El día de nuestro aniversario de bodas, llena de emoción, llegué temprano al restaurante que Ovidio había reservado con anticipación.
Justo afuera de la sala privada, apenas abrí un poco la puerta, cuando escuché la despreocupada voz de Ovidio:
—¿Cómo podría gustarme una sorda?
—¡Casarme con ella no fue algo que pude evitar!
—No...