Punto de vista de Caliana.
“¡Oh, Dios mío!, ¡basta!”, supliqué, y todos los guardias miraban con miedo. Pedazos de pelaje volaban por el aire y había sangre en el suelo.
“Por favor, ¡hagan algo!”, grité. Bien sabía que no se detendrían hasta que alguno muriera.
“Me ordenaron que no interviniera”, declaró. Yo miré...