No lograba creerlo. ¿De verdad iría a Londres? ¿Estudiaría en La Academia de Música y Arte Dramático de Londres?
Temí que en cualquier momento alguien saliera de mi armario y gritara: “Has caído. Sonríe a la cámara escondida”.
Todo era muy confuso.
Todo estaba sucediendo muy rápido.
«¿Mañana me iré? ¿Y que les diré a mis padres? ¿Estarán de acuerdo con que me vaya? ¿Qué pensarán al respecto?». Las preguntas aparecieron como cascada en mi mente.
—¡No! —dije entre dientes y agité con fuerza mi cabeza. No podía seguir pensando en los demás. Era mi momento de brillar y debía aprovecharlo. Ese era el momento que pedí a gritos tantas veces. No es que fuera una egoísta, inconsciente, NO, ya era hora de que viviera mi vida, no la de mi mamá.
Necesitaba un cambio.
Vivir una nueva emoción.
Debía perder el miedo a vivir mis sueños.
Sentada en la orilla de mi cama, miré alrededor y todo me pareció surrealista. Miré los afiches de Xander, esos ojos de papel me llenaron de fuerzas y despejaron mis dudas. Espantaron el miedo que sentía. Ese miedo a lo desconocido...
Randy tenía razón. Ese era mi último tren y debía abordarlo sí o sí.
Abrí mi armario y miré mi ropa. Suspiré al ver que mi ropa en Londres no me serviría de mucho, pues allá sería invierno y la mayoría de mi ropa era de verano. ¡Bah! Al fin y al cabo eso era lo que menos debía preocuparme. Lo que de verdad me agobiaba era pensar cómo decirles a mis padres que me iría a vivir al otro lado del mundo.
Sería algo así:
“Papá, mamá, me gané una beca para estudiar actuación en Londres. Me voy mañana. Chao”.
Decírselos asi de golpe era la unica forma, para que ellos no tengan ni tiempo de reaccionar. Ambos quedarían desorbitados y luego de algunos minutos, mi padre diría:
“Es tu vida, hija y debes vivirla. Te deseo lo mejor. Te extrañaré muchísimo, pero porque te amo, sé que es lo mejor para ti”.
Por otro lado, mi madre reaccionaría de manera adversa. Se pondría a llorar sin consuelo, como si le estuviese diciendo que me meterian en prisión, a tal punto que trataría de persuadirme para que no me fuera y eso sería duro para mí, pues aunque ella no lo reconociera, mi madre siempre ha sido mi ancla. Ella, a pesar de desear mi superación y mi éxito, suele ser un tanto egoísta y controladora. Quiero pensar que lo hace de manera inconsciente. Cada vez que intento arriesgarme, me frena. Cuando ve que voy a correr el mínimo riesgo, sesga mis sueños en el acto.
Ella es la primera en decir:
“¡Ay, hija!Deja de soñar tanto y pon los pies en la tierra”.
Sin quererlo, mi madre se convirtió en el verdugo de mis sueños.
No podía permitir que me persuadiera a quedarme.
Ya estaba decidido, me iría al día siguiente y mis padres se enterarían cuando ya estuviese muy lejos.
Saqué mi maleta y me dispuse a empacar mis cosas.
Al cabo de unos minutos, terminé de empacar varios de mis vestidos preferidos, cuatro pantalones, dos abrigos y todas las blusas lindas que tenía. Miré en mi mesa de noche y vi el portarretrato con la foto que Matías y yo nos tomamos la noche de nuestra graduación, cuando me propuso ser oficialmente su novia. Lo tomé entre mis manos y lo apreté contra mi pecho. Sin perder tiempo, lo metí en mi maleta y la cerré.
En una maleta más pequeña me dispuse a guardar algunos pares de zapatos, en primer lugar, los deportivos, amaba mis tenis, además de dos pares de zapatillas de tacón bajo.
Me senté en la orilla de mi cama y fijé mi mirada en los afiches pegados en la pared. En un lado seguían los cinco rostros de papel de los Backstreet Boys, mis ídolos en la adolescencia y los cuales aún seguían haciéndome suspirar con su mágica música. En el otro lado, estaba Xander Granderson, quien me miraba con gesto cómplice. Reí divertida al darme cuenta que aún no superaba esa parte de mi vida, la de ser una fanática empedernida, enamorada de sus ídolos, y quizás nunca lo haría. Sabía de casos de mujeres, que llegaban a los setenta años, atesorando discos, fotos y revistas de sus artistas favoritos. Con tal, no le hacía daño a nadie. Yo seguía teniendo un espíritu adolescente y me gustaba ser así, a pesar de las críticas constantes de mis padres, amigos y Matías.
Mi primera obsesión fueron los Power Rangers. Recuerdo que le insistí tanto a mi padre, que terminó pagándole a un diseñador de interiores para que decorara mi cuarto con la temática de la famosa serie de televisión. Yo tenía once años.
Luego vino mi etapa de fanática enamorada de una de las boyband más asombrosas de la historia. Tenía todo lo relacionado a ellos. Discos, video tapes, DVDs, revistas, libros, camisetas, cuadernos, muñecos, afiches… en fin, mi vida giraba en torno a A.J., Howie D, Nick, Kevin y mi favorito, Brian. Mi fijación por los Backstreet Boys duró hasta que B-rock se casó. Sufrí horriblemente. Vestí de negro por dos meses. Sí. Soy la reina del drama. Mi madre me lo decía a menudo. Tenía diecinueve años cuando guardé casi todas mis cosas de los BSB en un baúl.
En mi cumpleaños número veinte acompañé a Randy a ver la premier de una película basada en la saga literaria predilecta de mi amigo. Yo no era muy fanática del género fantástico, pero aun así, estuve con mi amigo y disfruté el largometraje.
Y esa fue la primera vez que lo vi. Mis ojos brillaron como nunca antes lo hicieron al ver la personificación de la perfección, materializada en la pantalla.
A estas alturas de mi vida, muchas personas pensarían que estoy mal de la cabeza, al idolatrar tanto a alguien, teniendo novio. ¿Pero quien no ha tenido un amor platónico en su vida?
Desde ese día, Xander Granderson se convirtió en una adicción para mí. Me nutría con cada una de sus películas. Verlo en las alfombras rojas, atendiendo a todo el mundo con simpatía por igual, me hacía suspirar. Me avoqué en conseguir toda su filmografía, además de cualquier tipo de mercancía publicitaria en donde apareciera su imagen.
“Estás loca. ¿Lo sabías?”, decía Randy cada vez que adquiría algo nuevo para agregar a mi extensa colección xanderiana. A mí me tenía sin cuidado lo que la gente pensara de mí. Era mi vida, y era mi dinero el que gastaba para satisfacer mis caprichos.
“Eres hermosa, pero estás un poco loca”. Comentaba Matías cuando tenía la oportunidad de recordarme que mi fanatismo por Xander Granderson era excesivo y enfermizo. Yo siempre tenía que dejarle claro que lo que sentía por él era platónico, así como lo que él sentía por Scarlett Johansson. Él enseguida argumentaba que no coleccionaba fotos de ellas ni nada por el estilo y yo contraatacaba diciéndole que me conoció así y que de esa forma se enamoró de mí, pues era cierto, él me conoció en mi época más obsesiva con los Backstreet Boys, cuando apenas tenía quince años de edad. Era la única manera que se quedara tranquilo y olvidara el tema. Dos meses después, volvía con la misma cantaleta. Era tedioso por momentos, pero le quería.
Miré el póster de Xander colgado frente a mi cama, me acerqué y lo descolgué. Lo enrollé con cuidado.
—No te escaparás. Tú me acompañarás en esta aventura —dije mientras lo acomodaba con cuidado en el interior de mi valija, sin tener la mínima idea de la veracidad que había en esa frase.
Esa noche me encerré en mi cuarto, pues no tenía la valentía de mirar a mis padres a la cara sin decirles lo que estaba sucediendo. Por suerte, ellos respetaban mi privacidad y me dejaron en paz el resto del día.
***
El sonido de mi móvil me despertó. Extendí mi mano para buscar el ruidoso aparato que perturbaba mis sueños y vi en la pantalla que era muy temprano. Contesté de mala gana.
—Son las seis de la mañana, Randy. ¿Qué haces llamando tan temprano? —refunfuñé.
—¡Es hora de salir de la cama! ¡Vamos! ¡Arriba, perezosa!
Gimoteé un rato. Odiaba que me despertaran tan temprano.
»Tu vuelo sale a las seis de la tarde, pero debes estar en el aeropuerto cuatro horas antes.
—Faltan doce horas para que salga el avión —refunfuñé, negándome a salir tan temprano de mi cálido refugio.
—Imagino que tienes algunas cosas pendientes por resolver.
—Bien —farfullé.
—Yo iré a buscarte al mediodía. Si alguien te ve saliendo con una maleta van a empezar a hacer preguntas. Sé lo cabeza dura que puede llegar a ser tu madre. Diremos que me la vas a prestar porque la mía se dañó. No sé. Invéntate algo.
Sentí que mi corazón se aceleraba, al recordar lo que estaba ocurriendo. No lograba creérmelo todavía.
—No lo sé, Randy. Creo que esto es una locura. ¿Y si ese tal Redman resulta ser un proxeneta o un traficante de órganos y…?
—¿En serio, Shirley? Deja de ver tantas películas. Si dudas de la procedencia de Scott Redman, puedes buscarlo en Google. Te asombrarás de saber quién es ese caballero.
—¡Vale! Te creo. Pero igual pienso que todo esto es una locura…
—Las mejores cosas son las que no se planean. Lo sabes —comentó mi amigo.
Yo asentí sin decir nada. En el fondo, sabía que Randy tenía razón. Sin embargo, no podía evitar sentirme aterrada ante lo desconocido.
»Escúchame bien. No olvides llevar contigo todos tus documentos apostillados.
—Sí. Sí. Los tengo —le indiqué.
—Título de bachiller, título universitario, notas certificadas… todo lo necesario para los trámites de la inscripción.
—Lo tengo todo en regla —dije.
—¿Quién iba a pensar que por fin un impulso de Matías te iba a servir para algo? No te fuiste para Buenos Aires, pero te vas para Londres —Randy se carcajeó.
Yo también reí. Mi novio solía ser el tipo de chico que no se puede quedar quieto. Luego de graduarse de Médico Cirujano estuvo trabajando algunos meses en la clínica de su padre, pero se cansó de vivir a la sombra del gran Franco Santonini. Un día, harto de la situación del país y de la actitud sobreprotectora de su padre, me propuso irnos a vivir a la capital argentina, donde vivían unos amigos suyos. Juntos estuvimos tramitando los documentos para irnos, pero faltando solo un mes para largarnos, su padre decidió jubilarse y regresar a su natal Italia. Matías tuvo que tomar las riendas de la directiva de la clínica.
Sacudí mi cabeza y me obligué a concentrarme en lo que estaba ocurriendo en el presente. Tenía la oportunidad de irme muy lejos, a probar suerte en otro lugar, conocer una nueva cultura y nuevas personas. Estudiaría en una Universidad de prestigio internacional: en la Academia de Música y Arte Dramático de Londres.
Mi pulso se aceleró al darme cuenta de una hermosa casualidad. ¡Era el mismo lugar donde Xander Granderson estudió actuación! Imaginar que entre sus pasillos caminó él, que en las butacas de su auditorio se sentó él, que él respiró ese mismo aire, hizo que dentro de mí se despertara un exagerado sentimiento de fanática loca.
Finalicé mi llamada con Randy y salí de la cama de un salto.
Solo horas me separaban de Londres. Pensar en la posibilidad de conocerlo, hizo volar mi imaginación. Aunque mi nefasto sentido de la realidad me hizo caer de golpe contra el suelo y espabilar.
«No seas ilusa. Es un hombre muy ocupado. Tendrás suerte si acaso llegas a encontrártelo en el subterráneo». Espetó la odiosa voz de mi consciencia.
Me lavé la cara y los dientes, tratando de sacudirme tantos pensamientos tontos. Salí de mi cuarto y me encaminé a la cocina. Me preparé dos emparedados de jamón con queso y desayuné.
—¡Te despertaste temprano! Esto sí que es un milagro —mi madre me saludó mientras yo me servía un poco de zumo de mora—. Solo vine por mi cartera —tomó el monedero que estaba sobre el mesón de la cocina, lo alzó y lo agitó en el aire—. Compraré algunas cosas y luego pasaré por casa de Aurora. Nos vemos en la tarde cielo.
—¡Un momento, madre! —Me acerqué deprisa a ella y la abracé con todas mis fuerzas—. Te amo, perdóname si el algún momento hice algo que te lastimó —agregué, mirándola a los ojos.
Mi mamá se mostró sorprendida por mi repentina muestra de cariño. Pude ver un brillo especial en sus ojos cuando me abrazó.
—También te amo cielo, pero solo pasaré el día con tu tía. No me iré para siempre, nos veremos en un par de horas —dijo ella con aire divertido.
Sin embargo, yo sabía que ese par de horas serían meses y hasta años.
Me vi tentada a contarle todo a mi madre, pero no tuve el valor. La abracé una vez más. Una despedida silenciosa, de la que ella no estaba consciente.
Al marcharse ella, me percaté de que me encontraba sola en casa, pues a pesar de ser domingo, mi padre iba a su oficina para poner todo en orden y empezar los lunes sin trabajo atrasado, así que tenía la casa para mí sola, para despedirme de ese lugar que me vio crecer. Bueno, tampoco es que no fuese a volver nunca más, pero… ¿ya les mencioné que suelo ser la reina del drama?
Tomé un bolígrafo y le arranqué una hoja de papel a un cuaderno que tenía cerca.
Al menos les dejaría una nota a mis padres.
Las horas transcurrieron con máxima lentitud mientras yo solo miraba la pantalla de mi ordenador en busca de algo interesante para matar el tiempo. No suelo ser una persona sociable, así q ue no tenía amigos de los cuales despedirme. Mi único amigo era Randy.
Introduje el nombre de Scott Redman en la barra del buscador y quedé impactada con su extenso currículo. Egresado de la Academia Real de Arte Dramático (RADA), dramaturgo y novelista. Contaba con treinta y dos años de experiencia en el ámbito de la actuación. En su juventud interpretó diversos papeles protagónicos en obras de teatro destacadas en Rusia, Inglaterra y Alemania. En la década de los noventa fue catalogado como el hombre más valioso de Reino Unido, al haber descubierto a casi treinta actores que hoy en día son parte de la élite de Hollywood. Apodado como “vista de águila”, pues al parecer posee un don único para encontrar jóvenes actores en ascenso y llevarlos a la fama internacional.
¡Oh por Dios! Mi corazón casi se detiene cuando vi aparecer en la pantalla de mi ordenador, una fotografía de Scott Redman junto a Xander Granderson.
—¡Santo cielo! Lo conoce —mascullé mis palabras.
No me di cuenta, pero de repente estaba viendo videos y entrevistas de Xander. Reí a carcajadas ante sus ocurrencias y suspiré por mi amor platónico y volví a recordar las tantas discusiones que tuve con Matías porque a él le molestaba mi fanatismo.
¡Matías! ¡Oh por Dios! No le dije nada a él.
¿Qué clase de novia era yo, que me iba del país sin decirle nada a mi novio? Un sentimiento horrible de culpa me embargó. Tomé mi móvil y marqué su número:
—Te has comunicado con el doctor Matías Santonini. En este momento no puedo atenderte. Por favor, deja tu mensaje y en cuanto pueda, me comunicaré contigo.
Nunca antes agradecí tanto que me respondiera el buzón de voz. Supuse que tal vez se encontraba en una reunión, pues sin quererlo, lo tocó asumir la presidencia de la junta directiva de la clínica que su padre le heredó en vida. Luego recordé que me dijo que estaría de guardia dos días enteros.
Su padre, el doctor Franco Santonini, fue uno de los mejores neurocirujanos del país, quien después de casi cuarenta años ejerciendo la medicina, decidió retirarse y regresar a Turín.
«¿De verdad pienso largarme sin siquiera consultarlo con el hombre que ha estado conmigo durante los últimos cinco años?».
¡Dios! Que terrible dilema.
Si le decía, se burlaría de mi sueño de ser actriz, quizas haría lo posible por evitar que me vaya, se aliaría con mi madre y lograrían hacerme sentir culpable de irme a perseguir mis sueños, pero también estaba ese remordimiento de no tomarlo en cuenta para tomar una decisión tan importante en mi vida.
De nuevo tomé mi móvil e intenté comunicarme con él, pero nada. No lo logré.
***
Eran las once con cuarenta y seis minutos cuando Randy llegó a mi casa. Él sonrió apenas al verme y me abrazó con todas sus fuerzas. Me sorprendí mucho porque mi amigo no era muy partidario de las muestras de afecto de ningún tipo.
—Hoy es un gran día. Es el principio del resto de tu vida —dijo.
—Tengo mucho miedo —le confesé.
—Es normal. Al principio da miedo, pero ya luego te acostumbras —él trató de animarme.
Tomé mi equipaje y él se ofreció a llevarlo hasta su auto.
—¿Tus padres no están? —indagó, lanzando una rápida mirada a la casa. Negué con la cabeza—. Por lo visto, todo está orquestado para que no tengas excusas para no irte —dijo y me guiñó un ojo.
Antes de atravesar la puerta para irme, miré hacia atrás y me llevé una imagen mental de mi casa. Extrañaría mucho mi hogar.
Durante el camino a Maiquetia conversamos de varias cosas, como los planes a futuro, cómo me vería en unos años y la manera en que sucedieron las cosas. En ese momento volví a acordarme de mi novio.
Hice un intento más por comunicarme con Matías.
—¿A quién llamas? —indagó mi amigo.
—A Matías —contesté.
—Imagino que no se lo tomó nada bien —rió con sutileza.
—No le he dicho. Anoche no tuve el valor para llamarlo y decírselo. Esta mañana traté...
Randy me arrebató el móvil de las manos y sin mediar palabra, finalizó la llamada.
—¡Hey! ¿Qué haces? —lo miré confundida.
—Es mejor así —Randy lanzó mi móvil al asiento trasero
—¡¿Por qué hiciste eso?! Yo solo quería...
—Si le dices a Matías que te vas a ir del país, es capaz de llegar al aeropuerto y amarrarse al tren de aterrizaje para impedir que ese avión despegue. No, gracias. No pienso dejar que nada ni nadie impida que te vayas.
—Pero...
—Sé cómo es él, Shirley. ¿O ya se te olvidó la vez que nos escapamos para Margarita, tú, mi pareja y yo, cuando Matías y tú tuvieron esa pelea horrible, que solo querías apartarte del mundo y que él llegó al hotel, incluso antes que nosotros? Se suponía que él no sabía dónde estabas y aun así te encontró.
—Se lo dijo mi mamá —argumenté en su defensa.
—Fue espeluznante verlo allí en plan stalker —Randy se irguió y fingió estremecerse.
—Es mi novio, Randy. Debo decirle.
—Se lo dices cuando estés allá. Lo siento, pero por nada en este mundo voy a permitir que pierdas esta oportunidad. Subes a ese avión aunque tenga que arrastrarte de los pies —me amenazó.
Llegamos al aeropuerto y allí estaba el señor Scott Redman, quien nos recibió con una gran sonrisa y aunque su español no era muy bueno, era muy divertido verlo tratando de hablar con los trabajadores del aeropuerto, chequeando el equipaje y verificando boleto. Hasta ese momento, todos los gastos corrieron por cuenta de él. Mi boleto, la cena y algunas chucherías para el camino. Yo tenía mis ahorros, pero no pensaba gastarlos sino en caso de emergencia.
Cuando llegó el momento de pasar a la zona de abordaje, no pude evitar sentir miedo, ansiedad y confusión mezclados con nostalgia. Antes de atravesar la puerta, miré a Randy, lo abracé y le di un beso en la mejilla.
—Gracias por estar siempre allí —dije y él sonrió.
—Siempre, querida. Siempre estaré para ti. Tan solo acuérdate de mí cuando seas millonaria y famosa —ambos reímos a carcajadas—. Anda. Ve. Te esperan.
Me di la vuelta, dispuesta a irme, pero me acordé de algo.
—¡Un momento! Espera, Randy —metí mi mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué una hoja de papel doblada—. Entrégasela a mis padres en cuanto me haya ido.
—¿Qué es eso? —mi amigo miró con renuencia el papel.
—Allí explico todo lo que sucedió y los motivos por los que me voy. Quiero que sepan que estoy bien y que los llamaré en cuanto llegué a Londres —rebusqué en el bolsillo de mi chaqueta—. Esta es para Matías, dile que...
—No. Ni hablar —me interrumpió—. Yo no pienso lidiar con él. ¡No! —Negó con la cabeza—. Ni loco. Llámalo en cuanto llegues.
—Por favor, Randy. Él merece más que una simple llamada.
—Soy alérgico al drama —Randy levantó las manos como si lo fuesen a catear.
—¡Vaya! Lo dice alguien cuya vida gira en torno al drama —comenté, haciendo alusión a su trabajo.
—Es diferente. Por ese tipo de drama me pagan —dijo en su defensa—. Si deseas que se la dé, se la daré después que tú hayas hablado con él. No pienso ser el primero en su línea de fuego.
—Vale —dije con resignación—. Hablaré con él y te diré para que se la entregues.
—De acuerdo —dijo y tomó ambas cartas—. Lárgate —hizo un ademán con su mano para que me fuera—. Si pierdes ese avión te asesino.
Reí con su comentario. Lo volví a abrazar y me despedí una vez más de él.
Me giré y pude percibir que el señor Redman me esperaba. Tragué grueso y di un paso hacia mi futuro. Miré una vez más hacia atrás y le dije adiós a “La cromointerferencia de color aditivo” del famoso Carlos Cruz.
La ansiedad se apoderó de mí a medida que me acercaba al avión y comencé a sentir pánico. Muchas cosas pasaron por mi cabeza y de nuevo la culpa se hizo presente. Me estaba marchando sin decirle nada a nadie, como cual bandido que entra a una casa, hurta y se va sin ser visto. Sentía que de cierto modo huía de algo y eso me aterró.
¿De qué estaba huyendo?
«De una vida muy aburrida ». Contestó la vocecita en mi cabeza.
Miles de ideas locas pasaron por mi cabeza y estuve a punto de arrepentirme de tan improvisado viaje y salir corriendo cuando...
—Por favor, mira esto —dijo el señor Redman en inglés, mientras me entregaba un panfleto—. Tenemos algunas obras de teatro pautadas para los próximos meses.
Al mirar el papel en mis manos pude ver que era un cronograma del Donmar Warehouse Theatre. Me quedé paralizada, pues ese era el teatro, donde hace unas semanas atrás comenzó a presentarse Xander.
De repente, una fantasía delirante de él y yo, corriendo uno en dirección al otro, bajo la lluvia… besándonos, al mejor estilo de “El diario de una Pasión”, se reprodujo en mi mente.
—¿Qué opinas? —la voz de Redman me sacó de mi ensoñación.
—¡Wow! Es genial —dije con total asombro.
—Pues allí te presentarás algún día. Tú tienes un gran talento, y eso es algo que no veía desde hace mucho tiempo.
A partir de ese día, el idioma sajón se convirtió en mi lenguaje diario.
El viaje transcurrió sin ningún problema. Dormimos por ratos, vimos algunas películas, tomamos algunas bebidas del carrito y charlamos bastante, más que todo acerca de mí; el señor Redman estaba muy interesado en saber todo sobre mí y, como buena conversadora, se lo puse fácil.
Una voz femenina anunció que arribaríamos en suelo francés, después de casi diez horas de vuelo.
El Aeropuerto Charles de Gaulle nos dio la bienvenida. Hicimos una corta escala en Francia, donde aproveché para tomarme algunas fotos frente a los bellos carteles de la Torre Eiffel que ponían: Bienvenue. El señor Redman solo se limitó a ser mi fotógrafo personal y reír por cada una de mis ocurrencias tipicas de turista.
Al cabo de unos cuantos minutos, abordamos un segundo avión, esta vez con destino a Londres.
Luego de casi una hora, allí estaba yo, sobrevolando la bella ciudad de luces de fantasía, la misma ciudad de Harry Potter. Reí ante tal pensamiento y me asomé por la ventana del avión para ser recibida por una belleza única. Tanta historia y elegancia que se alzaba sobre un suelo ancestral. Tierra de reyes, de criaturas mitológicas, de caballeros y de té, mientras Laserlight de Jessie J. sonaba a través de los auriculares de mi iPod.
Sonreí como nunca antes lo hice.
—Damas y caballeros, por favor abróchense sus cinturones. Estaremos aterrizando en breves minutos —la azafata anunció nuestro arribo.
Unos minutos después, la puerta se abrió ante mis ojos, revelándome que era real, que nada de lo que estaba sucediendo era un sueño.
Bajé con cuidado las escaleras y por primera vez en mi vida puse un pie sobre suelo londinense.
«¡Londres, baby!», celebré en mi interior.
Sentí un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo.
Cerré mis ojos y llené mis pulmones con todo el aire posible.
Estaba en Inglaterra, el lugar con el cual soñé por tantos años. Mi vida tomó un nuevo rumbo y no lo noté. Tan solo dos días fueron suficientes para cambiar mi destino.