Chapter 2 La búsqueda de Brad

Ivonne Mogollón 1.4k words

En el refugio, Jennifer:

Pasé toda la noche y la madrugada pendiente del desconocido. Por esta razón, no dormí y estuve sentada a su lado, tomándole la temperatura y la tensión. Le di de beber agua y las pocas medicinas con que contaba, por si me pasaba algo.

«¡Dios! ¡No puede ser! Esto es lo que he encontrado, en esta desafortunada aventura por buscar nuevos horizontes» pensé, observando nuevamente el sudoroso rostro de mi paciente.

«Se ve tan débil y pálido», reflexioné en estado contemplativo con él.

Me levanté, mojé una toallita con el poquito de agua que quedaba. Se la pasé por la cara, preocupada porque la fiebre no parecía ceder, aunque al revisar nuevamente la herida, estaba evolucionando bien.

Él, abrió los ojos y me miró sin pronunciar palabra, me contempló por unos segundos, luego los volvió a cerrar. Así, pasó la madrugada. Siento, que me intimida cuando fija su mirada en mí. Guardé silencio, por lo visto él no necesitaba hablar, para dominar todo a su alrededor.

En la mañana del segundo día, del nuevo milenio, me sentí agotada y somnolienta. Acostumbrada a comer con mi prima Roxy y su amiga Rocío, salí del refugio para buscar comida, al ver a estas, les anuncié:

—¡Tengo mucho sueño! Así que desayunaré y me acostaré, para ver si duermo. Pasé muy mala noche, con la pesadilla que viví para amanecer el día de ayer —afirmé somnolienta.

—¿Sabes? Todos están preocupados porque en una parte del camino hacia acá, al parecer hirieron a alguien. Hay rastros de sangre, pero entre el grupo de nosotros, ninguno ha dicho que este herido —comentó mi prima Roxy, alarmada.

Al escuchar, las palabras de ella, controlé mis emociones, aunque mi cuerpo se tensó. Preocupada, trate de alejarme de estas, quienes no prestaron mucha atención a mis gestos, imagino que presumen era porque no había dormido bien.

—¡Ok! —Asentí— Cualquier cosa me avisan, recuerden que tengo los conocimientos básicos de primeros auxilios —añadí, tomando la bandeja de comida y caminando hacia mi cuartucho, escuchando cuando estás, comentaban sobre mi semblante…

—Al parecer, si le afectó a Jennifer, la persecución de antenoche, está demacrada —comentó Roxy a Rocío, preocupada por mí.

—¡Tranquila! Al dormir se le pasará, ya lo verás —contestó Rocío.

Horas antes, en la mansión del billonario Brad Smith, el Narrador:

Después del cañonazo y de la algarabía del año nuevo, los familiares de Brad y sus amigos más cercanos, junto a su personal y custodios, degustaban las exquisiteces que él había ordenado preparar para todos. Eran muchas las personas bajo su responsabilidad.

Su padre, desde los dieciocho años, lo involucró en el negocio familiar, en el área del transporte internacional. Cuando este falleció, Brad, como su hijo mayor, asumió la Dirección Ejecutiva de la Empresa.

Cuando Brad salió de su habitación por el balcón, nadie, absolutamente nadie, se dio cuenta de su escapada. De ahí, que al notar su ausencia, dedujeron que seguro estaría en su habitación, con alguna de sus conquistas.

Al amanecer del primer día del año, su hombre de confianza, Charlie, al tocar la puerta de su habitación y en vista que él no respondió, ni contestó el celular, se alarmó. Debido a esto, ordenó que le llevaran la copia de la llave de su recámara.

Cuando abrió la puerta, el asombro de este fue descomunal, porque Brad no se encontraba y el nunca salía sin sus custodios. Este, revisó toda la habitación y constató que su jefe no había dormido en esta. Sin embargo, pudo verificar que todas sus cosas personales estaban ahí, su pistola, su celular y su billetera.

Ante esta situación, Charlie llamó a todo el personal por radio y comenzaron la búsqueda sigilosa, sin hacer escándalo. Fue así, como en una de las playas cerca de la mansión, encontraron rastros de sangre, igualmente, los zapatos de él, a un lado de una roca, lo cual evidenciaba que estuvo ahí.

Luego, siguieron las huellas de un calzado más pequeño junto a una de pies más grande, todas en dirección a los matorrales, lugar en donde se pierden las huellas.

En el refugio de inmigrantes...

Jennifer:

Entré, a la humilde habitación y me acerqué al catre, donde se encontraba mi paciente y salvador, sino es por él, me hubieran detenido. Observé que se estaba moviendo muy lentamente, quejándose del dolor. Lo traté de ayudar para que se sentara, pero estaba renuente, me sacudió fuertemente contra la pared de madera.

—¿Qué te pasa imbécil? —le pregunté con rabia, recuperando el equilibrio, mirando cómo se volvió a desmayar. Corrí hacia este y coloqué un envase de alcohol en la nariz, para que oliera, fue así como volvió en sí, pero parecía estar ido, como perdido.

—¿Quieres comer algo? —le pregunté, acercándome con precaución, debido a su primera reacción.

—Sí —respondió, muy parco y con una voz muy débil, opuesta totalmente a su contextura.

Me arrimé a una mesa pequeña que estaba en un rincón del cuartucho, en donde había colocado la bandeja que contenía mi desayuno. No obstante, él lo necesitaba más que yo. Al ver que casi no se movía, le ayudé para que comiera. Posteriormente, se durmió.

«¿Qué hago? Realmente, no sé qué hacer, si avisar o no, a mi prima y a su amiga», reflexioné alarmada. Él, es un hombre que se ve fino, delicado, con muy buen porte y al parecer por su ropa, parece ser adinerado.

En todo el día, estuve encerrada en la habitación dedicada a él, e incluso le hice limpieza en el catre. Esto me perturbó demasiado, a pesar que en el hospital y en la clínica donde trabajé en Venezia, ayudaba a los pacientes con su aseo.

Durante dos días, batallé con la fiebre y la infección que sufrió, debido a las condiciones higiénicas, en las que se encontraba. Lamentablemente, no podía hacer nada más, porque me daba miedo informar al resto del grupo.

Simultáneamente, los hombres de Brad…

El Narrador:

Al tercer día de su desaparición, los hombres de negro, que forman el grupo de escolta de Brad, llegaron a varios campamentos de inmigrantes. Ellos, registraron, voltearon y destrozaron casi todos los refugios clandestinos, en busca de su Jefe.

Él, al parecer estaba herido y había sido secuestrado. En toda la zona, no hubo campamento que no revisaran, dejando detrás de estos, gritos, llanto y desesperación.

Cuando llegaron al último refugio, asaltaron y golpearon, sacando a todos los inmigrantes de sus cuartuchos. Jennifer, quien se encontraba más aliviada al ver la recuperación, aunque lenta de su paciente, escuchó fuertes gritos provenientes del exterior.

Ella, salió para saber qué pasaba, pero justo en ese momento fue encañonada con un arma de fuego, por un hombre alto, fuerte, muy atractivo, que no parecía un criminal, quien le gritó:

—¡Abre la puerta! —gruñó, haciendo un gesto de amenaza para que ella cediera el paso, mirándola con profundidad y con rabia, al deducir que algo escondía.

—¿Por qué debo abrir la puerta? —Gritó ella, valientemente— ¿Quién es usted, para obligarme a hacer lo que no quiero? —cuestionó, preocupada por su paciente, quien se encontraba mejor.

—¡Entra Charlie! —Bramó, otro de los hombres de negro, quien mantenía sometido al grupo, con una ametralladora.

—Yo me encargo de ella —aseveró, otro de los miembros del grupo. De inmediato, este se enfrentó a Jennifer, tomándola fuertemente por los brazos, doblándolos hacia atrás y causándole un gran dolor.

—¡Ayyy! ¡Ayyy! —Quejido.

—¡Animal, suéltame! —gruñó ella, forcejeando con el hombre y fuertemente adolorida por el maltrato que este le hacía, al presionar sus brazos en su espalda, razón por la cual, sus ojos se desbordaron en lágrimas.

«¡Dios mío! Hasta aquí llegué»...

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