Amanda está aterrorizada, hubiera preferido mil veces que Pablo estuviera ocupando el lugar de Rubén a su lado en vez de estar manejando; a pesar de que no lo conoce, le inspira más confianza o eso quiere creer.
No ha levantado la mirada del bebé, lo alimenta con sumo cuidado, es tan pequeñito que no deja de enternecerse, y a la vez preocuparse de que algo pueda sucederle, sobre todo, considerando la velocidad a la que va dirigiendo Pablo por la autopista. No sabe a donde la llevan, pero si con quien y para qué.
Le teme a todo, a aquel repugnante hombre que lleva a su lado asegurándose que no se tire del coche en un intento de escape; a convertirse en madre de un bebé que no es suyo; a la recuperación de su madre y al hecho de que puede no volverla a ver nunca; pero, más que a nada, al tal Alejo, el tan temido jefe de estos dos hombres que la escoltan para entregársela en bandeja de plata a ese criminal.
En su cabeza intenta repetir una y otra vez, al pie de la letra, las palabras de Pablo, explicándole brevemente las instrucciones que debía seguir si quería mantenerse viva.
—Siento mucho que te veas involucrada en todo esto —le dice él— pero créeme, ahora mismo es lo mejor tanto para ti como para nosotros; piensa en que, finalmente estás salvando a tu madre. Te prometo que no le faltará nada.
—Pero ¿qué será de mí ahora? ¿hacia dónde vamos?
Tener esta conversación a solas con Pablo, la hacían sentir un poco más tranquila, si es que eso era posible teniendo en cuenta su situación actual. Rubén se encontraba atando los últimos cabos sueltos que habían dejado en el hospital. Debían darle una buena paga a los doctores implicados en el transplante de órgano y una buena amenaza también para que mantuvieran sus bocas calladas por el resto de sus vidas.
—Ahora te llevaremos a la mansión de Alejo, nuestro jefe. Tu nombre a partir de ahora será Elena, mujer preferida del jefe. Eres bailarina de pole dance, se conocieron en un club nocturno y, el hijo que llevas en tus brazos, es suyo.
Amanda no está segura del por qué, pero la voz de Pablo se quebró un poco cuando dijo esto último, como si le hubiese costado un trabajo enorme pronunciar aquella frase “su hijo:
—Lo mejor para ti —continuó diciendo él— es que no le contradigas en nada, no le contestes, no te le enfrentes. Todo lo que te diga serán órdenes para ti y debes acatarlas sin chistar — la tomó de la barbilla para obligarla a levantar la cabeza y mirarle directo a los ojos— sea lo que sea ¿me estás entendiendo? Él va estar muy molesto ya que Elena salió huyendo de aquí para tener el bebé en secreto, nunca le dijo a Alejo que estaba embarazada, lo ocultó, así que será algo difícil de manejar, tendrás que ser fuerte y aguantar callada. Tú eres su mujer ahora y debes respetarlo, solo así podrás mantenerte a salvo.
—Pero, si ella se lo ocultó y escapó de aquí, ¿cómo ustedes la encontraron?
—Alejo es un tipo demasiado peligroso, por tanto, tiene ojos en todas partes, cuando digo en todas partes, créeme, hasta en el subsuelo tiene informantes. Cuando Elena entró en el hospital con los dolores de parto, ya él lo sabía.
Ahora esas palabras resonaban en su cabeza. Estaba demasiado nerviosa en ese momento como para entender a lo que él se estaba refiriendo. La chica a la que Rubén había matado, era prostituta y, al parecer, exclusiva del tal Alejo.
La mente de Amanda es demasiado noble y dulce como para entender a qué se está refiriendo Pablo cuando dice que el comportamiento de Alejo a su llegada será un poco difícil de manejar. No tiene ni idea del monstruo que la espera ansioso.
Antes estaba preocupada, pero ahora, el terror se apoderó de ella visible en su máxima expresión, lo cual no fue ajeno para Pablo, quien no dejana de mirarla por el retrovisor.
“Pobre chica, ¿en qué la he metido” piensa él, mientras ella sólo tiene una sola cosa en su cabeza “¡¿Cómo voy a estar yo con este mafioso, si soy virgen?!”.
Luego de lo que pareció una eternidad, llegaron a la mansión. Rubén se desaparece enseguida, como si hubiese estando deseando salir de ahí a la carrera. Pablo se le acerca y, con delicadeza, la toma del brazo y la conduce escaleras arriba hasta llegar a una habitación.
Cuando las puertas se abrieron, los ojos de ella también lo hicieron. Sin dudas se encontraba a la entrada de la que sería el cuarto del bebé. Todo estaba perfectamente decorado en blanco y azul. Quien la viera, no pensaría que podía haber salido de la mente de alguien tan peligroso como el dueño de esa gigantesca casa.
Con mucho cuidado, coloca a la bebé en su cuna aprovechando que se había quedado profundamente dormido en el trayecto.
—¿Cuál es mi habitación?
Le pregunta a Pablo de forma inocente y este no puede hacer que compadecerse de ella y maldecir una y mil veces que se encontrara en ese hospital en el momento menos adecuado...
—Tú no tienes habitación, Elena —le dice para que se vaya acostumbrando— tú duermes con el jefe.
Más terror, eso sintió ella. Estaba sumergiéndose poco a poco en un pozo sin salida, en una espiral constante de malas noticias, cada una peor a la anterior ¿Alguna vez sería capaz de ver la luz al final del túnel?
—Vamos, ya él tiene que estar ansioso —le continúa diciendo y vuelve a tomarla del brazo, esta vez, tiene que jalarla con más fuerza, ella no quiere caminar.
Bajan las escaleras y comienzan a caminar por un largo pasillo, el pasillo de su sentencia, o al menos, ella así lo siente. Se detienen frente a dos puertas enormes y Pablo las golpea suavemente con sus nudillos.
—Adelante —anuncia una voz ronca, pero tranquila desde dentro
—Por favor, recuerda todo lo que te dije —le repite Pablo casi que en un susurro antes de girar los picaportes y darle visión hacia el interior. Inmediatamente, la sinfonía n.° 5 de Beethoven la envuelve fuertemente como si este fuera el primer ataque recibido.
Su ceño se frunce ¿Cómo es posible que alguien tan terrible pueda tener tan buen gusto? Quizás, para su propia suerte, Pablo estuviera exagerando solo en un intento de prepararla para lo peor...