Me sentí dentro de un sueño. Miré alrededor y todo era perfecto. El clima, la gente y hasta el mismo suelo de la pista de aterrizaje, era tan espectacular.
En definitivo, estaba en otro mundo.
—¡Bienvenida a Londres! —dijo el señor Redman a mi espalda.
Al girarme pude ver una enorme sonrisa en su rostro. Hizo un ademán con su mano para enseñarme todo lo que me rodeaba. Mis ojos brillaron como nunca antes lo hicieron.
Bajé con cuidado y el señor Redman me ofreció su brazo para apoyarme, como todo buen caballero británico.
Caminamos a lo largo de la pista para ser dirigidos a una puerta que nos llevó hasta un largo pasillo.
Tuve que pasar por los tediosos procedimientos por los cuales deben pasar las personas cuando llegan a un país extranjero: entrega de documentación, verificación y las preguntas de rutina, mientras el señor Redman me esperaba del otro lado. Él ingresó con solo enseñar su DNI como ciudadano británico.
Una vez verificado todo, pude continuar.
El señor Redman me sujetó del brazo y me guió.
Un caballero muy alto, delgado, de cabello cenizo y grandes ojos grises nos saludó apenas al salir del aeropuerto. Tenía una sonrisa tan cálida que podría derretir el polo norte con ella, si lo deseaba.
—Mi estimada, él es el profesor Vincent Hoffman. Imparte las clases de expresión escénica en la Academia. Ya sabrás más acerca de este viejo gruñón —dijo Redman y me guiñó el ojo a la vez que ambos, tanto Redman y el recién llegado, reían con complicidad.
Yo extendí mi mano con cortesía, pero el profesor Hoffman me sujetó por los hombros y me dio un beso en cada mejilla.
—Emm —balbuceé—. Un placer conocerlo, profesor —dije y me sonrojé.
—Igual, querida. Bienvenida a Londres —inclinó un poco la cabeza —. Scott me contó muchas cosas maravillosas sobre ti.
¿Qué tanto podría haberle contado de mí, si tan solo tenía dos días conociéndome?
Abordamos un vehículo negro, algo gracioso y a juzgar por mi poca experiencia en vehículos, pude percatarme que se trataba de un Mini E. Un híbrido de la BMW.
Durante todo el camino, el señor Redman y el profesor Hoffman estuvieron charlando de algunas cosas que yo no entendí, cosas relacionadas con la academia y de lo acontecido en ausencia de Redman. Yo me conformé con mirar por la ventana del auto en movimiento y ver tanta belleza. Me sentía dentro de una película medieval. Londres era tan sublime y tan ancestral a la vez. Donde quiera que mirara veía gris, sobriedad absoluta y esos fabulosos buses rojos de dos pisos, que eran un ícono de la ciudad.
Sabía que lo que hacía era egoísta e irracional, pero toda mi vida la viví tratando de complacer a los demás, ¿y qué hay de mí? ¿Soy egoísta por pensar un poco en mí e ir tras una oportunidad única en la vida? ¿Soy irracional por ir detrás de quimeras dejando atrás mi aburrida vida rutinaria? Vale. ¡Entonces, soy culpable! ¿Y tú qué harías en mi lugar, teniendo la oportunidad de hacer algo distinto, de conocer un país con el que has soñado por años, de cambiar tu vida de la noche a la mañana, de huir del conformismo de ser una más del montón?
Encendí mi móvil para enfrentarme al montón de mensajes de texto que de seguro me envió mi madre. A esa hora ya Randy debía haberles entregado mi nota. Respiré profundo y abrí mi App de mensajería instantánea y pude ver que tenía un sinfín de notas de voz de mis padres. Rebusqué mis auriculares en mi bolso y me dispuse a oír las de mi papá primero. Eran tres en total.
—Hija —hizo una pausa y dejó escapar un suspiro—. Dios te bendiga —continuó—. Randy nos acaba de entregar tu carta y nos explicó lo que sucedió. Me alegró mucho saber que algo tan maravilloso te haya sucedido. ¿Londres? ¿Actuación? —rió—. Sabes que siempre fui partidario de que sigas tus sueños, pero creo que esta no es la manera. Pudiste habernos dicho. Somos tus padres al fin y al cabo. Merecemos un poco de confianza. Al menos yo.
No pude evitar sentirme mal. Mi padre tenía razón. Debí habérselo comentado. Él siempre se mostró muy receptivo cuando de mis sueños e ilusiones se trataba. Creo que tal vez era porque de cierto modo, él se veía reflejado en mí.
—Sé que tu madre es un poco difícil, pero te ama y siempre querrá lo mejor para ti —reproduje su segunda nota de voz—. Tuve que persuadirla de que no tomara el primer vuelo a Londres para ir a buscarte, porque sé que lo que hiciste fue por ella, para evitar que ella te impidiera ir tras tus sueños. Te diré lo mismo que le dije a tu madre. Nosotros ya vivimos nuestra vida, Shirley tiene derecho a vivir la suya. Cuídate, cariño.
Sonreí y me tranquilicé al saber que tenía el apoyo de mi padre. Le di reproducir a la tercera.
—Por cierto, ¿dónde dejaste mis DVDs de 24? Los busqué en tu cuarto y no los conseguí.
Reí a carcajadas y proseguí a contestarle.
Ahora venía la parte más difícil; oír los audios de mi madre. Eran muchísimos, así que ni me tomé la molestia de contarlos. Lo cierto es que estaba histérica porque me fui sin decirle y me amenazó con irme a buscar a Inglaterra y llevarme de vuelta a Venezuela, arrastrada del cabello sino me regresaba por mi propia cuenta. Me habló de los peligros de la vida, de lo liberal que es Europa, de las posibilidades de que alguien me drogara para sacarme un riñón y del riesgo de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual.
Pude notar un gran cambio de actitud en sus últimas notas de voz. Imaginé que mi padre habría logrado calmarla, pero mi alivio se esfumó cuando remató con: ¿Sabes qué? ¡Haz lo que te dé la gana con tu vida! No me preocupare más por ti. Sé que mi opinión nunca te ha importado. Solo espero que no regreses llorando en un par de meses porque diré “te lo dije”.
Después de eso, no hubo más mensajes de voz ni nada por parte de ella. Pude ver que su imagen de perfil pasó de ser una imagen de nosotras, abrazadas y sonriendo, por una frase de esas que abundan en google.
“Si logras engañar a alguien, no es que esa persona sea tonta, sino que confiaba en ti más de lo que te merecías”.
¿Y dicen que la dramática soy yo? ¡Ya veo de quien lo aprendí!
Sí, Gabriela es una mujer difícil, que le gusta que las cosas se hagan como ella dice. Es dominante, un tanto manipuladora y muy sobreprotectora, pero es mi madre y la amo. No obstante, ya estaba harta de ir a su ritmo y hacer todo lo que ella quería con tal de que ella fuera feliz.
—Te llevaremos a tu residencia, para que descanses —la voz de Scott Redman me recordó que me encontraba a bordo de un coche, atravesando el London Bridge. Sacudí mi cabeza con delicadeza—. Mañana nos pondremos manos a la obra con tu papeleo y todos los procedimientos pertinentes —continuó. El profesor Hoffman me miró sonriente a través del retrovisor del auto—. Te alojarás con Anette. Ella es una alumna del segundo año, también está becada y es una chica asombrosa. Estoy seguro que se llevarán muy bien. Es americana como tú —agregó haciendo énfasis en la última frase.
A esas alturas del día, no me importaba si mi compañera de piso era King Kong o un Gremlin. Yo solo quería ducharme y descansar.
Nos detuvimos frente a un edificio pequeño, como casi todas las edificaciones de la ciudad. Al ver por la ventana del auto pude ver un maravilloso jardín con hermosas caminerías de piedra. Las puertas del auto se abrieron y nos dispusimos a bajar mi equipaje, como era una sola maleta grande y dos bolsos pequeños, no ameritó mucho esfuerzo.
Una muchacha salió a nuestro encuentro, saludó con alegría al profesor Hoffman y al señor Redman. Era una chica preciosa, de piel blanca, cabello castaño oscuro y ojos verdes. A simple vista, la catalogué como una persona despreocupada, jovial y con un toque bohemio. Si mi instinto no me fallaba, seguro nos convertiríamos en grandes amigas.
—¡Bienvenida! —dijo mientras se acercaba.
Me abrazó con fuerza y al separarse me brindó una gran sonrisa.
—¡Oh! Muchas gracias. Eres muy amable —le respondí con la misma alegría.
—Bueno, aquí ya terminamos por hoy —dijo el señor Redman.
—Mañana a las siete en punto —indicó el profesor Hoffman mirando a la chica y señalándome a mí.
Ella asintió con la cabeza.
—Muy bien. Entendido, profesor —contestó la morena.
Ambos, tanto el señor Redman como el profesor Hoffman, se subieron al vehículo y se marcharon. Acto seguido, la que sería mi compañera de piso, tomó mi maleta y la llevó al interior del apartamento. Yo la seguí.
Subimos las escaleras en completo silencio y al llegar a una puerta con el numero 1B escrito en una placa dorada.
—Soy Anette —extendió su mano en dirección mía—. Es un placer conocerte —dijo.
Yo correspondí su gesto.
—Un placer. Shirley.
Al abrir la puerta me encontré con un hermoso lugar. Era pequeño y muy acogedor, con una decoración elegante. Pude sentir ese espíritu bohemio que percibí en cuanto vi a Anette. Me alegré por no equivocarme con esa primera impresión.
—Este será tu cuarto —indicó ella, señalando una puerta a la izquierda—. Espero que sea de tu agrado. Lo arreglé yo misma —expresó y abrió la puerta de una linda habitación.
—Es hermoso —reconocí—. Muchísimas gracias.
Puse mi maleta sobre la cama y la abrí. Lo primero que encontré al abrirla fue el poster de Xander y sonreí como una tonta al recordar que me encontraba en la misma ciudad que él, que solo unos metros de distancia nos separaban. Lo saqué e inmediato me dispuse a colgarlo en la pared. Anette estalló en una sonora carcajada, la cual me hizo girar con brusquedad en su dirección.
—¿Te gusta él? —preguntó entre risas.
Su reacción me hizo sentir incómoda, aunque era la típica reacción que tenían las personas al ver a una adulta de veintitrés años de edad con un fanatismo extraño por un hombre de treinta y tantos.
—¿Algún problema con eso? —no pude evitar sonar a la defensiva.
—No. No te molestes. No es burla. Es solo que…
Anette se quedó en silencio mirándome fijo.
—¿Estoy algo mayorcita para esto? —agregué con molestia.
—No. ¡Oh por Dios! Lo siento mucho. No pretendía ofenderte. Yo… —noté que su disculpa era genuina y me sentí un poco apenada por mi reacción.
—No te preocupes. Es normal que la gente piense que es raro… —no hallé las palabras para explicar lo que sentía por Xander.
—No eres la primera. Conozco mujeres que pasan de los cincuenta años de edad y que mueren por él —rió de nuevo —¿Qué le ven? —comentó con algo de desdén.
Me giré para ver mi poster en la pared. Al observarlo no pude evitar soltar un suspiro.
«¿Qué le veo? ¡Todo!».
Una sonrisa se dibujó en mis labios.
—Lo amo. Es mi modelo a seguir —le respondí manteniendo mi mirada en esos ojos azules de papel.
—No voy a negarlo, es un buen sujeto. Lo vi un par de veces en persona y puedo dar fe de que no es para nada presumido —la última frase la dijo con tanta trivialidad que me sorprendió.
¿Qué? ¿Oí bien? ¿Anette lo conocía? ¡Por Dios! Sentí que mi corazón se iba a salir de mi pecho.
—¿Cómo dices? ¿Lo conoces? —indagué con premura.
—No lo conozco como tal, pero si lo he visto un par de veces en la academia. Suele ir de vez en cuando a pedirle consejos a Hoffman. Son muy amigos.
Fue increíble ver cómo le restó importancia al hecho, mientras mi corazón golpeteaba desaforado en mi pecho. Sentí que me iba a desmayar. Hace unos instantes estuve al lado de una persona, que no era un simple profesor de LAMDA, sino que también era amigo íntimo de Xander.
»Te dejo sola para que te organices y descanses. Cualquier cosa, estaré al lado —dijo mi nueva compañera de piso y salió de la habitación.
Me quedé mirando el poster de Xander por casi diez minutos, mientras en mi cabeza se reproducían miles de fantasías delirantes.
Sacudí con fuerza mi cabeza y me concentré en lo mío.
Desempaqué, organicé mis cosas y salí en busca de un teléfono fijo para llamar a mis padres, a Matías y a Randy. No quería llamarlos por WhatsApp, pues las telecomunicaciones en Venezuela son muy malas. No quería perder la paciencia tratando de entablar una conversación efectiva con alguno de ellos. Por fortuna en el departamento había un lindo aparato inalámbrico.
Telefoneé primero a mi madre y nada. Me di cuenta de lo comprometida que estaba en aplicarme la ley de hielo. No insistí porque imaginé que aunque mi padre deseara contestar y hablar conmigo, mi madre se lo impediría.
Intenté con Matías, pero lo único que logré fue escuchar el mensaje de su buzón de voz. Recordé que estuvo de guardia la noche anterior y asumí que tal vez estaba descansando para volver a la clínica a cumplir con su segundo turno.
Llamé a Randy. Él contestó al segundo repique. Le dije que llegué bien, que me encontraba en una residencia estudiantil y que mi compañera de piso era muy agradable. Él me preguntó si ya habia hablado con mis padres. Le dije que, como era de esperar, mi madre estaba furiosa, pero mi padre me dio su apoyo. Él me contó que Magdalena no le dirigía la palabra y que quizás tendría que dar unas cuantas explicaciones a algunos del comité directivo del Teatro Teresa Carreño. Hablamos de Matías, y Randy me recordó que no le entregaría la carta mía hasta que yo no hablara con él.
Luego de unos cuantos minutos de conversación trivial, colgué y regresé a la que sería mi habitación de ahora en adelante. Me puse una ropa cómoda y me metí en la cama, donde me quedé dormida de inmediato.
***
Una voz perturbó mis sueños. Abrí mis ojos de golpe.
—¡Arriba! ¡A levantarse! —Fulminé a Anette con la mirada—. ¡De pie! No querrás llegar tarde a tu primer día de clases.
Estiré mi mano en busca de mi móvil, vi la pantalla y me di cuenta que aún no se actualizaba con la hora local de Londres.
—¿Qué hora es? —Pregunté.
—Seis menos treinta.
Me levanté con premura y me preparé para un magnífico primer día de clases en LAMDA.
Salí de mi cuarto y vi como Anette corría de un lado a otro.
—¿Estás lista? —Me preguntó.
—Creo que sí —le respondí con algo de duda.
—Desayunaremos en la academia —dijo con algo de angustia.
¡Wow! ¡LAMDA! Aún no me lo creía.
Me puse mi abrigo, tomé mi bolso y salimos del departamento.
El auto de Anette era rojo. Antiguo, pero en buen estado.
Sin perder tiempo, lo abordamos y partimos rumbo a la academia. Durante el camino, ella me habló acerca de los profesores y de cómo eran las cosas allí. Me explicó ciertas cosas que todo nuevo estudiante debe saber.
Llegamos y sin más, nos bajamos del auto.
Entramos a toda prisa.
Anette caminó con rapidez, mientras yo trataba de no perderla de vista. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano por no perderme entre tanta belleza que percibían mis ojos. Los pasillos de la academia eran hermosos, estaban abarrotados de gente. Todo lucía muy sobrio y prolijo, con la distinción que caracteriza a los británicos.
Noté que Anette corría e hice lo mismo. Al cabo de un rato atravesamos las puertas de un salón.
—Tarde, señorita Reagan —sentenció el profesor en cuanto entramos al aula.
Anette se encogió de hombros y sonrió con timidez.
—Lo siento. No volverá a ocurrir —contestó apenada.
—Lleva tres clases diciendo lo mismo —comentó el profesor Hoffman, de mala gana. Se giró hacia mí.
—Señorita Sandoval, por favor pase por la Dirección. El director y el señor Redman la esperan.
—¡Bien! Entendido, pero… ¿dónde queda la Dirección?
Todos los presentes soltaron una carcajada y luego de que el profesor Hoffman me explicara el camino, salí del aula.
Al llegar al lugar indicado, el señor Redman junto a otro caballero, me esperaban. Pude percibir que el otro sujeto rondaba los sesenta años de edad. Era de piel caucásica, cabello entre negro y cenizo, ojos grises y una sonrisa contagiosa. También noté que era dueño de una gran personalidad y sabiduría.
El señor Redman nos presentó y estuvimos conversando un buen rato. Entregué mis documentos y formalicé mi inscripción.
—Bien. Creo que eso es todo —dijo Redman—. Puede volver a clases. De seguro alguien la ayudará a ponerse al día. Diríjase al Taller siete.
Hice lo que me pedían. Iba caminando por el pasillo, rumbo a la clase de Vincent Hoffman, cuando en la distancia divisé la silueta del profesor. Estaba en el pasillo, charlando con alguien.
Al principio no le di importancia al hombre que conversaba con Hoffman. Pensé que sería otro profesor, pero mi corazón se aceleró y perdí el aliento al percatarme de quien se trataba.
Comencé a temblar y a sudar al reconocer a… ¡Xander Granderson!
Alguien me haló con rudeza del brazo, frenándome en el acto. Anette me miró con los ojos muy abiertos.
—¡Detente! —susurró ella.
Yo no lograba coordinar mis pensamientos. Lo único que logré procesar fue el hecho de ver a Xander Granderson a pocos metros de distancia. Sentí un impulso por salir corriendo y saltarle encima, pero Anette apretó su agarre, impidiéndomelo.
—Le dije a Hoffman que necesitaba ir al baño y salí a buscarte en cuanto lo vi llegar. Imaginé tu reacción al verlo y vine a impedir que metas la pata —continuó susurrando.
No le respondí. Mis ojos estaban clavados sobre Xander.
»Cálmate. Respira hondo y contrólate.
—E-es e-él. E-es-tá a-allí —balbuceé.
—No actúes como una loca, por favor —me pidió—. Lo único que vas a lograr es que él piense que estás mal de la cabeza y que luego el profesor Hoffman te reprenda. Sé profesional y contrólate —me ordenó, sujetándome aún del brazo.
Ella tenía razón. Debía olvidar por un momento que estaba ante la presencia del hombre más sensual del planeta, según la revista People y concentrarme en que el hombre frente a mí era solo mi futuro colega, alguien común y corriente como yo, pero…
¡Por dios! Era imposible. Mi corazón latía a mil por hora. De repente me sentí un poco mareada.
—No me siento bien —confesé.
Anette tuvo que sostenerme para que no me cayera.
—No, Shirley. No te desmayes aquí. No es el momento —masculló Anette.
—¿Señorita Sandoval? —Oí la voz del profesor Hoffman—. ¿Se encuentra bien? ¿Qué le sucede, Anette?
La morena se giró hacia el hombre que se acercaba.
—No lo sé, profesor. De repente se sintió muy mareada.
Respiré profundo y opté por usar mis talentos de actriz recién descubiertos y me recompuse. Me erguí y pretendí que no pasaba nada.
—Estoy bien, profesor —dije—. Quizás sea el jet lag.
—¿Está usted segura? —inquirió Hoffman.
—Sí, profesor. No hay nada de qué preocuparse. Estoy bien —las palabras salieron de mi boca con tanta serenidad que hasta yo me sorprendí.
—Ella es, Xander —dijo Vincent. Oír ese nombre hizo que por poco mi autocontrol se desplomara—. De ella es de quien te estoy hablando. Ella es el nuevo descubrimiento de Redman.
Mi corazón latía desbocado. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para mostrarme calmada, delante del protagonista de mis sueños durante los últimos tres años.
—Es un placer conocerla. Xander Granderson —extendió su mano hacia mí—. Bienvenida a LAMDA —agregó con una enorme sonrisa.
En ese momento deseé gritar, saltarle encima, desgarrarle la camisa, caerle a besos y hacerle tantas cosas, pero me supe controlar.
—¡Gracias! Es un placer conocerlo, señor Granderson —hablé con total aplomo, aunque sentía que el corazón se me iba a salir por la boca.
—Espero verla actuando algún día o quién sabe, hacer algo juntos. Redman nunca se equivoca —comentó con esa voz que hacía que se me erizara la piel.
Rogué a Dios en mi interior que no se me notara lo nerviosa que estaba.
—Trabajar con usted sería un gran honor —dije.
Él me miró directo a los ojos por unos cuantos segundos y sonrió, sacudió su cabeza y miró su reloj.
—Tengo que irme. Debo ensayar dentro de una hora —se giró hacia Hoffman—. Gracias de nuevo profesor, por su ayuda —hizo una pausa y nos miró a mí y a Anette—. ¡Señoritas! Fue un placer conocerlas —hizo una sutil reverencia con su cabeza y ambas respondimos e hicimos lo mismo.
—Yo también me tengo que ir —comentó el profesor Hoffman—. Tengo algunas clases que dar.
Ambos se alejaron en distintas direcciones.
Yo me quedé petrificada, tratando de procesar lo que acababa de suceder.
***
Una mano se agitó frente a mi cara. Era la de Anette, quien me miraba sin dejar de fruncir el entrecejo.
—Una interpretación digna de un Oscar —comentó, sacándome de mi ensoñación—. ¿Cuál es tu próxima clase? —preguntó. Me quedé muda—. ¡Umjú! Tierra llamando a Shirley.
Sacudí mi cabeza con fuerza.
—Expresión Corporal —solté por inercia.
—Con Richardson. Final del pasillo a la derecha—me indicó.
Caminé en la dirección que me especificó ella. Sin embargo no pude sacar de mi cabeza lo que ocurrió. Acababa de conocer a Xander. Lo tuve cerca. Lo toqué. Hablé con él.
Soñé tantas veces con ese momento. Y aunque no sucedió de la manera en que lo imaginé, fue un primer encuentro fabuloso. Yo de pie frente a él, siendo tan lúcida y diplomática. Fría y distante. En realidad era digna de recibir un Oscar, un Emmy, un Laurence, todos los premios habidos y por haber que se le pueden dar a un actor por semejante actuación de mi parte, por haberme controlado.
Entre tantos pensamientos, no me di cuenta que estaba frente a la puerta del taller de Expresión Corporal. La abrí y enseguida todas las personas dentro del salón se giraron hacia mí.
—Usted debe ser la señorita Sandoval —dijo quien supuse yo, era la profesora.
—Sí. Discúlpeme por llegar tarde.
—No se preocupe, por ser su primer día lo dejaré pasar, pero procure que no se convierta en una costumbre.
En el salón había solo nueve personas, algunas me sonrieron, otras siguieron con la miraba clavada en sus respectivas libretas de apuntes. Una chica se corrió a un lado e hizo un gesto para que me sentara junto a ella. Yo le sonreí y me senté a su lado.
—Hola, soy Margaret —extendió su mano hacia mí. Se giró hacia otro chico—. Él es Alexander —el chico me sonrió y asintió con su cabeza—. Ruth, Olivia y este chico de acá es Christopher —agregó la chica señalando a cada uno de los nombrados. Todos respondieron con una sonrisa. Yo les expresé la misma amabilidad.
»Esos de allá —continuó la chica, refiriéndose a un grupo de cuatro personas que se encontraban al otro lado del salón—. Ellos son estudiantes de Producción de Arte Escénico. Vienen una vez por semana, así que no se mezclan con el resto de la “plebe” —dibujó las comillas en el aire y miró a los demás chicos—. Nosotros seremos tus amigos y compañeros durante el resto de la carrera —concluyó haciendo un gesto pícaro—. ¿Eres la chica de la beca, verdad?
—Yo creo —me encogí de hombros.
—Así que era la nueva consentida de Redman —comentó uno de los chicos—. El viejo Scott tiene buen ojo —Alexander me lanzó una mirada lasciva.
—Déjala en paz, Alex —Margaret le dio un golpe en el brazo—. No le hagas caso, es un tonto —me dijo.
Durante toda la mañana estuvimos hablando de técnicas de expresión. Aprendimos a reconocer los diversos gestos, a saber cuándo alguien estaba triste, feliz, fingiendo felicidad, o cuando estaba preocupado, asustado y hasta cuando mentían.
El día transcurrió entre clases.
Conocí a varios profesores, uno más interesante que el otro.
Mis nuevos compañeros eran muy atentos. Todos se pusieron de acuerdo para ayudarme al máximo y ponerme al día, pues perdí tres días de clases. Era poco tiempo, pero en LAMDA, un solo día de clases equivalía a una semana.
La jornada terminó y Anette me esperó a la salida para irnos a casa. Mi primer día en la Academia de Música y Arte Dramático fue perfecto.
—¿Qué tal tu primer día? —preguntó Anette en cuanto nos subimos a su auto.
—Genial. Espectacular. Fabuloso…—me mostré muy excitada.
—¡Hey! Ya entendí —me interrumpió—. ¡Vaya forma de comenzar la jornada! —hizo alusión a nuestro breve encuentro con Xander. Puse cara de tonta y suspiré.
—Ha sido el mejor día de mi vida.
—¡A ver! ¿Cuál es la obsesión que tienen todas las mujeres con ese tipo? Es lindo. No lo voy a negar, pero en el mundo hay muchos hombres más bellos que él. Sí. Es famoso. ¿Y qué? Es un ser humano como tú y como yo, quien en algún momento tuvo nuestros mismos sueños. No puedes ir por allí, actuando como una demente. Eso no está bien. Sé que no soy quien para decirte esto, pero me agradas y es mi deber decirte que acá en Inglaterra, la efusividad es muy mal vista.
Sentí que la que hablaba era mi madre y me sentí muy mal al comprender que esas palabras estaban cargadas de mucha razón. Él era una persona como yo, que sentía hambre, frío, tristeza, alegría, que se enamoró alguna vez, que lloró la pérdida de un ser querido, que se enoja, que tiene un mal día como cualquier persona en el mundo e incluso puede llegar a enfermarse y morir. Era un ser humano, como yo. No era un personaje de cuentos ni mucho menos una deidad.
Luego tener esa pequeña reflexión me di cuenta que durante muchos años estuve persiguiendo el estereotipo de hombre perfecto que veía en Xander y resulta que la perfección no existe.
¡Matías!
Ese nombre de nuevo en mi mente, obligándome a poner los pies sobre la tierra. Él era mi realidad, quien estaba conmigo en las celebraciones de la familia, con quien compartía lindas pláticas al final del día. Él fue mi compañero por casi tres años y con el cual tenía planes de bodas para principios del año entrante.
«¿Cómo se lo irá a tomar?», pensé.
Las manos comenzaron a sudarme y el corazón se me aceleró. Llegó el momento de la verdad. Debía decírselo a Matías. Deseé con todo mi corazón que no se molestara y que por el contrario, fuese muy comprensivo.
Tomé una gran bocanada de aire, miré mi teléfono y marqué su número.
—¿A quién llamas? —preguntó Anette.
—A mi novio —respondí.
—¿Tienes novio? ¿Tú? ¿La chica que estuvo a punto de violar a Xander Granderson en el pasillo de LAMDA? —rió a carcajadas.
¡Joder! Su comentario me hizo sentir como una verdadera idiota, fantaseando con un hombre que acababa de conocer, mientras que dejaba tirado a un lado, al hombre con quien pensaba casarme.
—¿Shirley? —la voz de Matías hizo que mi corazón diera un brinco.
—¡Amor! —dije. Anette me miró con el entrecejo fruncido al oír que hablaba en español.
—¿Dónde diablos andas metida? —preguntó con cierta molestia en su voz. —Te he estado llamando y la operadora me dice que estás fuera del área de servicio. Te mandé varios mensajes al WhatsApp, pero aparece como enviados pero no los recibes. ¿Tu móvil está fallando?
—No. Mi móvil está bien —contesté.
—¿Y entonces? No entiendo porque no lograba comunicarme contigo.
Cerré mis ojos con fuerza y suspiré.
«Que sea lo que Dios quiera», pensé.
—Estoy en Londres —solté sin más.
—¿Qué te parece si paso por ti esta tarde para vayamos a cenar y —se quedó callado de repente. —¿Qué? ¿Cómo dijiste? ¿Londres? —Soltó una sonora carcajada—. ¡Ay amor! Te dije que auto medicarse es malo. Ya andas alucinando —rió de nuevo.
Sentí como el susto se esfumaba y en su lugar aparecía la molestia. Me sentí humillada con el comentario de Matías. Aunque sabía que era un chiste, una vez más, salía a relucir ese lado de su personalidad, la cual no me gustaba para nada.
—Estoy bien, por cierto. Solo te llamaba para decirte eso —hice todo lo posible para no llorar, pues unas lágrimas amenazaron con derramarse por mi rostro.
—Un momento. ¿Estás hablando en serio? ¿Cómo es eso de que estás en Londres? A ver, explícate. ¿Qué clase de broma es esta?
—No es ninguna broma. Fui elegida para estudiar en una prestigiosa academia de actuación en Londres —expresé, tratando de calmarme.
—No entiendo. ¿Desde cuándo eres actriz? Seguro fue ese amiguito tuyo que te metió esas ideas locas en la cabeza.
—Nadie mete ideas locas en mi cabeza. Hice algo que deseaba hacer desde hace mucho tiempo. Algo diferente. El destino me dio una gran oportunidad. No pude desaprovecharla —la conversación adquirió un tono acalorado.
—¿En qué parte de Londres estás? Tomaré el primer vuelo que salga para allá e iré a buscarte.
—¿Tú también? —Puse los ojos en blanco—. ¡Por Dios, Matías! Por una vez en tu vida, confía en mí. Esto que me está pasando es algo maravilloso. Y si prestaras atención cuando hablamos, te habrías dado cuenta que estaba harta de ser lo que era. Estoy harta de ser lo que otros quieran que sea. ¡Esta es mi vida y quiero vivirla a mi modo! Si de verdad me amas, deberías apoyarme, como yo lo hago contigo —dije, al borde del llanto.
No podía negar que Matías era un hombre extraordinario. Romántico, detallista, humanitario, amable e inteligente, pero había un lado de su personalidad, con la que nunca estuve de acuerdo. Era controlador en exceso y eso me ponía los pelos de punta. En ese instante, sentí por primera vez la valentía de enfrentarlo y dejarle claro que no cedería a sus caprichos. Estaba harta de que todos, tanto mis padres como mi novio, pretendieran que hiciera lo que ellos deseaban y cómo lo desearan.
»Estoy en Londres y punto. No quiero que vengas a buscarme. Si deseas venir a visitarme, eres bien recibido. Te llamé solo para decirte que estoy bien —me sentí indignada ante la actitud de mi novio.
—Nena, es una locura. ¿Y nosotros? ¿Qué pasará con nuestros planes? —Matías sonó angustiado.
—Los planes siguen en pie. A menos que quieras cambiarlos porque decidí tener el coraje de perseguir mis sueños —hice una pausa para tomar aire. Sentí que un nudo se formaba en mi garganta—. Por favor, no me pidas que renuncie a esto. Necesito tu apoyo. Todo el posible. Esto es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Matías permaneció en silencio por largo rato y temí que hubiese colgado.
«Hasta aquí fue. Hasta aquí llegó lo nuestro», pensé y sentí que el corazón se me partía en dos.
Luego de un rato más, oí algo que me sorprendió.
—Está bien mi amor, tienes razón. Sé que será duro y difícil, pero también sé que buscaremos la manera de sobrellevar la relación, a pesar de la distancia.
Allí estaba el Matías que amaba. Sonreí y me sentí aliviada. A fin de cuentas, se lo tomó mucho mejor de lo que esperaba.
Finalicé la llamada antes de que su lado dominante y autoritario saliera a relucir y cambiara de opinión. Suspiré de nuevo, sintiendo que me quité un gran peso de encima.
—¿De malas pulgas? —dijo Anette
—Sí. Está molesto y no lo culpo. Me vine sin decirle nada.
—¡Wow! Eres tremenda.
Bajamos del auto y entramos al departamento.
Nos vestimos con ropas más cómodas y nos dispusimos a cenar y charlar acerca de nuestras vidas. Aprovechamos la noche para conocernos a fondo y afianzar una linda amistad.
Los días transcurrieron uno tras otro y era la misma rutina, pero era una rutina que amaba. Despertaba, me vestía, desayunaba y me iba a clases. En la academia aprendía cada día un poco más y mientras más aprendía, más me enamoraba de ese mundo.
Descubrí que de verdad poseía un don para la actuación.
En las clases de improvisación siempre era la que obtenía los mejores comentarios de la profesora Jones. Poco a poco me fui haciendo amiga de todos los profesores y algunos chicos de los últimos años, quienes eran actores en ascenso y me daban consejos para mejorar mi interpretación.
Un día que me encontraba en la clase de Hoffman, Xander apareció en la academia y no supe por qué razón, solo veía que él y el profesor Vincent conversaban con mucha frecuencia, en los últimos días.
Esa mañana él llegó sin previo aviso. Yo estaba inmersa en mis apuntes y al levantar mi mirada, allí estaba él. Posó sus ojos sobre mí y por instinto sonreí al verlo, dando una impresión relajada y despreocupada, mientras mi corazón palpitaba desaforado.
Él se acercó al profesor Hoffman, y aunque mis ojos solo deseaban ver a Xander y detallar su perfecta anatomía, bajé mi mirada y la clavé una vez más en mi libreta de apuntes. No podía darme el lujo de exponerme frente a él. No quería que pensara que yo era una muchachita más del montón, que sucumbía antes sus encantos con apenas mirarlo. En todo momento traté de mostrarme calmada y sin ningún tipo de interés afectivo hacia él.
Al finalizar la clase, cuando me disponía a retirarme, la voz de Hoffman me detuvo.
—Señorita Sandoval —me giré en dirección a mi profesor para encontrarme con la dulce mirada de Xander que se encontraba a su lado —Tenga. Ya lo califiqué. Déjeme decirle que está impresionante. Es usted muy talentosa con la pluma —agregó el profesor y me guiñó el ojo.
—Gracias profesor por tan lindas palabras, pero no es para tanto —me puse roja como un tomate. Sujeté mi ensayo y me dispuse a retirarme.
—¿Me permites? —la dulce voz de Xander frenó mi impulso por marcharme.
¿En verdad él estaba interesado en mi trabajo?
Me sorprendí mucho. Lo miré y mi corazón se aceleró. Saqué fuerzas de lo más profundo de mi ser y le entregué mi ensayo.
—Véalo con calma y cuando finalice, por favor, déjeselo al profesor Hoffman. Debo retirarme. Voy tarde a Dramaturgia —dije con total aplomo. Dentro de mí, la fangirl reprimida gritó como loca posesa.
Una vez en el pasillo, noté que temblaba como una gelatina. Ese hombre me ponía mal con su mera presencia. Estar frente a él era fascinante, pero a la vez, frustrante.
Los días continuaron su curso.
Xander visitaba la academia de vez en cuando y charlaba con el profesor Hoffman. A veces daba charlas y talleres de técnicas de actuación, mientras yo me limitaba a ser una alumna más.
Cada vez que lo veía era como un sueño. Su sonrisa era tan cálida y su voz, fascinante. Sí, Xander Granderson me derretía el alma. Tenerlo cerca ponía a prueba todos mis sentidos. Con él era con quien de verdad ponía en práctica mis aptitudes actorales.
Pero lejos de toda esa fantasía, se encontraba mi realidad. Mi familia, mi novio, mis amigos.
Randy me visitó un par de veces, pero solo se quedaba uno o dos días, porque tenía que estar en España, donde estaba preparándose para presentarse en un casting de una serie de televisión. Hablábamos todos los días. Él me habló acerca de las crisis del país y yo le hablé de lo hermoso que era Londres.
Mi madre me habló de nuevo al cabo de cuatro meses y ella junto a mi padre estaban planeando ir a verme en el verano. Conversaba con mi padre casi todas las noches. Él estaba muy feliz por todo lo que me estaba pasando. Mi madre volvió a poner nuestra foto como su imagen de perfil.
Matías se encontraba muy ocupado con asuntos de la directiva de la clínica, pero eso no le impedía que charláramos todos los martes, los jueves y a veces los domingos, días que tenía libres, hasta altas horas de la noche. Al menos para mí. Él no pudo viajar a visitarme. Sin embargo, planeaba hacerlo pronto.
Un día, Redman vino a mí con una propuesta maravillosa. Él quería que me presentara con el grupo de teatro de la academia en las inmediaciones de los Premios Laurence Olivier, algo que sin duda ayudaría a impulsar mi carrera como actriz. Participar en dicho evento me daría la oportunidad de ser vista por grandes de la actuación y si tenía suerte, la posibilidad de ser vista por algún productor.
No hizo falta pensarlo. Acepté de inmediato.
El día de la presentación llegué muy temprano al lugar donde nos presentaríamos. Anette me ayudó. Eso de ser la consentida de Scott Redman tenía sus ventajas, pues conté con la ayuda de un asesor de imagen que, en los últimos días, trabajó con dedicación en un cambio de apariencia para mí. Ya no tenía la apariencia de la chica ingenua que llegó a Inglaterra meses atrás. Tenía cierto aire de diva, aunque fuese solo en apariencia, pues por dentro seguía siendo la misma muchacha soñadora.
Llegué a las instalaciones del Royal Opera House donde tendría lugar la premiación. Yo no tuve acceso a la gala como tal, pero tenía una credencial que me daba acceso a cada una de las tarimas dispuestas a los alrededores del recinto. Me sentía como dentro de una película donde la protagonista era yo. A mis pies una alfombra roja me hizo fantasear con la idea de verme caminando del brazo de algún apuesto acompañante. Xander, para ser específica.
De repente, la multitud gritó como enloquecida.
Al girarme pude percibir una esbelta silueta que emergía de un vehículo negro y al ponerme de puntillas para ver de quien se trataba, lo vi. Xander. Se veía guapo, majestuoso y muy elegante en un traje negro de corte clásico y pajarita negra. Saludó a todos y continuó su trayecto. Mi corazón se aceleró, como siempre lo hacía, al notar la presencia de tan imponente caballero.
Me concentré en lo que me asignaron hacer. Debía buscar a Redman. Faltaban escasos minutos para que comenzara la función y se suscitó un inconveniente con la iluminación, así que por ser la más allegada a Scott, la profesora Jones me encomendó la tarea de buscarlo, pues según ella, Scott era el indicado para solventar el inconveniente.
Escaneé el lugar con la mirada y en el momento que di con Redman, mi corazón dio un vuelco.
«¡Genial! Lo que me faltaba», pensé.
Redman conversaba con Xander.
Reuní todo mi valor, respiré profundo y me coloqué el antifaz de mujer profesional.
—¡Oh! Profesor Scott, acá está. Tengo rato buscándolo —dije al acercarme dando la impresión de no haber notado la presencia de Xander. Él se giró hacia mí, mostrándome su bella sonrisa. La más perfecta y hermosa sonrisa del mundo—. Señor Granderson —saludé con diplomacia, aunque por dentro las ganas de morir en sus labios eran inmensas.
—Dime Xander, por favor —dijo sin desdibujar la sonrisa de su rostro. Nuestras miradas se conectaron por cuestión de segundos y pude ver por primera vez el verde y el azul de sus ojos.
Suspiré.
—¿Para qué me buscabas, querida? —la voz de Scott me sacó del trance en el que me sumergí.
Agité mi cabeza para ordenar mis ideas.
—La profesora Jones lo busca. Está detrás del escenario. Es para algo relacionado con los focos. Ella dijo que usted sabía de qué se trataba —respondí.
—¡Xander! —la voz de un caballero desconocido surgió de la nada y el nombrado se giró en busca de quien lo llamaba. Aproveché la breve interrupción para alejarme de allí antes de comenzar a temblar como una hoja de papel.
Me acerqué al escenario y me preparé para salir a escena. Habría dado lo que fuera por que Xander estuviera allí, viéndome, pero me tuve que conformar con ver decenas de rostros desconocidos, con el objetivo de disfrutar nuestras interpretaciones.
Di lo mejor de mí, como siempre lo hacía.
Mi participación en la obra fue breve, así que apenas terminé, me dispuse a pasear y ver los diversos performance que se suscitaron a continuación.
Desde ese día no volví a tener ningún encuentro cercano con Xander. Él no fue a la academia por un largo tiempo, pues se encontraba muy ocupado con sus asuntos. Al menos eso fue lo que oí en una conversación entre Hoffman y Redman.
Parecía mentira que ya el primer año fuese a culminar. Y yo me sentía deseosa de más aprendizaje. Me sentía llena, plena, realizada y muy feliz. Amaba mi vida.
Mi relación con Matías se mantuvo en pie. Él logró ir a verme en varias ocasiones. La primera vez que lo hizo fue por una semana. Trajo consigo un montón de obsequios de parte de mis padres y mi querido amigo Randy que iban desde dulces típicos hasta artesanías coloridas para adornar mi cuarto. Además, recuerdo que él y Anette congeniaron de inmediato. De hecho en una oportunidad, Matías me comentó que mi compañera de piso era muy linda. Y yo tuve que reconocer que sí lo era. Quizás debía sentirme celosa cada vez que llegaba de clases y los conseguía en el sofá, muy juntitos, viendo la televisión, pero confiaba en mi novio y sabía que me amaba. Además, Anette me demostró que era digna de mi confianza. Personas como ella son difíciles de encontrar.
Los días pasaron, los exámenes finales llegaron y yo obtuve las mejores calificaciones de mi curso. Me sentía como pez en el agua. Por fin encontré mi lugar en el mundo.
Cuando encuentres lo que de verdad te apasione, te darás cuenta, pues con el transcurso del tiempo no te sentirás aburrida ni agobiada con lo que haces.
Recordé las palabras de mi psiquiatra y sonreí al comprender que encontré mi verdadera vocación. La actuación me apasionaba de una manera increíble.
Una mañana como cualquiera, todos los estudiantes de primero y segundo año fuimos convocados a un casting.
Días previos, Hoffman solicitó los expedientes de cada estudiante que quisiera participar, con la finalidad de elegir a los actores por sus méritos. Aunque yo era la mejor estudiante del primer año, decidí no presentar mi expediente para dicho casting, pues deseaba prepararme mejor y hacer mi debut real en teatro cuando me sintiera más capacitada. Quería que fuera algo majestuoso. No obstante, asistí para acompañar a Margaret y a Christopher, quienes sí decidieron participar.
Entré a la sala y me ubiqué en la parte trasera del auditorio, para no molestar. Poco a poco fueron llegando los estudiantes.
Al cabo de un rato apareció el profesor Hoffman.
—Buenos días, estudiantes. Muchos de ustedes se preguntarán a qué se debe este casting. Mi deber es informarles, que este performance será el primero de una serie de presentaciones, dentro del marco de lo que será el nuevo programa de Teatro Contemporáneo Experimental, el cual estará a cargo de un chico muy especial para nosotros. Será su debut como productor de teatro y está hoy con nosotros para elegir a su equipo de trabajo. Recibamos con un fuerte aplauso a nuestro querido amigo, Xander Granderson.
Todos comenzaron a aplaudir y algunas chicas gritaron de emoción. ¿Y yo? Sentada al final del salón, pasmada ante tanta algarabía.
Cuando vi que Xander entró al auditorio, me arrepentí de no haber presentado mi expediente para ser considerada. Sin embargo, ya el mal estaba hecho. Pensaba que mis miedos e inseguridades estaban superados, pero que equivocada estaba. Heme allí, lamentándome por desperdiciar una oportunidad como esa.
Me llené de rabia, tomé mi iPod, conecté mis auriculares y me los puse. Subí el volumen al máximo. Me sentía como una gran idiota. Me di la vuelta para no ver lo que sucedía y me puse a garabatear cosas sin sentido en mi libreta. Quería olvidar que Xander estaba a unos cuantos metros de mí, eligiendo actores para trabajar con él y que yo era la perdedora más grande del planeta.
Me aislé dentro de mi burbuja y me perdí entre mis pensamientos para no sentirme peor de lo que ya me sentía.
«¿Qué rayos es esto? ¿Un proyecto dirigido por él? ¿Por qué demonios no supe nada al respecto, sino hasta hoy?». Las preguntas sonaron una tras otra en mi cabeza.
Escuché entre pasillos que Hoffman se traía algo entre manos, y que convocó a todos los estudiantes de los primeros años, pero no sabía que Xander tuviera algo que ver.
«¡Estúpida! Eres una tonta». Me regañó la voz de mi consciencia.
La música dejó de sonar y miré mi iPod. La batería se agotó.
De imprevisto sentí una gran tensión sobre mí, como si alguien me mirara con intensidad. Me giré y noté que todos me observaban.
—¡Sí! Tú. Ven acá —dijo Xander e hizo un ademán con su mano para que me acercara.
No entendía que era lo que estaba pasando.
Me levanté de mi asiento y me dispuse a ir en dirección a él.
Noté que algunas de las chicas presentes, me miraban con un atisbo de rabia en sus ojos y mis amigos sonreían.
Seguí caminando. Mientras más me acercaba a él, mi ritmo cardíaco iba acelerando.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—¡Sí! ¿Por qué la pregunta? —respondí.
—Porque no has dicho nada. ¿Estás de acuerdo?
—Un momento, me perdí ¿De acuerdo con qué?
—Con el protagónico. Quiero que tú seas la protagonista —indicó él.
—Pe-pero yo no presenté mi expediente. No entiendo que está sucediendo —me giré en dirección al señor Redman, en búsqueda de alguna explicación, pero tan solo obtuve una mirada cómplice por parte suya.
—Redman me dio tu expediente ayer ¡y vaya que es bueno! Tienes mucho potencial, Shirley —alegó Xander con total seriedad.
Las chicas presentes comenzaron a murmurar y a mirarme con desprecio. Por un momento sentí ganas de la me engullera la tierra.
—Creo que es un error, yo no…—balbuceé.
—No es justo. Ella ni siquiera presentó su expediente. Se ve a leguas que no está interesada en esto —una voz femenina me interrumpió.
—No me importa. Yo seré el productor de la obra—contestó Xander, mirando a la chica que habló. Me miró a mí—. Quiero que tú seas la protagonista de mi obra.
No podía creer lo que estaba sucediendo. Quería que yo trabajara con él.
Me quedé muda. No supe que decir.
—¿Puedo tomar eso como un sí? —indagó, mirándome con algo de preocupación. Yo asentí con mi cabeza por inercia—. Bien. Todas las personas que nombré, por favor ir al Taller siete. Nos reuniremos allí en unos minutos —puntualizó Xander. Se giró hacia mí, se acercó y me tomó de la mano—. No tengas miedo. Sé que lo harás bien —se acercó más a mí y me abrazó con fuerza—. Lo harás bien. Confío en ti —susurró.
Yo me perdí en el eco de su voz sin creer lo afortunada que era. Sentí algo parecido a un déjà vu, pues hace casi un año, mi vida cambió debido a una circunstancia similar. Una oportunidad que no esperaba, llegó.