Minerva
La Paz, México
Mi cabeza late como si mil cuchillos estuvieran cortando mi cráneo a la vez.
Sé incluso antes de abrir los ojos que el frío que presiona contra mi mejilla es el suelo. He dormido en el suelo suficientes veces para saber lo que se siente. Lo que no sé, es qué, estoy haciendo en el suelo.
Trato de despertarme, pero la niebla que rodea mi mente cerca mis pensamientos como si me estuviera protegiendo de la verdad. A medida que muevo la cabeza de un lado a otro, el dolor se intensifica y cierro los ojos con más fuerza.
¿Qué diablos me pasó? Estoy herida.
El dolor proviene de un lado de la cara, que se siente entumecida e hinchada, y se extiende por toda la cabeza.
Se siente como... como si alguien me hubiese lastimado.
Como si alguien me hubiese golpeado.
En el instante en que el pensamiento aparece, una oscura sensación de fatalidad se asienta en mi corazón y me indica que me despierte. Me dice que me levante de una maldita vez porque algo no está bien. Algo más de lo que ya está mal en mi vida.
Cuando abro los ojos, me encuentro con el entorno gris brumoso de donde estoy. Hay un techo oscuro sobre mí, apenas visible en la habitación con poca luz.
¿Habitación?
No, he estado aquí antes. Ésta no es una simple habitación.
Reconocería el techo de la mazmorra debajo de la finca en cualquier lugar. Dormida o despierta.
Contando los surcos en el techo fue como pasé el tiempo cuando Roco me encerró aquí la última vez. Y ese extraño olor a muerte y descomposición que llenaba mis fosas nasales era mi único compañero.
Para mí, siempre olía a final.
Aferrándose al borde de ese olor cruel hay sangre. Cuando muevo mi mano derecha y siento algo pegajoso entre mis dedos y la fría superficie de cemento del suelo, sé que lo que estoy tocando es sangre.
Sangre.
¿De dónde vino?
¿Qué diablos pasó?
¿Por qué estoy de vuelta aquí?
Cometo el error de rodar sobre mi costado. Es entonces cuando me encuentro con la grotesca visión del cuerpo sin cabeza de un hombre tendido a mi lado.
Un grito sale de mi garganta, y otro sigue cuando levanto las manos y veo el charco de sangre rojo oscuro llenando el espacio entre nosotros.
Me incorporo de golpe, mis gritos se vuelven más fuertes cuando examino mi entorno y veo los cuerpos muertos y ensangrentados de los guardias de Roco alineados en el suelo.
En un instante, recuerdo lo que pasó. Recuerdo todo lo que pasó.
Mirar el vestido de novia empapado en sangre moldeado en mi cuerpo confirma las horribles imágenes que tengo ante mí y las que fluyen a través de mi mente como una película en avance rápido.
También sé por la ropa que lleva el hombre a mi lado que se trata de Felipe Naveed. Está vestido con el elegante traje Armani que se suponía que usaría para la boda.
Mientras pienso en el monstruo que fue para mí y en todo lo que me quitó, evoco la imagen del hombre que lo mató.
A Felipe le dispararon primero antes de... esto.
Fue mientras le disparaban cuando salí corriendo y traté de escapar.
Una mano agarra mi pierna, haciéndome saltar y gritar aún más. En la penumbra de la habitación, distingo el rostro de José. Ha sido golpeado... gravemente. Tiene un ojo hinchado y la cara cubierta de moretones y sangre seca.
—Shhhh—tartamudea, golpeando el borde de mi pierna con una mano y colocando un dedo en sus labios con la otra—. Por favor, deja de gritar.
Al ver que sus piernas están encadenadas a la pared, me arrastro hacia él.
—¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Quiénes eran esos hombres?
—Mafiosos rusos. Hombres de la Bratva.
Mi sangre se congela en las venas y empiezo a temblar.
—¿Que quieren? ¿Qué nos van a hacer? ¿Qué…?
Me silencia tomando mi cara entre sus manos temblorosas.
—Mi querida niña, no tenemos mucho tiempo. Necesito que me escuches y hagas exactamente lo que te digo que hagas. ¿Me estás escuchando?
—Sí—respondo rápidamente. La debilidad de mi cuerpo me recuerda cuánto confío en él.
Mientras sus ojos marrones oscuros se fijan en los míos y capto el miedo que rebosa en las profundidades de éstos, el terror que inunda mi alma se convierte en algo que no puedo describir. David Díaz es un hombre afín a mi padre, que nunca le tuvo miedo a nada. Ni siquiera a la muerte.
Era el mejor amigo de papá. David siempre me cuidó, mucho antes de que mataran a mi padre. Simplemente me cuidó aún más,
después. Me está dando esa mirada de nuevo que me dice que lo que está a punto de decir es serio, y si no escucho, significa la muerte.
—Creen que eres Ariana—explica en voz baja, apenas por encima de un susurro.
Tomo un respiro.
—¿Qué? ¿Yo?
Aunque nadie fuera de la finca conoce la verdadera identidad de Ariana, no hay forma de que alguien confunda a una humilde campesina como yo con la Princesa del Cártel.
—El vestido de novia. Pensaron que eras Ariana por el vestido
—me explica, y mis ojos se abren como platos cuando realmente caigo en la cuenta—. Es lo único que te mantiene con vida. Necesitas hacerles creer que es verdad.
—¿Dónde está Ariana?
—Muerta—responde él, y mi cerebro se congela. No puedo creer lo que me está diciendo.
Mis labios se abren mientras trato de procesar sus palabras.
—¿Ella está muerta?
—Fue una de las primeras en morir cuando los hombres asaltaron los terrenos y abrieron fuego. Su coche ni siquiera logró cruzar la puerta. Mataron a todos los demás y se llevaron a Roco a alguna parte. —Traga saliva y aprieta su agarre en mi mandíbula—. Mija, debes hacer esto. Todo está fuera de mis manos ahora, y no sé qué harán estos hombres a continuación. Cuando me di cuenta de que su error podría salvarte, confirmé que eras ella. Necesitan a Ariana para algo, o tú también estarías muerta. Fuera de estos muros, cualquiera que haya visto a Ariana nunca supo que era la hija de Roco. Eso la mantuvo a salvo, y te mantendrá a ti también a salvo ahora. Prométeme que harás esto. Por favor, prométemelo.
—Te... lo prometo—tartamudeo, conteniendo las lágrimas.
—Gracias, mi amor. No pude salvar a tu padre, ni a tu madre. Por favor, déjame tratar de salvarte. No estabas hecha para esta vida.
Cuando miro las cadenas que lo atan, las lágrimas caen automáticamente por mis mejillas. Si está encadenado, es por algo, y no dice nada de sí mismo. No puedo perderlo a él también. No a él. No de la forma en que perdí a mi padre.
—¿Y tú, José?
—No te preocupes por mí. Tienes que pensar en ti. Me mantendrán con vida hasta que no sea necesario. Es por eso que estoy aquí. Tú, por otro lado, podrías escapar por este vestido.
Baja la mirada hacia el todavía hermoso vestido que se aferra a mi cuerpo, ahora es un desastre ensangrentado y desgarrado en varios lugares. Es original, único en su clase, hecho especialmente para Ariana, hija de Roco Álvarez, el Rey del Cartel de México.