacey, con enojo y desprecio a su superior.

—Vaya, si así son las abuelas de hoy en día, creo que me tendré que conseguir una —dijo él, expresando su fascinación por Hestia.

—Cállate, no la menciones. Ella no debió estar aquí. Suerte que sé, que no irá a mi boda —dijo Lacey, suspirando con tranquilidad—. Arruinó nuestro aniversario. —Bufó con molestia.

—¿Hay algún inconveniente con ella? —preguntó él, con tono incitador.

—No, ninguno —respondió Lacey, malhumorada.

—Todavía te tengo otra sorpresa —dijo él, susurrándole al oído—. ¿La quieres?

Lacey, quien estaba molesta hace pocos segundos, mostró su dentadura blanca, al sonreír con complicidad con su pareja. No iba a dejar que su jefa la arruinara la fiesta.

—Claro que sí, mi amor —respondió Lacey—. No nos molestemos por esa señora. Suficiente tengo con soportarla de lunes a sábados, casi todo el día, como para este en su merecido descanso, en que nada más tenía que estar disfrutando, porque se lo merecía.

—Entonces, vayamos a continuar nuestra celebración por el resto de la tarde.

La pareja de novios abordó su coche y fueron hasta el lugar que habían planeado. Sin saber, que desde la distancia y sin dejar verse, Hestia los había seguido y los había visto entrar a un motel barato. Observaba a los prometidos, con su semblante inmutable. No tardó mucho en avisarle al chofer, para que llevara a su empresa, en la que el resto de la tarde, no ocurrió nada interesante para ella.

Al día siguiente, justo en la misma hora del almuerzo, Hestia salía de la corporación, para ir a almorzar. Sin embargo, las nubes habían tapado los rayos del sol, y hubo una refrescante sombra. El viento se hizo fresco, como advirtiendo de lo que estaba por suceder. Dos personas que no se conocían y que pertenecían a niveles sociales diferentes; una diosa nacida en cuna de diamante y un modesto joven, que había nacido en una cama médica, como la mayoría de los mortales.

Hestia caminaba con distinción, debido a que su belleza resaltaba por encima de las demás personas. Robaba suspiros y miradas, pero se encontró de frente, con un muchacho que no la estaba viendo a ella. Era un hombre, con un aura de luz distinta a la multitud. El cabello marrón, lo tenía peinado como auténtico nerd. Llevaba puestas, gafas de antirreflejo, en las que el lente cambió a violeta. En las manos traía una caja con forma de corazón, sellada con una cinta de regalos y una rosa roja. No distinguía, como un modelo de revista, porque era un gordiflaco, se le notaba en los cachetes, aunque a simple vista, manifestaba una silueta delgada. Vestía insípida ropa casual, que de segura había adquirido en un almacén de cuarta. Entonces, ¿por qué él no había quedado embelesado con ella, como las demás personas que estaban en el sitio? Ni magnate, millonarios o directoras, se habían podido resistir a sus encantos. ¿Cómo era que un desconocido y un don nadie, ni siquiera la prestaba atención? Eso solo se podía significar dos cosas; era gay, o estaba enamorado con sinceridad de otra mujer, o de un chico, si era lo primero. Esa situación no podía quedarse así, por lo que provocó que sus brazos se chocaran y dejó caer su bolso de mano. Observó cuando el muchacho se agachó a recogerla, sin dudar en hacerlo. Entonces, se puso de frente a ella. Era bastante grande, por eso podía disimular su físico fuera de forma. Los ojos, que tenía protegidos por los lentes, eran cerúleos, como los de alta mar. Una ligera barba castaña le nacía en la cara.

—Aquí tiene —dijo él, con amabilidad y una amplia sonrisa en su boca. Aún no había el rostro de la mujer con la que había chocado, porque solo ansiaba ver al gran amor de su vida. Estaba inmerso en su mundo perfecto de amor.

Heros Deale, contempló entonces por primera vez en su vida a la majestuosa Hestia Haller. Al percatarse de la hechizante belleza de la mujer de cabello rojo, ondulado, se quedó impresionado. El habla se le perdió de su entendimiento, como si les estuvieran robando los suspiros. Sintió atontarse, como si verla a ella lo estuviera hechizando y quitándole la fuerza de voluntad y haciéndolo sentir débil. Era más, hasta quería postrarse ante ella, para rendirle tributo. Sus parpados le pesaban, pues de un momento otro se sintió somnoliento. Ladeó la cabeza y pestañeó un par de veces con dificultad. Sin embargo, esa extraña sensación fue desapareciendo al transcurrir los segundos. Eso había sido lo más raro que le había sucedido. Juraría que estuvo por ser hipnotizado por esa divina desconocida, si no estuviera enamorado de Lacey y la amara de verdad, estaba seguro de que no había podido resistirse al fascinante encanto que ella producía. Por el amor de Dios, sí que era hermosa, como una diosa descendida de los cielos. Además de que esa resplandeciente mirada esmeralda, parecían ser como perlas verdes que brillaban con intenso resplandor. El semblante de ella, por el contrario, eran secos, fríos y vacíos, como si no pudiera sentir nada. La cubría un aura celestial, como si no perteneciera a este mundo terrenal. Y se notaba que lo que llevaba puesto, era costoso, detallado y fino. Tragó saliva al mirarle el enorme busto que se manifestaba ante su vista, cuyos senos lograban tocarse entre sí por su gran volumen, puesto solo eran protegidos por el brasier oscuro, ya que la camisa la llevaba abierta hasta la mitad del torso. Había olvidado que las mujeres podían a llegar a tener un pecho así de enormes. Pero pudo resistir la tentación de continuar observándolos, porque no quería ser tachado como un pervertido.

Hestia notó como lo había entretenido sus pechos, pero luego se mostró tranquilo y la evitaba ver. ¿Cómo era que se atrevía a desviarle la mirada? Su hechizo no lo había logrado controlar por completo. Tensó la mandíbula y se enojó en sus adentros. Acaso, ¿su encanto estaba perdiendo efecto en los hombres? No, aún se jactaba de su belleza y de sus curvilíneos atributos. Extendió su brazo y agarró de nuevo su cartera. ¿Quién era él? ¿Por qué no la había notado al caminar y ahora se lograba resistir a su embruja de diosa?

Heros pudo tranquilizarse y respiró profundo. Lo más probable era que ella tuviera un cargo importante en la corporación. O, quizás, era una magnate, una CEO, una actriz, o tal vez una política, o era una modelo.  Su cabeza estaba vuelta un caos y tuvo que despejar sus pensamientos, porque con facilidad ella podía decir que era hasta la misma presidenta del país, y nadie podía objetarlo. Era así de imponente y convincente, solo con su magnánima presencia.

—Merci pour votre aide —dijo ella, en una armoniosa pronunciación del francés, agrediéndole al chico por la ayuda. Era arrogante e imperativa, pero no maleducada, al menos en público, porque en su cuarto era una sádica ninfómana. El acento refinado, era como esa inexistente luz en ella, porque su alma ocultaba solo perversidad y maldad.

Heros suspiró con tranquilidad y afinó sus cuerdas vocales. Los idiomas eran uno de sus mayores intereses, debido a sus aspiraciones laborales debía manejar el mayor número de lenguas, para poder tener un mayor porcentaje en de éxito sus negocios y rango de expansión. Era un poliglota.

—Je vous en prie. —dijo él, con un acento medio refinado. Debía practicar más la pronunciación, ya que rara vez debía hablar en otro idioma.

—Vous êtes d'une grande aide. Merci, jeune homme —dijo ella, con voz amena.

—Avec plaisir, madame. —respondió él de forma más fluida.

—Hablas francés —dijo ella. Ladeó su cara ante la sorpresa de que hubiera podido entenderle. Aunque su acento era lamentable, brusco y un poco forzado. Pero era pasable—. Interesante.

Hestia estaba complacida y un poco sorprendida por el joven; y eso ya eran dos cosas que pocas personas habían logrado hacer. Aunque, no de forma positiva, ya que sí la habían asombrado con lo inepto, estúpidos e inservibles que podían llegar a ser. No solo se veía como un intelectual, un nerd, sino que sí era inteligente. Vaya, hasta podría darle unos cuantos aplausos, pero no quería lucir así de antipática, apenas conocerse, porque estaba segura de que ese chic cerebro guardaba más cosas relevantes y extraordinarias, quizás hasta lo que llevaba oculto entre las piernas podría ser un delicioso festín digno de devorar. Se le hizo agua la boca de tan solo imaginar el postre que podría degustar a su antojo, para calmar su irritante libido, que no la dejaba en paz y atormenta a su alma de día y de noche sin parar, pobre de ella; no había encontrado el consuelo en un hombre que le pudiera dar placer y que la dominara con fuerza contra la pared. Desdichada e infeliz de Hestia Haller. Sin embargo, ¿este era el consuelo a su martirio que le había mandado el Hado? Entonces, lo pondría a prueba, porque tal vez, este insípido podría ser el juguete que había deseado. Sí, este podría su encuentro con su destino.

Traducciones:

Merci pour votre aide - Gracias por su ayuda.

Je vous en prie. - De nada.

Vous êtes d'une grande aide. Merci, jeune homme. - Es usted de gran ayuda. Gracias, joven.

Avec plaisir, madame. - Es un gusto, señora.

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