Al intentar detener a Víctor, él se volvió hacia mí con frialdad y dijo:
—Rosi, ¿no quieres que nadie nos interfiera?
Estaba a punto de explicar, pero mi hermana, como si no tuviera nada que perder, continuó gritando:
—¡Si tienes agallas, ven aquí! ¡Que se mueran los dos locos!
Por primera vez, le grité:
—¡Cállate...