El sangrado se había detenido, afortunadamente, el golpe no había requerido puntos. Héctor no podía dejar de mirar a esa joven que con tanta devoción atendía al señor Auritz.
— Muchas gracias por ayudarnos, habríamos terminado muy mal de no ser por usted —
La voz de esa joven castaña era agradable...