Nohemi parecía estar otra vez en ese fuego. Todos sus desesperados gritos de auxilio se consumían en las llamas.
—¡No! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Estaba empapada en sudor. Movía las manos como una niña indefensa.
Olalla la sujetó rápidamente de la mano y, con compasión, le dijo:
—Nohemi, está bien. Está bien. Estoy aquí. No tengas...