Chapter 4 Y LO HICISTE DELANTE DE MÍ

Nathaly H. Vegas 4.0k words

Pasé la noche en vela después de leer el mensaje de Rámses. ¿Significaba eso que él me había cambiado la ropa? ¡Dios mío santísimo, ¿me había visto desnuda?. Le escribí a Pacita pero por la hora en que lo hice de seguro estaba durmiendo, así que no me quedó de otra que conformarme con ver el techo de mi cuarto y las ya casi nada brillantes, estrellas fluorescentes que había pegado allí de pequeña con ayuda de mi mamá y mi padrastro.

Cuando el sol entró por mi ventana, decidí que ya podía levantarme. Me di una larga ducha, incluso tuve tiempo de secarme y plancharme el cabello. Me preparé un buen desayuno mientras miraba a cada momento mi teléfono para comprobar si Pacita había respondido. Cuando me encontraba lavando el plato, después de comer, la puerta de la casa se abrió y mi mamá entró en puntillas, tratando de no hacer ruido. Con mis brazos cruzados sobre el pecho me acerqué con sigilo hasta detrás de ella.

—¿Y en dónde estabas?—pregunté haciéndola dar un salto del susto al tiempo que se agarraba su corazón.

—Yo... bueno... ehm....—balbuceó

—Tu... ¿Qué?... ¿Ah?...—insistí.

Mi mamá logró calmar su agitada respiración producto del mini infarto que acababa de ocasionarle y se irguió cuan alta era, alzando la barbilla desafiante

—Estaba con tu papá—dijo con seguridad.

Yo giré los ojos y regresé a la cocina no sin antes emitir un bufido. Lo sabía, así que no fue sorpresa, pero no por eso dejaba de molestarme.

—Mia, tenemos que hablar de esto—dijo mi mamá siguiéndome a la cocina

—Él no es mi papá, deja de llamarlo así, y sobre lo demás, en realidad, no tenemos que hablar nada más—zanjé

—Mia, por favor. Tu papá, padrastro y yo ya tenemos algún tiempo, separados y queremos intentarlo otra vez, recomponer esta familia. Él ha tenido mucho tiempo para pensar las cosas y yo también. Creo que es justo que le demos una segunda oportunidad—expuso mientras yo fingía estar concentrada en el plato que lavaba.

—¿Regresará a vivir acá?—fue lo único que atiné a preguntarle

—Aún no—dijo con un hilo de voz— cuando tú estés lista.

—¿Y si nunca lo estoy?—pregunté ahora girada, viendo como sus ojos se humedecían

No respondió nada y entendí lo que había querido decir. Regresaría a vivir acá quisiera yo o no. Quizás solo me estaban dando un tiempo para adaptarme a la idea, pero no creo que contase con mucho tiempo. Asentí y sin decir nada, tomé mis cosas y salí de la casa limpiándome las lágrimas de furia que corrían por mi rostro.

Caminé sabiéndome de memoria el recorrido, esquivando a las personas sin ni siquiera verlas, perdida en mis pensamientos, tratando de que mi cabeza, mi cuerpo y mi corazón se hicieran la idea de que el hombre que me había causado tanto daño regresaría a mi vida, sin querer reconocer que siendo lo más cercano a un padre que había tenido, nunca se había ausentado de mi vida, solo lo desplacé a un lugar donde no tuviese que lidiar con el dolor qu me causaba pensar en él. No quería volver a exponerme a que me causara daño, no quería volver a ver a mi mamá sin reconocerse a sí misma. Me había costado mucho armar el rompecabezas en el que se había convertido, para que él otra vez viniese a patearlo. Y con mucha franqueza, tampoco creía que hubiese cambiado.

Cuando por fin llegué al instituto, era la primera en llegar, los salones estaban vacíos y solo algunos estudiantes caminaban tan perdidos como yo por los pasillos. Pasé de largo por el salón donde me correspondía ver clases y me dirigí a paso seguro al refugio que compartía con Marypaz. En cuanto abrí la puerta, su olor a polvo y encierro me reconfortó. Me senté sobre uno de los mesones, abracé mis piernas y comencé a llorar, pero esta vez era de dolor.

No escuché el timbre que anunció el inicio de clases ni tampoco el constante repique de mi teléfono o los muchos mensajes que me llegaron. Sin embargo sentí una mano delicada y tibia tomar mis manos, donde tenía enterrada mi cara y luego abrazarme sin decir nada. Me permití volver a llorar sobre el hombro de Pacita como tantas veces lo había hecho, sin que hubiese podido confesarme con ella todo lo que me ocurría, pero con el alivio de que no me hiciera preguntas para las cuales no estaba preparada para responder. Me sostuvo con fuerza hasta que logré calmarme y cuando me sentí con impulso suficiente para levantar la cabeza, mi mejor amiga solo me dedicó una pequeña sonrisa, que a duras penas pude corresponderle.

—Se te hará tarde para las clases—le dije, dejando claro que yo no iría

—No te dejaré sola—confesó.

—Estaré bien, pero sé que odias perder clases, y la verdad los apuntes de los demás chicos siempre son un desastre, no podré ponerme al día sin tus notas—respondí quitándole importancia a la situación

—No me entendiste, no te dejaré sola—repitió justo cuando la puerta se volvió a abrir y un hermano francés con tatuajes y un hermano portugués perfecto entraban por la puerta.

Mi cara debía ser realmente deplorable, porque las pequeñas sonrisas que venían exhibiendo se borraron en cuanto me vieron. Gabriel se acercó con rapidez hasta donde estaba, soltó su bolso y la comida que traía para darme un apretado abrazo. Lo correspondí con el sentimiento de culpa de que no debía disfrutar tanto de su calidez, ni mucho menos permitir que mi corazón martillara tan rápido con su sola presencia.

—Gracias por venir chicos—dijo Pacita con una voz segura que rara vez le escuchaba—. Uno de ustedes deberá quedarse con Amelia, ¿Quién será?—dijo pero pude ver como miraba expectante a Rámses.

Pero fue Gabriel que abrió la boca para ofrecerse.

—Yo lo haré—dijo Rámses interrumpiendo a su hermano antes de que lograse formar una palabra.

—Eu posso ficar com ela- Yo me puedo quedar con ella—dijo Gabriel en su portugués tan fluido

— Je vais rester avec elle dit – Yo me quedaré con ella dije—respondió Rámses con el ceño fruncido.

Me percaté que desde que había llegado él no se había acercado a saludarme, ni siquiera me había dirigido la mirada, por lo que su ofrecimiento me extrañó.

—Odio que hablen en otro idioma, sobre todo cuando no los entiendo—dije con la voz rasposa por todo lo que había llorado.

Un semblante que no logré descifrar mutó en el rostro de Gabriel, pero logró recomponerse dándome una de sus esplendidas sonrisas.

—Solo le decía que se portara bien contigo—me dijo Gabriel tomando mis manos con las suyas—. No sé por qué estas llorando, pero nada que te haga llorar vale la pena.

Sus palabras me llegaron hasta el corazón y lo derritieron por completo. Sentí una vez más mis ojos llenarse de lágrimas y mi pecho de culpabilidad por los sentimientos que no debería estar teniendo, pero por suerte, el timbre sonó y la hora de la comida había acabado. Gabriel me dio un beso en la mejilla y se despidió de mí. Pacita me apretó con fuerza entre sus delgados brazos y me dio varios besos por toda la cara arrancándome unas sonrisas sinceras por el acto tan tierno.

Pacita tenía unos hermanos pequeños adorables y tremendos, y cada vez que lloraban o estaban tristes, Pacita lo resolvía con una "lluvia de besitos", y eso es lo que acababa de darme. Mi corazón se derritió un poco más por el sentimiento correcto, aunque la culpabilidad seguía presente allí donde mi mejilla cosquillaba con el beso de Gabriel.

Cuando se marcharon, Rámses se sentó a mi lado y me ofreció de la comida que habían traído. Cuando me negué se encogió de hombros y se dispuso a sacar las suculentas papas fritas y los Nuggets de pollo de la bolsa. El olor tan delicioso y familiar me despertó el hambre y mi estómago rugió protestando. Alargué mi mano para tomar la otra bolsa y un pequeño y rápido golpe me hizo retirarla

—¡Me pegaste!—exclamé sorprendida

—Son mis papitas y tú dijiste que no querías— respondió Rámses con su idiota ceja alzada con superioridad y su voz seria.

Mi cara aun reflejaba la sorpresa de su pequeño golpe, pero lo vi curvar sus labios en una sonrisa y ofrecerme la bolsa que contenía mis papas y Nuggets. Lo acepté tratando de reprimir la sonrisa que me había provocado, pero fallé en mi intento, y para cuando comencé a comer sonreía con amplitud.

—Entonces... ¿Qué fue lo que pasó?—preguntó sin un poco de delicadeza y con la boca aun llena de papitas.

—Mi mamá volverá con él. Es solo cuestión de tiempo para que se mude de regreso a la casa—confesé.

No entendía porque se me hacía tan fácil hablar con este francés petulante y grosero, cuando no podía hacerlo ni siquiera con mi mejor amiga.

—Entonces lo perdonó—y después de sopesar su siguiente frase continuó— y tu aún no.

—Yo no pienso perdonarlo nunca—salté repentinamente molesta— y ella tampoco debería hacerlo

El me miró extrañado, tratando de ver a través de mí. Aparte mi rostro de la intensidad de su mirada, antes de que leyese todo lo que estaba callando y bajándome del mesón caminé hasta el otro extremo del aula. Me subí en el nuevo pupitre que habíamos conseguido y me asomé por la ventana mirando la desolada cancha. Rámses se paró al lado del pupitre mirándome confundido, no sé por qué, pero en este momento de mi vida donde más vulnerable me sentía ya no respondía por mis actos, así que le tendí la mano para que subiese a mi lado.

Claro que cuando hice eso jamás imaginé que la única forma de que cupiésemos los dos en tan reducido espacio es que el me sujetase por la cintura y yo quedase tan unida a su pecho, que su cálida respiración movía mi cabello.

—Así que vienen aquí a espiar a los chicos sudorosos, pervers— dijo un tanto divertido

—No somos ningunas pervertidas—respondí con seguridad. No tenía que ser bilingüe para saber que pervertidas y pervers era lo mismo, o esperaba que lo fuese, porque de lo contrario acababa de ser traicionada vilmente por mi subconsciente—. Nos asomamos aquí cuando queremos tomar aire fresco—mentí con descaro arrancándole una sonora carcajada.

—¿Quieres aire fresco? Ven conmigo—ofreció bajándose del pupitre y extendiéndome su mano para seguirlo. Mi piel se sintió fría allí donde había estado sujetándome

Miré sus cálidos ojos caramelos y luego a su mano extendida hacia mí. Dudando un poco la agarré y el apretó con fuerza mientras me bajaba del pupitre. Sin soltarme, y por el contrario entrelazando nuestros dedos, tomó nuestras cosas, abrió la puerta del salón y me sacó a toda prisa, casi corriendo por los pasillos desiertos. No paramos hasta que estuvimos frente a su auto, e incluso en ese momento, cuando me abrió la puerta y me ofreció subir, no dudé en hacerlo aunque sabía que no debía.

Cuando arrancó su teléfono comenzó a sonar con insistencia anunciando una llamada. Asumí que se trataba de su hermano, porque le habló en francés y mencionó algo de un taxi a la maison, que por lo poco que había aprendido, era la casa. Reprimió una sonrisa burlona, por lo que asumiré que la noticia a Gabriel no le había caído muy bien. La relación entre ellos me generaba mucha intriga, parecían ser grandes amigos, pero también que tuviesen algunos problemas sin resolver y muchos secretos guardados. Creía con bastante seguridad de que la verdadera razón de que se comunicaran en sus lenguajes maternos entre ellos, era una forma de intercambiar palabras que no querían que más nadie entendiera, lo que solo acrecentaba mi curiosidad innata.

Condujo en silencio, pero no era incómodo. Me permití admirar su perfil, con la excusa de estar viendo el paisaje del lado de su ventana. Tenía una nariz ligeramente perfilada, el labio de abajo un poco más carnoso que el de arriba, sus cejas un tanto gruesas y pobladas, y una pequeña marca en el medio de su barbilla que lo hacía lucir un poco mayor. Su cabello largo un tanto más debajo de sus orejas no lo hacía lucir adorable como normalmente uno se lo imagina, sino un tanto triste y quizás melancólico.

Aparté la mirada antes que se pudiera percatar de mi descaro y me concentré en el camino que teníamos por delante. Después de unos diez minutos más y varios giros inesperados, llegamos a una zona arbolada, por donde el empezó a conducir con tranquilidad, como si fuese un camino que recorriese diariamente. Cuando los arboles acabaron un enorme claro apareció ante nosotros, no éramos los únicos en el lugar, estaba repleto de autos de distintos modelos, marcas y colores. Los lujosos se mezclaban con los clásicos sin ningún pudor. Los adolescentes estaban sentados sobre los autos y en los alrededores. Algunos fumaban, otros bebían, pero todos sin excepción lucían peligrosos.

Tensé instintivamente todos mis músculos. Rámses buscó un lugar un poco apartado y luego de estacionar nos bajamos.

—¿Qué es este lugar?—pregunté colocándome a su lado mientras caminábamos quien sabe a dónde.

—Un lugar donde pasar el rato y del que no debe saber mi hermano—me advirtió.

—¿Quién tiene?—preguntó con seguridad y voz seca a un adolescente con problemas de esteroides, que fumaba un cigarro como vigilando la escena que tenía a su alrededor.

—El Mazda verde—dijo dándome una mirada que me intimidó.

Mi instinto me hizo acercarme más a Rámses y me aferré a su brazo —fuerte y cálido bajo mi tacto— al tiempo que el disimulaba una sonrisa.

—Dime que no comprarás drogas—susurré mirando con recelo a un grupo que compartían un porro.

—Jamás te dejaría consumir drogas Bombón

—No fue lo que pregunté

Se encogió de hombros, dejando claro que era todo lo que me respondería, al tiempo que llegamos al Mazda verde, su dueño era un chico de por lo menos 20 años, rubio y del tipo surfista, con los ojos inyectados de sangre y apestado a alcohol. Con un gesto de su cabeza le preguntó a Rámses lo que quería.

—Seis cervezas. Cerradas—pidió extendiéndole un billete que pagaba tres veces más de lo que había pedido.

—En sitios como este, jamás aceptes bebidas ya abiertas—me indicó mientras caminábamos de regreso a su auto, como si yo me fuese a hacer una visitadora frecuente del lugar.

Me hizo subir y condujo un poco más apartado de la zona, donde la bulla y la música de los otros autos apenas se escuchaban. Frente a nosotros estaba un acantilado. Me tomó de la mano y con las cervezas en la otra comenzó a llevarme por una orilla, siguiendo un pequeño camino que llevaba hasta abajo, donde una playa rompía sus olas en silencio. Nos sentamos en una roca un tanto mohosa y húmeda. El olor salino inundó mis fosas nasales y cerré los ojos para transportarme en el suave arrullo de las olas. El sonido de una de las cervezas al ser abiertas me sacó de mi ensoñación. Rámses me la estaba ofreciendo y sin dudarlo la tomé.

Había probado una que otra bebida alcohólica en el pasado, un vino y un poco de champaña en celebraciones, y unas cervezas con unos primos lejanos una vez a escondidas. Di un pequeño sorbo y el sabor amargo me repugnó el tiempo que duraron mis papilas en adaptarse.

—Entonces...—comenzó a decir Rámses rompiendo el silencio—¿Qué es lo que hace tan horrible que tu mamá lo haya perdonado?

Esquivé su mirada no queriendo responder esa pregunta, pero sentía sus ojos clavados en mí. Con un gran suspiro resignado me volteé.

—No estoy lista para hablar de eso—mi tono fue más cortante de lo que pretendí. Tratando de acabar con la tensión que mis palabras crearon continué—. Este lugar es hermoso, ¿Cómo diste con él? Pensé que tenían poco tiempo en el país.

—Siempre tenemos poco tiempo en los países en los que estamos—por mi mirada de confusión, explicó—. Nuestro papá es diplomático, así que hemos vivido en varios países, en distintas oportunidades. En este estuvimos hace tres años, y fue cuando di con este lugar. Cuando llegamos lo primero que hice fue regresar aquí y me encontré con que no era el único en frecuentarlo.

—¿Tu mamá también es diplomática?—pregunté terminando lo que quedaba de la cerveza.

—Tienes muchas preguntas, pero no respondes las mías—dijo

El silencio volvió a embargarnos, y debo decir que lo disfrutaba. Era lo que había estado necesitando desde temprano.

—Gracias por traerme aquí—susurré y armándome de valor o quizás desinhibiéndome por el alcohol proseguí—. No preguntes como lo sé, pero mi padrastro aún va detrás de la mujer con la que engañó a mi mamá

—¿Y ella lo sabe?

—Si. Se lo he dicho y mostrado pero es como si ella prefiriese no escucharme, como siempre. Tu turno de responder—anuncié—.

—Mi mamá no era diplomática, y la palabra clave aquí es "era". Ella falleció hace poco más de tres años.

—Lo lamento—dije con sinceridad mientras apretaba su brazo—, de haberlo sabido no te hubiese insistido en la pregunta.

—Se llamaba Karen, era francesa, y su nombre significa fleur de lotus

—"Flor de Loto"—susurré antes de que me tradujese.—Es un bello nombre—Él asintió con una pequeña sonrisa—.

Ahora sus tatuajes comenzaban a tomar más sentido, incluida la diminuta letra "K" que había visto dentro de la flor de loto en la brújula, pintada en su espalda.

Cuando el atardecer nos cubrió con sus bellos colores naranjas, rosados y violetas, fue el momento de irnos. Rámses alumbró mi camino con la linterna de su teléfono celular mientras subíamos. La música ahora se escuchaba más fuerte que cuando habíamos bajado y los gritos y la bulla en general se sentían descontrolados. Llegamos hasta el auto y lo rodeé para subirme cuando unas manos grandes y rugosas me tomaron del brazo para voltearme.

—¿Qué tenemos aquí?—dijo un hombre de barba prominente y apestoso a alcohol y sudor—. ¿Qué hace una mojigata como tú por acá? Si buscas acción...

El hombre no terminó su frase morbosa, porque Rámses soltó su agarre de mi brazo y se colocó entre él y yo.

—Lárgate—le siseó

—Cálmate amigo, no sabíamos que estaba acompañada

—No soy tu amigo—dijo cuándo el otro comenzaba a reírse—. Sube al auto—me indicó por encima de su hombro. Hice lo que me pidió.

Con la ventana cerrada los siseos que estos dos se decían no podía escucharlos, sin embargo, el hombre no dejaba de sonreír y tampoco se marchaba. Rámses tenía los puños apretados y el cuerpo tenso. No sé qué le habrá dicho, pero la sonrisa del borracho se borró de su rostro y alzó su brazo en un puño que estrelló contra la mejilla de Rámses. El movimiento meció el auto mientras ahoga un grito. Quise bajarme pero la mano de Rámses lo impidió. Me dio una mirada cargada de advertencia a través de la ventanilla, cuando se volteó y estrelló no solo un golpe sino varios en el borracho. Cuando cayó al piso intenté una vez más abrir la puerta y el volvió a cerrarla con fuerza. Con grandes zancadas rodeó el auto y se sentó detrás del volante arrancando con gran velocidad.

Manejaba con sus manos apretando con fuerza el volante y con mucho menos cuidado que cuando llegamos, haciendo que me zarandeara en mi asiento a pesar de tener puesto el cinturón.

—Para por favor—le pedí, pero me ignoró—. ¡Rámses he dicho que pares!—le grité sorprendiéndolo.

Cuando llegamos a la carretera principal, colocó las luces de emergencia y se frenó a un costado. Lucía alterado, con su respiración fuerte y agitada, su pecho subiendo y bajando con violencia y aun apretando con fuerza el volante. Rebusqué en la guantera del carro algo con lo que sanarle las heridas y conseguí un par de servilletas que me tendrían que ser suficientes. Desabroché mi cinturón y tomé su mano derecha. Me costó que soltase el volante pero insistí hasta que lo hizo. Limpié la sangre que tenía en los nudillos sin que me quedase claro si era la sangre de él o del borracho.

Pedí su otra mano para repetir el procedimiento y luego tomé su barbilla y giré su cara hasta que tuvo frente a mí. Tenía un pequeño hilillo de sangre en la comisura de su boca y me apresuré a quitárselo. Lucía enrojecido y un poco hinchado. Me tomé el tiempo de revisar el resto de su rostro, hasta que nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos me miraban confundido

—Pensé que estabas molesta, que dirías algo como que no te gusta la violencia y que no debía haberle pegado—dijo con una pequeña sonrisa

—Lo estoy—respondí y al ver su mueca de dolor agregué—, pero no contigo, sino con el idiota borracho que arruinó el día. Y me alegro que le hayas pegado, no me gusta la violencia, pero él se ganó su golpe—dije respondiéndole la sonrisa. —Por cierto—agregué para cambiar el tema y siguiendo mi propia línea de pensamientos—¿Tu... me subiste hasta mi cuarto anoche?—pregunté ruborizándome y sin estar del todo segura de querer escuchar la respuesta

—Si, ¿Por qué?

—Oh, está bien, es que bueno, solo recuerdo haberme dormido en el auto y desperté en mi cama, con mis pijamas puestos—solté como quien no quería la cosa

—Y pensaste que había sido yo el que te cambió la ropa

—No, bueno... ehm...—tartamudeé avergonzada

—Porque déjame decirte que pude haber sido más que capaz de hacerlo—me interrumpió—pero tú insististe que lo harías solita... y lo hiciste delante de mí

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