Ya de madrugada, la puerta de Egil suena vigorosamente. Él se levanta aturdido por la insistencia.
Respira profundamente para serenarse. Apenas había podido conciliar el sueño hace unos minutos y ya se despertó nuevamente.
—Adelante —dice, apenas consigue ponerse su bata. Ester abre la puerta, nerviosa.
—La señora Adelaide ya está...