A medianoche, con una llave que había robado y preparado de antemano, liberé a Alphonso, cubierto de heridas. Imaginé que lo golpearían, pero al ver las marcas de látigo por todo su cuerpo, no pude evitar llorar.
—No llores —dijo Alphonso con suavidad, levantando mi rostro para besar mis lágrimas.
Sollozando, respondí:
—Lo...