Francisco tenía su rostro enterrado en mi regazo, durmiendo plácidamente como un niño.
Yo, en cambio, desperté de golpe.
Se frotó los ojos y me preguntó qué pasaba.
“Tuve una pesadilla,” respondí.
Él sonrió: “Tonta, ¿qué pesadilla?”
“Soñé que matabas a mi mamá.”
El aire se volvió denso y silencioso.
Él, en mis brazos, estaba empapado en...