Chapter 2 El sueño de Shirley

Scarlett Summers 4.9k words

Me levanté de la cama de un brinco y me dirigí al baño. Sin perder tiempo, lavé mi cara y cepillé mis dientes. Fui a la cocina y comí un gran tazón de cereales, aunque ya fuera la hora de almuerzo, mientras mi madre discutía porque se había terminado el azúcar y no le notificamos. Mi padre estaba frente al televisor, peleando con el narrador de noticias porque la inflación nos iba a llevar a todos por los cuernos.

Un típico sábado por la mañana. Bueno, en realidad para mí, así sería hasta que consiguiera un nuevo empleo. Después de casi un año trabajando con el Licenciado Roberto Colmenares, alias Bobby viejo verde, decidí renunciar, harta de sus tantos intentos por invitarme a su lujosa mansión en La Castellana a ver el bello anochecer de Caracas. No gracias. Yo sé lo que implica una invitación de ese tipo.

Salí al balcón y pude observar la agitada ciudad. Era un caos total de día y de noche. Mi bello país, poco a poco se hundía en la miseria y las posibilidades de surgir eran mínimas, a menos que tuvieras buenos contactos en las altas esferas políticas.

Sin perder tiempo, me arreglé y fui en busca de mi mejor amigo, Randy.

Él nunca dejó de soñar y, al contrario de mí, persiguió sus sueños con pasión y dedicación. Yo era su antítesis, pues yo si tuve que dejar de la lado mis sueños por seguir el de mi madre; una carrera universitaria. Por su lado, Randy era un actor de teatro en ascenso, muy conocido en mi país. Tenía mucho talento.

Recuerdo que cuando éramos niños, él venía a mi casa (nuestras madres eran grandes amigas a raíz de un evento de la iglesia en la que se conocieron) y jugábamos hasta que era de noche. Yo siempre era la doncella en apuros. Él era el príncipe que me rescataba. Poseía el don de recitar a Shakespeare de una manera increíble, con apenas doce años de edad. Siempre decía que quería ser actor o un cantante muy famoso. Muy a su pesar, el canto no se le daba muy bien.

Muchas veces, él fue el impulsor de tantas locuras, como aquella vez que me inscribió, sin consultármelo, en un casting para participar en Latin American Idol. Fui preseleccionada, pero faltando dos semanas para la prueba final, decidí retirarme, por miedo a fracasar o que mi voz no fuese lo bastante buena. Y así como esa ocasión, fueron muchas las veces que dejé escapar una oportunidad, por miedo.

Caminé sumergida entre el caos y el bullicio citadino de la desastrosa Caracas. Escuchaba como todas las mañanas, la única canción que me animaba a esas tempranas horas: Wake me Up de Avicii.

Tomé el subterráneo y me sumergí en más caos. Me extrañó mucho que la ciudad estuviera tan agitada, tomando en cuenta que era un fin de semana. Pensé que la calle estaría mas despejada, pero me equivoqué. Caracas estaba más congestionada de lo normal.

Me llevé la grata sorpresa de que mi gran amor platónico tuiteó después de tanto tiempo, pues llevaba casi cuatro meses inactivo en la afamada red social por cuestiones de trabajo. Estaba grabando tres películas simultáneas y una miniserie. Vi la pantalla de mi móvil y sonreí al reconocer la hermosa frase que se convirtió en su eslogan personal.

—Los sueños son para hacerlos realidad, así que persíguelos y cúmplelos. El cielo es el límite. Tu cielo. Tu límite.

En definitiva, Xander Granderson era el hombre más espectacular sobre la faz de la tierra, y puntualizaré sus virtudes.

Es caritativo, muy talentoso y super amable; siempre con una sonrisa en el rostro.

¿Ya mencioné que es muy atractivo? ¡Dios! Con esa carita de dios griego, esos ojos azules, ¿o son verdes? Su cabello rubio ensortijado. Y debo confesar que nunca me gustaron los rubios, pero Xander es la excepción.

Lo cierto es que él era el sueño de millones de mujeres. Su cuenta de Instagram contaba con más de cien millones de seguidores. Su cuenta de Twitter no se quedaba atrás, con más de ochenta millones. ¡Una locura! ¿Verdad?

—Xander Granderson —dije su nombre entre dientes.

¡Dios! Tenía que parar con eso. Mi madre decía que no era sano idolatrar a alguien de la manera en que yo lo hacía. Mi novio, en más de una oportunidad, me recomendó ver a un psiquiatra, pero no le di mucha importancia a su consejo, pues asumí que como médico recién egresado de la universidad, para él, todo era patológico, además de que los celos también jugaban un papel principal. A cualquier hombre le incomoda que su novia sienta cosas por otro, aunque ese otro sea una celebridad, cuya probabilidad de conocer en persona es casi nula.

Llegué a la estación de Bellas Artes. El teatro donde Randy ensayaba para su próxima obra quedaba a unas pocas cuadras de allí, así que caminé.

Al llegar al recinto, pude ver que estaban en pleno ensayo. No quise interrumpir. Me senté en unas butacas al final de la sala, esperando que el vigilante no se percatara de mi presencia y terminara pidiéndome que me fuera.

Ver a Randy y a sus compañeros ensayando hizo que mi imaginación volara muy lejos, al Reino Unido, al lado de ese hombre que admiraba tanto. Fantaseaba casi siempre con actuar en una película junto a él.

Mi móvil sonó, sacándome de mi bello ensueño; era Matías.

—Nena. ¿Dónde estás? Acabo de estar en tu casa y tu madre me dijo que saliste.

—Hola cielo —saludé—. Estoy en el teatro.

—¿Y eso? ¿Desde cuándo te gusta el teatro?

Puse los ojos en blanco ante el comentario de mi novio, pues Matías era un buen chico, con quien estudié los últimos tres años del colegio, pero no tenía sentido del arte. Todo lo que estuviese ligado al teatro, a la música o a cualquier manifestación artística no llamaban su atención, o eso quería aparentar. A duras penas lograba que me acompañara a los estrenos de las películas más esperadas del año. Para él, era más práctico una profesión “académica”, como él decía, o mejor dicho, como se lo inculcaron sus padres, porque en el fondo, él soñaba con ser domador de leones. ¡Amaba a los felinos! No obstante, su padre le metió en la cabeza que los artistas circenses eran unos muertos de hambre que nunca lograban ser alguien en la vida.

¡Ah sí! Su padre era un poco cruel a la hora de expresar sus ideas. Para él, ser cantante, actor, pintor, escritor... artista en general, eran opciones para fracasados que no lograron ser licenciados, doctores o ingenieros. Y no lo culpo. En Venezuela, la gente que hace arte, es por amor al arte (valga la redundancia). Los artistas son muy mal pagados, a menos que trabajen para las altas esferas políticas, pero ese es otro tema y no pienso tocarlo.

—Vine a ver a Randy. ¿Nos vemos en la noche para cenar juntos? —respondí algo malhumorada.

—De hecho, fui a llevarte la película que le prestaste a mi hermanito. Esta noche tengo guardia. Te veo en dos días —me indicó él.

—Bien amor, diviértete salvando vidas.

Finalicé la llamada y vi como Randy se acercaba en dirección a mí.

—¡Hey! ¿Qué haces acá? No esperaba verte hasta el domingo —dijo mi amigo con gran entusiasmo.

En efecto, los domingos, cuando Matías estaba de guardia, nos reuníamos en su casa para ver películas y discutir lo buenas o lo malas que eran.

—Necesito hablar con alguien —le dije.

—¿Qué sucede?

—No estoy a gusto con mi vida —dije sin titubear. Randy me miró algo preocupado, imaginé que algo descabellado pasaba por su cabeza y enseguida agregué—. No pienso suicidarme —reventamos en una sonora carcajada al unísono.

Nuestro peculiar sentido del humor solía incomodar a los demás.

—Bien. Es un alivio saber que no tendré que usar ese feo traje que solo uso para funerales —reímos una vez más. Aunque su comentario era bizarro y cruel, eso era lo que me encantaba de mi amigo, que me hacía reír con facilidad—. Si estás aburrida con tu vida, debes hacer algo distinto, ¿no crees? —me aconsejó.

—¿Cómo qué? —pregunté.

Randy permaneció en silencio por unos segundos, y de repente, su rostro se iluminó, era la cara que siempre ponía cuando maquinaba algún plan “macabro”.

—Ven, levántate. Hoy serás actriz —dijo levantándose y extendiendo su mano hacia mí. Yo lo miré con desconfianza y permanecí sentada sin ningún ánimo de levantarme de mi asiento—. Ven —insistió.

Noté que hablaba en serio y me asusté, nunca en mi vida actué frente a nadie. Siempre lo hice en la soledad de mi habitación, donde los pósters de Xander Granderson y alguna que otra foto de Brian Littrell eran la única audiencia.

—¡Oh vamos Shirley! Te quejas de que tu vida es aburrida, que quieres hacer algo distinto y te doy la posibilidad de hacerlo, ¿y te quedas allí sentada?

Mi amigo tenía razón, pero tenía mucho miedo de hacerlo mal.

—No lo sé. No sé si sea buena —me encogí de hombros.

—Si no lo pruebas, nunca sabrás si eres buena o mala para esto.

Las dudas se apoderaron de mí. Estaba a punto de entrar en pánico, pero la radiante sonrisa de Randy hizo que me tranquilizara. Luego de un par de minutos de insistencia por parte de mi amigo, accedí. Me levanté de mi asiento, tomé una honda inhalación y me dejé llevar. Decidí vivir el momento.

Randy me guió hacia la parte trasera del escenario y pude ver cómo algunas chicas se maquillaban. Algunos chicos se paseaban de un lado al otro con los libretos en sus manos. Parecían estar dando un repaso rápido a sus guiones.

—Toma —dijo Randy a la vez que extendía un manuscrito en mi dirección.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—El libreto —comentó como si se tratara de la cosa más evidente del mundo. Lo tomé.

—¿De qué se trata? —inquirí sin siquiera tomarme la molestia de hojearlo.

—Es acerca de una trágica pareja de enamorados, cuyas familias son enemigas. Los Montesco y…

—Los Capuleto —lo interrumpí—. Ya entendí. Romeo y Julieta.

—Exacto —exclamó él—. ¿Conoces la obra, cierto?

—Yo creo que no es buena idea —balbuceé—. Me sé la obra, ¿pero actuarla? Es algo muy distinto. Hay una trama, un trasfondo, variedad de personajes e interacciones…

Randy me fulminó con la mirada.

—Te he visto aprenderte todo un álbum de los Backstreet Boys en menos de diez minutos, no me digas que no puedes aprenderte unas cuantas líneas en media hora porque no te creería.

—¿Media hora? —Los ojos casi se me salen de las cuencas—. ¿Te volviste loco? No puedes comparar un par de canciones con una obra literaria…

—Te leíste Romeo y Julieta como mil veces —comentó mi amigo—. Esto será fácil para ti.

—Eso no es cierto. La leí una vez para el colegio y vi la película de Leonardo DiCaprio…

—La peor adaptación que hicieron de la pobre, por cierto —acotó Randy, haciendo una mueca de asco.

—Como sea. Es un disparate —argumenté—. Ustedes deben haber ensayado mucho tiempo para esto y… —sacudí mi cabeza ante la mirada inquisitiva de mi amigo—. Sí. Tienes razón, debo hacer algo distinto con mi vida, pero no creo que esto sea lo más recomendable.

—¡Basta! —Espetó Randy y yo di un respingo—. Deja de ponerle peros a todo. Pero esto, pero lo otro, pero aquello. ¿No te cansas de quejarte todo el tiempo?

—Pero… —intenté hablar.

—¿Ves? —Él levantó la mano, denotando algo de frustración—. Por una vez en tu vida lánzate a la aventura, arriésgate. Si lo haces bien, de acuerdo, será una experiencia agradable que recordar. Si lo haces mal, pues te levantas de nuevo y sigues adelante. Vive la experiencia de hacer algo espontáneo. Improvisa. Demuéstrame que puedes hacer eso y mucho más —hizo una pausa—. Además hoy es una función de fogueo, no habrá público. Igual las lineas de Julieta las iba a decir yo, pues la actriz aunque está acá, está afónica y le pedí que descansara. Serás una especie de apuntadora para que los demás no nos perdamos. Es para corregir uno que otro detalle. Queremos probar la nueva instalación de luces y comprobar que el telón no se quede trabado como lo hizo la semana pasada…

»Les diré a los chicos que te nos unirás y cualquier cosa puedes apoyarte en ellos. Sin presiones. Tampoco es como si un caza-talentos estuviese escondido en el auditorio, esperando a verte. Aparte de todo eso…—se acercó mucho a mí y se acercó a mi oído como si lo que iba a decir a continuación fuese un secreto—, estás frente al coordinador de artes escénicas. Puedo hacer lo que me dé la gana.

—¿Y qué le sucedió a Edgar? —el nombrado era el coordinador de artes escénicas, al menos era lo que yo sabía.

—Digamos que se rompió una pierna —comentó Randy. Yo entorné los ojos, creyendo que hacía referencia a la famosa frase usada en el teatro—. Literal —me aclaró—. Se cayó el fin de semana, mientras limpiaba el techo de su casa, así que soy el encargado provisional del teatro y tomo las decisiones. Eso quiere decir que soy el jefe. Si metes la pata, y espero que no, tendrás que vértelas conmigo. Créeme. No es algo que sea muy agradable.

Me eché a reír.

—¿Sabes que eso se llama abuso de poder?

Él se carcajeó y pasó su brazo sobre mis hombros.

—Esto de ser el jefe me queda muy bien —bromeó.

—No respondo si meto la pata —mascullé.

—Relájate mujer. Sé que lo harás bien.

En realidad, Randy tenía razón, debía arriesgarme por una vez en mi vida, al fin y al cabo era "Romeo y Julieta". ¿Quién no se sabe Romeo y Julieta?

Después de algunos minutos memoricé gran parte de mis diálogos, aunque aun no me sentía 100% segura. Me relajé cuando Randy me dijo que podía apoyarme del libreto si lo necesitaba. En fin, sería algo entre nosotros. Algo para divertirse y pasarla bien. Los chicos fueron muy amables conmigo. La chica que interpretaba a Julieta era muy hermosa, ella se sentó en la primera fila.

Sentí que el corazón se me saldría por la boca cuando Randy se me acercó con un vestido en la mano. Me miró sonriendo y dijo:

—Póntelo, en quince minutos damos inicio.

Comenzaba a sentirme viva. Hacer algo tan distinto a mi rutina diaria, el arriesgarme a intentar algo diferente me hizo sentir una clase de ansiedad agradable, ¿es eso posible? Me obligué a concentrarme y enfocarme en mi papel. Me puse el vestido sin perder tiempo. Me quedaba un poco grande, pero no le di importancia.

Regresé de nuevo a mi libreto e hice un repaso rápido. Respiré profundo y me encomendé a Dios.

«Dios no permitas que olvide una sola palabra». Pensé.

—Ya, es hora —Randy me susurró al oído.

Me di la media vuelta y me dirigí hacia el escenario.

La música comenzó a sonar y mi corazón palpitó a mil por hora.

Los actores fueron saliendo uno a uno a escena. Yo permanecí atenta a la señal de Randy para salir. Cada vez estaba más cerca el momento de actuar y estaba muerta de miedo.

Al fin llegó mi turno.

Por fracción de segundo me sentí congelada. Respiré profundo y me olvidé del mundo. Fue como si una especie de espíritu del teatro se hubiese incorporado en mi cuerpo, podría jurar que la mismísima Talía se apoderó de mi ser, guiándome durante todo el performance, pues yo no recuerdo nada de lo que ocurrió. Tal vez los nervios fueron tan extremos que causaron ese efecto en mí.

Miré a mi alrededor y pude percibir que todos aplaudían y sonreían, indicativo de que lo hice muy bien.

¡Lo logré! ¡Me sentí genial!

—¡Bravo! —gritó Randy mientras me miraba con una gran sonrisa.

—Great! That was amazing —escuché una voz desde lo más alto del recinto, seguido de un eufórico aplauso.

Entorné mis ojos y traté de aguzar mi vista para ver a la persona que se movía a lo lejos.

—¿Quién es ese? —pregunté a Randy.

—No puede ser —masculló mi amigo. Percibí mucho asombro en su mirada.

—¿Que sucede? ¿Que pasa? —inquirí yo, confundida.

Magdalena, la verdadera actriz que interpreta a Julieta, se acercó a toda prisa a Randy y comenzó a hablar, pero debido a su afonía, no se le entendía nada.

En cuestion de segundos, Randy y la muchacha se alejaron en dirección al hombre de aspecto elegante, que descendía por las escaleras del teatro.

Yo no entendía que estaba pasando.

—Espérame detrás del escenario —me indicó Randy a lo lejos—. Iré enseguida.

Hice lo que me pedía. Me situé en un sitio donde no estorbara el paso de los chicos que se encargaban de guardar el atrezo.

Desde donde estaba situada, pude ver a Randy hablando con el hombre misterioso, que cabe destacar era muy alto, caucásico y cabello cenizo. Ambos estrecharon sus manos y dialogaron de forma amena.

De repente vi que el semblante de Randy cambiaba de alegre a confundido. El hombre le dijo algo y mi amigo se giró hacia Magdalena, quien también se veía muy confundida. Observé en silencio la incómoda escena. Randy dijo algo y el hombre de cabello cenizo rió. Magdalena se cruzó de brazos. Se veía molesta.

Lo que sucedió luego no me lo esperaba. Los tres, Randy, Magdalena y el cazatalentos se voltearon a verme. Di un respingo y traté de salir del campo de visión de ellos.

—¡Por Dios, metí en problemas a Randy!

Pensé que tal vez el sujeto estaba molesto porque una novata participó en la obra. Quizás se sentía ofendido. Tomé la decisión de decirles que fue idea mía, que yo insistí. No podía dejar que mi amigo se metiera en problemas por mi culpa.

—Shirley —oí la voz de Randy—. Ven un momento, por favor.

Mi corazón se aceleró.

—Lo siento mucho, amigo. Yo no quería causarte problemas…

Él me miró con el entrecejo fruncido.

—¿De qué hablas?

—Yo no pensé que… —mascullé a medida que me acercaba a él—, esto pudiera causarte problemas. De haberlo sabido yo…

Randy me puso la mano en la espalda y me guió al escenario de nuevo. Yo sentí que la cabeza me daba vueltas y que el corazón se me saldría por la boca.

—She is wonderful —dijo el cazatalentos en inglés, mirándome a mí.

Sentí que mi cerebro se desconectó de mi cuerpo. No entendía que era lo que estaba sucediendo. Miré a mi amigo, buscando una explicación. Él se encogió de hombros.

—Señor Redman, ella es una amiga mía. Está debutando hoy —dijo Randy en el mismo idioma natal del cazatalentos británico—. Ella es Magdalena. Ella es la razón por la cual está usted viajó hasta aquí. Ella fue la que envió la carta de consideración —comentó, señalando a la otra chica.

En ese momento agradecí que mi padre hubiese pagado por el curso intensivo de inglés que hice cuando era una niña de trece años de edad.

—No. La razón por la cual estoy aquí es porque vine a buscar a alguien que me sorprendiera con su talento y esta chica lo ha logrado —el hombre me miró a mí.

¿Qué? ¡El hombre era un cazatalentos y estaba diciendo que yo lo había sorprendido! Tenía que ser una jodida broma. Abrí mis ojos de manera exorbitante ante mi sorpresa.

—Por favor, escúcheme —Randy se veía muy afligido—. No lo esperábamos sino hasta la próxima semana. Shirley no pertenece a la compañía, de hecho es su primera vez sobre un escenario. Solo nos estaba ayudando con las lineas de Magdalena, pues ella está indispuesta hoy. Ella es una amiga mía a la que invité a unírsenos hoy nada más Era un juego entre nosotros.

—Roconozco el talento cuando lo veo, y esta chica tiene un gran potencial —comentó el hombre.

No supe si sentirme bien o mal por lo que decía Randy. Estaba muy consternada con lo que estaba sucediendo. Me limité a quedarme callada y ver como se desarrollaban los acontecimientos.

—Pero señor, Magdalena es a quien debía evaluar...

—No me diga lo que tengo o no tengo que hacer, muchacho —el hombre interrumpió a Randy, lanzándole una dura mirada. Me miró de nuevo a mí y su semblante se suavizó—. ¿Me dice que es su primera vez sobre un escenario? ¡Caramba! —el señor Redman se acercó a mí y me escudriñó con la vista—. Un placer conocerla, señorita. Me llamo Scott Redman. Vengo de Londres, buscando nuevos talentos —extendió su mano hacia mí.

Yo respondí su gesto con cortesía.

—El placer es mio. Mi nombre es Shirley Sandoval —respondí en ingles con una tímida sonrisa.

—Es usted un diamante en bruto que me gustaría pulir —el señor inclinó su cabeza con la elegancia que caracterizaba a los ingleses.

Magdalena me lanzó una mirada despectiva, dándose media vuelta para marcharse, pero antes de hacerlo se giró hacia mi amigo y le mostró el dedo medio de su mano derecha. Pude ver malestar en la cara de Randy. Por mi culpa se ganó una enemiga. Pero él no tenía la culpa, así que tomé el valor para intervenir.

—Señor Redman —dije en inglés—. Agradezco sus amables palabras, pero esto es un malentendido. Yo no…

—Espérame afuera, Shirley —susurró Randy a mi oído, interrumpiéndome—. Trataré de arreglar esto.

Asentí con la cabeza e hice lo que me pedía. Salí casi que corriendo del teatro, sintiendo que mi corazón palpitaba a mil por hora.

Bajé por las escaleras mecánicas y me senté a esperar a Randy. No lograba asimilar lo que acababa de pasar. Todo se me hizo muy surreal. Me llevé las manos a la cabeza y solté un suspiro de frustración. ¿Por qué siempre que decidía arriesgarme a hacer algo distinto, sucedía algo que me hacía pensar que acababa de cometer el peor error de mi vida? Algunas lágrimas se asomaron en mis ojos. Me sentí aterrada. Quizás alguien pediría la destitución de Randy por lo que sucedió. Pensé en Magdalena tratando de hacerle la vida miserable. ¡Dios! Mi amigo no se merecía eso.

Me acosté sobre la superficie de cemento de la banca donde estaba y observé el cielo. Me di cuenta que estaba comenzando a anochecer. Miré mi reloj para saber la hora. Iban a ser las siete de la noche. No era sensato estar en la calle a esa hora. Me vi tentada a llamar un taxi para irme a casa, ya hablaría con Randy luego, pero no lo hice porque mi amigo se acercaba en dirección a mí.

—No lo entiendo —dijo una vez que estuvo frente a mí.

Caminó de un lado a otro, llevándose las manos al rostro. Agitó su cabeza como si algo lo perturbara.

—¿Qué sucede? —pregunté con cautela.

—Se supone que él llegaría el jueves de la próxima semana, que venía por Magdalena —dijo entre dientes.

Comencé a sentir ansiedad. Randy no dejaba de moverse de un lado al otro y eso me puso los pelos de punta.

—Ya deja de moverte y dime, ¿qué rayos está sucediendo?

—¿Pero porque me sorprendo? —dijo para sí mismo—. Así es como ellos trabajan, llegan de repente, sin avisar y... —se giró de golpe hacia mi—. ¿Sabes hablar inglés a la perfección? —inquirió sin rodeos.

—Sí. ¿Por qué? —respondí de igual manera.

—¿Tu pasaporte está vigente? ¿Tus documentos académicos los tienes a la mano? —Randy me bombardeó de preguntas.

Fruncí el entrecejo y lo miré muy confundida.

—Hace un par de meses, a Matías y a mí se nos metió en la cabeza la idea de irnos a Argentina a probar suerte por allá, pero los planes se cayeron cuando su papá le pidió que se encargara de la clínica. ¿Por qué? ¿A qué se debe tú interrogatorio?

—¿Tienes visa? —continuó indagando.

—Ehmm —balbuceé.

—¿Tienes visa o no? —insistió.

—Tramité una para ir con mis padres a Florida hace dos años. ¿Puedes decirme de que se trata todo esto? —ya comenzaba a desesperarme.

—Esa visa no te sirve.

—¿Para qué? —levanté la voz.

—Escúchame bien, Shirley. Una oportunidad como esta, se da una sola vez en la vida —hizo una pausa, se giró y señaló hacia arriba— El hombre que está allá es uno de los cazatalentos más importantes de Reino Unido. No sé qué rayos vio en ti, pero se encaprichó contigo.

—¿Se encaprichó conmigo? ¿De qué estás hablando? —mi ingenuidad no me permitió pensar con claridad.

—¡Óyeme! —Dejé de mirar hacia donde se suponía que estaba la sala Ríos Reyna y volví a mirar a mi amigo, quien me observaba con insistencia—. De todos los actores que están aquí, él se fijó en ti. ¿Por qué? No lo sé, pero esto es serio.

—Randy yo no pretendía causarte ningún problema —traté de disculparme por cualquier malentendido que pudiera haber causado.

—Déjame terminar de hablar… —por primera vez en mi vida veía a Randy hablar tan serio, así que decidí prestarle toda la atención posible—. Llegaste esta mañana quejándote de tu vida, pidiendo a gritos una aventura, pues se te dio —soltó una pequeña carcajada.

—No entiendo nada…

—Scott Redman es el asignador de becas de la Academia de Música y Arte Dramático de Londres. Escúchame bien, Shirley. Él venía con una carta de invitación abierta y un permiso especial de estudiantes para llevarse a Magdalena a estudiar actuación en Londres, pero… —sacudió la cabeza con incredulidad—. ¡Mujer! Debes tener un ángel que te adora allá en el cielo, porque… —volvió a menear la cabeza—, por cuestiones del destino, todas las piezas han encajado para que esta gran oportunidad sea tuya —se llevó las manos a la cabeza.

—Dime de una buena vez que está sucediendo —me exasperé.

Él me sujetó de los hombros y clavó sus ojos en los míos.

—Esta es una oportunidad única en la vida. Se trata de una beca completa. La institución se encargará de proveerte un lugar para hospedarte, durante el período de estudio. Además, costearán todos los gastos de tu viaje y se encargarán de tramitar tu visa y demás procesos pertinentes. Impactaste a Redman. De aceptar, por que debes aceptar, saldrías mañana mismo para Londres —hizo una pausa y se inclinó hacia mí—. Si por alguna razón en el mundo, siquiera llegas a dudar en irte, te digo que serás la tonta más grande del mundo.

—Pero no puedo irme así. Mis padres… Matías…

Puso su dedo índice sobre mis labios.

—Nada de peros.

—Es una locura. No puedo irme así sin más, yo…

—¡Maldición, Shirley! Este tren está a punto de partir, debes abordarlo ya.

De repente, algo retumbó en mi mente…

«Londres… Xander Granderson... Mi sueño de ser actriz».

Un pensamiento superfluo me transportó a la hermosa ciudad de Wimbledon, lugar de nacimiento de mi hombre de ensueño. Estaría cerca de él. Mis probabilidades de conocerlo serían mayores, en comparación con las que tenía actualmente.

«¿Pero qué coño estás pensando? ¡Tú tienes novio!», me espetó la voz de mi consciencia. Sí. Ya sé, pero no se viaja a Londres todos los días, le respondí a esa vocecita. Ella contraatacó. «Londres no queda a la vuelta de la esquina sino al otro extremo del Atlántico».

¡A la mierda!

No podía desaprovechar esa oportunidad. En eso, Randy tenía mucha razón.

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