El ambiente era sofocante.
Ovidio estaba paralizado, incapaz de asimilar lo que acababa de escuchar.
—Lo oíste todo.
Respondí con un simple "sí", mirando sus ojos llenos de decepción.
Desesperado, se apresuró a tomarme del brazo, frunciendo el ceño y murmurando:
—Cariño, déjame explicarte.
Solté su mano y le pregunté fríamente:
—¿Explicar qué?
Sonreí con amargura.
—¿Vas a decir...