—¿Por qué detienes el auto? —inquirió Layla con mal humor, soportando cada vez menos a ese hombre.
—¿Quizás porque la señorita no parece ir contenta conmigo? —sonrió angelicalmente.
Layla resopló, frotando sus sienes para mantener la compostura frente a ese hombre descarado y desvergonzado. A pesar de haberla sacado de la mansión...