Me repatriaron.
En la urna vacía de cenizas, solo quedaba un dedo roto. Era un espectáculo desgarrador.
El día del entierro, Joaquín no pronunció palabra alguna, aferrándose obstinadamente a mi urna. No quería soltarla por nada del mundo.
Durante tres noches seguidas, no cerró los ojos. Su barba estaba desaliñada, y las ojeras...