Chapter 3 Bienvenidos a mi pueblo

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Caminé hacia el interior de la casa de la manada cerrando los ojos, pero mi madre empezó a empujarme para que avanzara y, una vez que me golpeó el ambiente cálido del vestíbulo, los abrí uno a uno. Entonces, un suspiro escapó de mis labios ante lo que estaba a la vista.

La habitación era como la de una película, con todas las características que yo amaba de un decorado modesto, pero elegante; aunque reconozco que era imposible notar todo a la vez. El piso estaba cubierto con las pieles más suaves que podrían existir. Me moví tratando de disfrutar el momento, pues no estaba acostumbrada a tales lujos. Las paredes estaban tapizadas con un exquisito entramado color azul e hilos de oro formando figuras angulares, o enroscándose para dibujar espirales caprichosas. Yo extendí una mano para tocar la pared más cercana, pero la retiré cuando escuché que nos saludaban.

"Bienvenidos a mi pueblo".

Al oír una seductora voz grave, giré la cabeza en la dirección del sonido y se me puso la piel de gallina cuando mis ojos captaron toda la gloria etérea e impecable del Alfa Aiden; estaba de pie justo enfrente de mí.

Al verlo, mi loba gimió arañándome las entrañas. Tuve que luchar contra el impulso de caer de rodillas ante la mera presencia de esa poderosa criatura. Estaba tan mareada que pensé que perdería la consciencia. La verdad era que yo nunca había tenido una reacción parecida ante un Alfa y había conocido a muchos. ¡Estaba boquiabierta! Mis entrañas se habían hecho papilla, mientras sentía las mejillas ardiendo.

Sus largos rizos, de color castaño oscuro, caían desparramados por su espalda. De repente, sentí que tenía que enredar mis dedos en su melena para acariciar la suave textura de sus mechones. Su cuerpo era imponente, con grandes músculos en brazos, piernas y torso, que evidentemente se había dedicado a desarrollar haciendo ejercicio.

Respiré hondo, tratando de inhalar más de su sutil aroma a vainilla y pino. Mis ojos rodaron hacia atrás durante una fracción de segundo, al tratar de calmar mi acelerado corazón. Sentí que, al inhalar su olor, el fuego se encendía por todo mi cuerpo.

"¡Ah! ¡Gracias, estamos encantados!", chirrió la voz de mi madre en la habitación.

Su graznido me sacó de mi ensueño y, con las mejillas del color de una granada, mis ojos se movieron hacia Aiden, quien asintió sonriendo. Llevaba una camisa negra ceñida que destacaba su figura. Me llamó mucho la atención su espeso pelaje alrededor del cuello, sin duda solo los alfas de la manada lo usaban de tal manera, como distintivo de respeto para su portador.

Sentí que había pasado toda una vida antes de que nuestros ojos se encontraran, pero fue solo un instante, ya que él deslizó la mirada por encima de mí, con absoluto desdén. No pude evitar sentir el agudo aguijón del rechazo, y tuve que luchar contra el impulso cada vez mayor de caer de rodillas y arrastrarme por la atención total de ese maravilloso alfa.

Por eso odiaba ser una omega, el eslabón más débil de la cadena. Afortunadamente para mí, logré deslizarme a espaldas de mi padre para tratar de controlarme respirando rítmicamente por la boca. Desde ahí lo observé en silencio y me di cuenta de que él miraba fijamente a mi madre.

El tiempo pareció detenerse nuevamente, hasta que sus labios brillaron con una radiante sonrisa. De repente, él señaló con un dedo acusador en mi dirección. "¡Ella es una omega!", bramó con un timbre tan intimidante que me hizo agarrar el pilar más cercano para sostenerme; mis rodillas casi cedieron al impulso de arrodillarme, ante la intensidad de sus ojos.

Entonces, se formó un nudo en mi garganta. "S-Sí", balbuceé.

¿Eso qué tenía de importante? El rubor se deslizó desde mis mejillas hasta mi cuello, mientras sentía los ojos de los guardias y de toda mi familia observándome. Recé para que el suelo se abriera y me tragara.

Como siempre, mi padre se apresuró a intervenir para rescatarme, así que trató de cubrirme con su cuerpo. "Alfa, déjame presentarte a...".

"¡Me dijeron que conocería a una beta!", gruñó entrecerrando los ojos, sin dejar que papá terminara de hablar. Una vena se marcó en su frente, al tiempo que apretaba la mandíbula; si las miradas pudieran matar, yo habría caído fulminada.

Me escondí detrás de mi padre sintiendo que el sonido de su voz hacía que me doliera la cabeza. Las omegas somos muy sensibles a los ruidos, especialmente a los gruñidos de los alfas.

Entonces mi madre se aclaró la garganta para hablar. "¡Tienes toda la razón! Esa es nuestra hija menor, Rose". De inmediato, ella empujó a mi hermana hacia adelante, riendo nerviosamente. "Ella es nuestra hija Cara, la Beta de quien te hablamos".

Me dolió mucho ver cómo se relajaban los hombros de Aiden y suavizaba el rostro. A continuación, él avanzó para que lo siguiéramos y mi padre me tomó de la mano, para que fuera a su lado.

Al ir caminando, empecé a sentir mucho calor y noté que me empezaban a escurrir gotas de sudor por la frente. Eso me hizo voltear a ver a mis padres, pero ellos no tenían la misma reacción ante la calefacción del cuarto. Mientras se deslizaba para acomodarse en el sofá, con el cabello desparramado sobre el respaldo, Cara también se veía cómoda con la temperatura del ambiente. Lo que observé me hizo pensar que solo yo sentía ese calor tan abrumador.

"Siéntate", susurró mi madre con furia y los ojos entrecerrados. Yo asentí con la cabeza, poniendo cara de tonta, y me apretujé en el sofá junto a Cara quien me sonrió débilmente.

Evité mirar a Aiden, ya que no podía ocultar la rabia de mis ojos al recordar su comportamiento. ¿Por qué no le gustaban las omegas? ¿Habría tenido alguna mala experiencia con una de nosotras? Tenía muchas preguntas dando vueltas en la cabeza, cuando vi que alguien ponía una charola delante de mí.

Al voltear a verla, descubrí el vaso de agua helada que me estaban ofreciendo y lo tomé para beber un sorbo. El alivio me inundó al instante y me aferré a mi bebida, pensando que tomando agua dejaría de sudar. Con el impulso de mi mano, se ladeó la bandeja ocasionando que los vasos restantes cayeran al suelo.

Como me di cuenta de que todo se haría añicos, cerré los ojos con fuerza. "L-lo siento", murmuré avergonzada.

"¡Rose!", exclamó mi madre, golpeándose la frente.

Por el rabillo del ojo, noté que Aiden apretaba los dientes, murmurando algo que ninguno de nosotros oyó. Seguramente, estaba maldiciéndome. Con la cara tan roja como una remolacha, bebí toda el agua de mi vaso de un solo trago, ignorando a la criada que recogía los cristales rotos.

En ese instante, mi piel comenzó a arder aún más y las hebras sueltas de mi cabellera se me pegaron en la frente. A causa de mi nerviosismo, el vaso se me resbaló de la mano y también cayó al suelo. Podía sentir el calor de mi cuerpo extendiéndose hasta la punta de mis dedos y de ahí regresar para recorrer mi columna vertebral.

De repente, ya no pude respirar.

Incliné la cabeza con torpeza hacia atrás y me desplomé contra el sofá, al tiempo que un aullido lamentable salía de mis labios.

"¡Ella entró en celo!", exclamó alguien débilmente, pero no supe quién fue, porque ya no pude abrir los ojos.

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