Perseo, con una sonrisa traviesa en los labios, habló con complicidad.
—¡Sí! Eres mi ninfa coqueta, la que se la pasa desnuda cerca de la cascada, pero te debo castigar por enviar a ese roble a detenerme por la pata y hacerme dar vueltas por el bosque.
—¡Zeus! ¿Tu lobo es Zeus?...