Cuando desperté, ya era por la tarde.
Francisco, con el cabello desordenado y ojeras profundas, estaba dormido en una silla.
“¿Por qué te comiste mi plato?” le pregunté.
Se despertó de golpe, frotándose los ojos con fuerza.
“Está frío.”
“No importa, si lo preparaste con tanto esfuerzo, lo comeré frío.”
Parpadeó, recobrando algo de energía, y...