Chapter 1 El niño de oro

Yeliana Palacio 1.1k words

Voy en mi auto a toda velocidad, siento cómo el aire mueve mi cabello. Soy un loco que piensa que la vida hay que disfrutarla, quizás mueras en un momento y pierdas todo el tiempo invertido en trabajar, tener familia, una novia fastidiosa, hijos. ¡No! No está en mis planes. Soy arrogante, no me gusta perder, soy posesivo, quiero mantener el control de todo, no me gusta que me den órdenes, no me gusta la rutina, tampoco soy de una sola mujer, no me siento satisfecho, quiero más y más todo el tiempo. Estar con una mujer es el mejor ejercicio que se puede hacer.

Mi padre quería que yo estuviera al frente de la empresa, pero estar vestido como empresario no es mi estilo en total. Tampoco cumplir horario y estar encerrado en una oficina. Además, porque sé que Charles lo hará bien y si algún día necesitara mi apoyo, lo tendrá.

Aprendí de mi padre que la familia es importante, y sé que mis hermanos también. Con mi familia soy algo cariñoso porque ni cariño me gusta dar, pero con los demás soy una mierda, así me dicen todos. No soy el típico ricachón que presume, para nada, no me gusta aparentar lo que tengo, me gusta la vida de calle, de experimentar, viajo, conozco las tradiciones de a donde quiera que vaya y eso sí, una buena mujer para experimentar el sexo. He estado con mujeres de todos los colores ya que no me limito a disfrutar.

Ya que les hablé un poco de mí, estoy llegando a uno de mis lugares favoritos, ya van a saber por qué. Dejo mi Ferrari guardado en un departamento que es mi propiedad y luego saco una moto que no es de mi estatus, pero como les digo, no me gusta aparentar y más que todo es que odio a las personas que se acercan por interés.

Voy en mi moto y a unas cuadras llego a un callejón, me quito el casco para que vean mi rostro y me dan paso. Dos hombres grandulones me abren la puerta de un galpón, entro y dejo mi moto y el casco en ella. Subo las escaleras y escucho lo que tanto me gusta. Al llegar a mi destino hay dos hombres peleando dentro de la jaula, mientras los demás apuestan.

— ¡Niño de oro!

— Cállate, imbécil.

— ¿A qué vienes, Maskyn?

— Ya sabes a qué, para qué preguntas.

— Amigo, insisto en que no debes seguir en esto.

— ¿Y qué? ¿Acaso tú recibes los golpes por mí?

— Si alguien se llega a dar cuenta de quién eres en realidad, tanto tú como yo somos hombres muertos.

— Ay ya, Fabricio, deja de dar lata. Más bien búscame un buen oponente.

— Eres un maldito, Maskyn, pero ¡qué más da! Ese que está peleando con el otro, el de la pañoleta, ha vencido a dos seguidos.

— ¡Déjamelo a mí! —dijo Maskyn con malicia.

— Parce, de verdad te lo digo como buen amigo.

— Pareces una novia tóxica, déjame en paz y búscame una pelea. Vas a ver cómo gano.

Fabricio es un amigo que conocí en las calles, limpiaba los parabrisas. Una vez limpió el mío y soy de las personas que, aunque no pase por necesidades y espero que nunca me pase, no me gusta ver a los demás en ese estado. Era evidente que estaba sin comer, que dormía en las calles, que no tenía familia y, sobre todo, estaba enfermo porque ya era un adicto a las drogas. Lo saqué de ese mundo de mierda, lo llevé a un centro de rehabilitación y ahí él se compuso. Yo con frecuencia iba a verlo y desde ahí empezamos una amistad.

Ha sido fiel y me lo ha demostrado, estudió y somos buenos amigos. También trabajamos juntos, él sabe muchas cosas de mí y siempre trata de complacerme.

— Listo, te conseguí la pelea, pero Maskyn parece...

— Ya sé qué tengo que hacer y qué no, Fabricio. Ya sabes a dónde iremos para celebrar mi festejo.

— ¡Te deseo suerte!

— Ya la tengo...

Maskyn se quita la chaqueta y luego la camisa, quedando con su perfecto cuerpo que cualquiera que lo ve, se derrite. ¿Que si hay mujeres? Sí, sí las hay, pero son las compañías de cada hombre, por lo que nadie se puede meter con lo de nadie. Pero para Maskyn no hay límites, no hay reglas.

— ¿Vas a tomar agua?

— No, Fabricio. ¿Ya subió la apuesta?

— Cómo no tienes idea, siempre que vas a pelear, sube todo. Por eso a la Cobra le gusta que pelees.

— Dile que no quiero dinero, que a cambio quiero a la mujer de cabello negro.

— ¿La mujer de Raúl?

— Exacto —sonríe Maskyn.

— Parce, ¿por qué te gusta meterte tanto en problemas?

— Simplemente ella me tiene ganas y yo también, y sé que Raúl es ambicioso y va a aceptar.

— Mierda, ya vengo. Además, ya casi termina la pelea.

Maskyn asiente y mira a aquella mujer que le coquetea disimuladamente. Al poco tiempo regresa Fabricio.

— ¿Y?

— Casi que no, amigo. Sabes cómo es Raúl, pero también su ambición. Aceptó.

— Perfecto, a ganar se dijo.

— Maskyn, solo cuídate.

— Relájate, amigo. A ti lo que te hace falta es una buena putita que te quite la preocupación.

— ¡Quizás! Te espero aquí, no te dejes.

Maskyn entra a la jaula, todos gritan por la adrenalina de la pelea. El hombre con quien Maskyn va a competir ganó ya tres peleas seguidas.

— El niño de oro —dice él, desafiante.

— Tu puta madre —responde Maskyn con su mirada fija.

— Vas a ver cómo te bajo del trono donde estás, perro.

— Te quiero ver haciéndolo.

A Maskyn le lanzan el primer golpe, este lo esquiva. Otro golpe alcanza a rozar su rostro.

— Pelea como hombre, puto —dijo Maskyn burlón.

— Te voy a ganar, te tengo muchas ganas, maldita. Aquí el mejor en la pelea soy yo.

Maskyn se le fue a él como un diablo poseído, lo que quería era ver sangre y acabarlo.

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