Chapter 3 El consolador

Hernando J. Mendoza 2.0k words

Hestia miró con desagrado la partida de su secretaria. Sus sentidos estaban concentrados en otro asunto, pero las expresiones que había realizado Lacey, parecían forzadas y falsas. Pero no iba a perder el tiempo con ella. Agarró el control, que había debajo de los portafolios, y se levantó de su silla, con el sobre de invitación morado en sus manos. Primero, atrancó la entrada a su oficina con llave y se dirigió al bote de basura. Allí hundió el pedal, con la punta de su zapato, alzando la tapa de la caneca. Arrojó el paquete, sin pisca de remordimiento, y caminó con normalidad hacia el baño interno de su despacho ejecutivo. El olor a lavanda, perfumaba la habitación con agrado. Entró al cuarto del retrete y cerró la puerta con seguro. Se aflojó la falda y se la recogió sin quitársela. Se sentó sobre el inodoro y separó sus esbeltas piernas, revelando su braga de encaje negra, con puntuales detalles de flores. Los tirantes de las medias se notaban a plenitud. Movió hacia un lado su lencería, y de su humanidad afloró un diminuto cordón delgado de silicón de color morado, que estaba integrado a la reconfortante pieza que había introducido en su sensible intimidad. Jadeó con más fuerza al aumentar las oscilaciones al nivel más rápido del aparato. Al estar en silencio, en sus oídos captaba el sigiloso ruido, como el vuelo de una abeja mecánica. Se soltó los botones de su saco y subió el brasier, exhibiendo sus abultados y enormes senos. Una extensa aureola rosa, marrón, rodeaba los endurecidos pezones. Puso el control en uno de los dispensadores plateados que había en la pared, para tener total liberta de seguir con su estimulante obra.

Empezó a apretarse sus grandes senos, sin ningún pudor. Se sobaba, apretaba y pellizcaba los pequeños botones de carne que sobresalían de su pecho. Separó las extremidades, mientras desfallecía ante la adictiva sensación que se proporcionaba. Deslizó su mano derecha hacia chorreante virtud, que derramaba su dulce miel. Frotó su zona más erógena en el exterior de su curvilíneo cuerpo de diosa; tocaba su clítoris con la yema de sus dedos en un frenético movimiento. Algunos minutos tardó y ya había empezado a sudarse, pero ya estaba por ascender hacia el cielo. Experimentó una corriente eléctrica que le nació de la entrepierna. Un frío viajó desde su garganta hasta su tórax. Apretó la punta de sus de los pies en los tacones y su cuerpo comenzó a temblar, como si estuviera teniendo un ataque de epilepsia. Entonces, el viscoso fluido transparente de su clímax salió de ella, como un chorro de agua de una manguera a presión. Deliraba ante la relajante sensación que había alcanzado su mente, como si fuera una dedicada monja a su meditación. Moldeó una sonrisa perversa de gozo. Había ensuciado el piso con su néctar, y parte de la pared, hasta había rastros de su exquisito veneno en sus medias con leves gotas que le salpicaron. Saboreó su mano con exquisitez. Sin embargo, su semblante de alegría no duró mucho. Cada vez su droga duraba menos. Al pasar los años tenía hacerlo con más frecuencia, mientras que el estado de arrebato se hacía más corto.

Hestia suspiró con decepción. Apagó el tierno aparato y lo sacó de su interior como si nada, con su rostro inexorable e insatisfecho. Largos minutos molestándose, para efímeros segundos de éxtasis, que ya no lograban aplacar su insaciable libido, ni hacerla perder la cordura como en su juventud. Respiraba, solo un poco agitada, por los movimientos que tenía que realizar. Alzó el vibrado ovalado y lo observó con brevedad; brillaba por sus fluidos y escurría su viscoso y cristalino orgasmo. Sacó la lengua y se lo metió en la boca por completo, disfrutando de su propia y exquisita esencia natural. Degustó en su lengua, una vez más, su dulce néctar, como en los casi cientos de ocasiones, en las que había recurrido a la distinta parafernalia del auto placer femenino. Pero estaba aburrida de hacer lo mismo. Ya, poco a poco, comenzaba a desanimarse. Tragó su saliva y se puso de pie, para acomodarse su atuendo elegante de sastre. No había emoción, ni vehemencia, ni sudor, ni golpes, ni gemidos que le salieran del alma; solo lo hacía por costumbre. Nada más hoy, había regresado un poco la adrenalina con la llamada y la presencia de su auxiliar administrativa. Necesitaba un estímulo más fuerte, alguien a quien dominar, pero que después fuera capaz de agarrarla con autoridad y embestirla contra la pared, la cama o con cualquier otra cosa. Así que, lo que más deseaba era un consolador de carne y hueso, el cual pudiera moverse y pensar por sí mismo, sin que sea necesario oprimir un botón, pero también que pudiera aprender y de evolucionar en la intimidad, y no solo limitarse a una sola cosa. Pero, ¿dónde encontraría ese valioso juguete? Pagaría cualquier precio, por eso no había problema; tenía tanto dinero que, si gastara una fortuna, seguiría siendo todavía más millonaria que miles de personas ricas y que de países enteros.

Al concluir su hora de trabajo, marchó a la zona frontal de las instalaciones de imponente rascacielos de corporaciones Haller. Una llama con dos letras debajo: CH, se manifestaba en la parte frontal de la majestuosa arquitectura. Su dúo de guardaespaldas y su chofer la esperaban fuera del carro, con sus cabezas gachas, a pesar de que eran más altos que ella, se postraban ante su majestuosa presencia. El conductor le abrió la puerta trasera del vehículo, como una reina que iba a embarcar su carruaje real.

La inevitable noche hacía alarde en el firmamento, exhibiendo su tranquila oscuridad. Abrazaba a una parte del planeta, mientras que otro lado estaba amaneciendo. Ese era uno de los grandes encantos de la vida, el paso imparable del tiempo, en el que se atestiguaba a través del sol y la luna.

Hestia miraba los demás vehículos por la ventana, con su rostro inexpresivo. Llegó a un gigante edificio y subió por el ascensor a su suite de lujo. Entonces disfrutó de una ligera cena de ensalada y frutas, en tanto les había ordenado a sus camareras personales, que le prepararan la bañera con espumas. La inevitable noche hacía alarde en el cielo de su tranquila oscuridad. Se hallaba en su grandiosa habitación en soledad, pero glamurosa. Aflojó el cierre de su falda y la dejó caer al piso. Luego se despojó de su saco con lentitud. Ahora mostraba con su ropa interior de encaje negro y su artística silueta. Su figura voluptuosa y envidiable, podría encantar a hombres y mujeres por igual. Su abdomen plano, estaba definido de manera atlética, debido a que era amante del gimnasio. Se retiró las medias que le tapaban las piernas. Se limpió el maquillaje en su hermoso rostro y se puso ropa deportiva. En sus orejas había colocado unos audífonos, mientras escuchaba música relajante. Encendió la caminadora eléctrica e inicio a correr de forma lenta, para luego ir aumentándola. El sudor había mojado sus prendas, en tanto le bajaba por la frente y por el vientre. Destapó su termo y tomó agua, para calmar su sed y refrescar su garganta reseca. Abrió el sobre de una chocolatina y también se la comió; le fascinaba el chocolate. Esperó a reposarse, en el balcón, mientras observaba el iluminado panorama; ellos estaban allá debajo y ella en la cima del mundo, mirándolos desde el último novel de un gigante edificio, similar a una deidad griega en el monte Olimpo, viendo la tierra de los mortales. Después de algunos minutos, entró a su cuarto de baño. Había agarrado una botella de vino y una copa de cristal. Se introdujo con levedad a la bañera de espuma, y se sirvió un poco del gustoso elixir, que era una auténtica ambrosía de diosas, digna de su magnificencia. Movió el vaso, como una excelente catadora, y consumió del líquido escarlata, empapando sus carnosos labios. Extendió su brazo, para colocar la copa sobre una mesita de madera, que estaba cubierta por una servilleta de tela blanca. Al tener su cara levantada, miraba hacia el techo. Había silencio, tranquilidad y armonía; era todo lo que no le gustaba, porque era amante de la fiesta, el desorden y sesiones intensas de fornicación.

—Je m'ennuie —susurró en un refinado francés, para ella misma. Cerró los ojos y se sumergió por completo en la espuma. Había comentado su aburrimiento, con el estado actual de su vida; necesitaba que pasara una tormenta y la hiciera volar por las alturas, y transportarla a otra realidad, como a Dorothy Gale de: El maravillo mago de Oz.

Al día siguiente, en la hora del almuerzo, el sol resplandeció con vehemencia y sofocaba a los transeúntes de la ciudad.

Hestia se bajó de su auto, luego de que su chofer la abriera la puerta. Uno de sus dos escoltas, que venía otro vehículo detrás de ella, la acompañaba, para hacer guardia. Llevaba puestas, gafas y un abrigo oscuro, que complementaba su atuendo. Frente a ella se levantaba un imponente y costoso restaurante de cinco estrellas, al que asistía de vez en cuando, y al que le gustaba asistir, manteniéndolo en secreto, para descansar de todo ese mundo que la rodeaba en la oficina. Pero, de igual manera, para deleitarse con auténticos manjares, ya que era uno los más caros, y nada más los más privilegiados eran los que podían acceder a él. Aunque a veces realizaban promociones y descuentos, para aquellos que quisieran disfrutar del servicio. Justo, hoy un evento de rebaja. Se dirigió a su mesa, a la cual ya había apartado con exclusividad en la zona VIP, alejado de todos los demás clientes; le encantaba el ruido, pero en fiestas, no cuando iba a comer o quería relajarse por cuenta propia, porque en esos casos, si le fastidiaba la presencia de otros y el escándalo. Al terminar su plato fuerte, se limpió la boca con clase y elegancia. Se puso de pie y agarró su bolso de mano, para ir al tocador. Avanzaba con normalidad, pero un sorpresivo choque con un cliente distraído, la hizo soltar su cartera. Tensó la mandíbula, por lo que había sucedido. Su guardaespaldas dio un paso hacia delante, para intervenir en la situación, pero le hizo una señal, para que se quedara en el sitio donde estaba. Ni siquiera tenía ganas de ver a un insignificante hombre despistado, siendo sometido y reducido por uno de los integrantes de su seguridad. Aunque podría un poco interesante. Mejor no; luego tendría que resolver el asunto y eso era un total fastidio.

—Lo siento —dijo con apuro el hombre. Se agachó a recoger el bolso, y al levantarse, quedó pasmado con le increíble belleza de la mujer que estaba frente a él. Era como si hubiera quedado hipnotizada, solo al verla.

Je m'ennuie*: Estoy aburrida.

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