Me quedo pasmada al escucharlo, las palabras se repiten sin parar en mi cabeza, pero no sé cómo reaccionar. No puedo creer que mi compañero sea Amos. Eso significa que lo ha sabido por años, pero prefirió quedarse de brazos cruzados mientras me golpeaban y maltrataban. El joven se queda frente a mí sin ninguna expresión en el rostro y un escalofrío recorre mi espalda.
—¡Guardias!
Unos guardias aparecen al lado de Amos y lo saludan con una reverencia. Eunice está ahí también, sus ojos están rojos y su perfecto cabello despeinado. Tiene cortes en las mejillas y debajo del párpado. Sonrió con satisfacción, pero se me borra del rostro cuando la veo susurrándole algo al oído y recibiendo un asentimiento después.
—Enciérrenla y denle latigazos todos los días hasta que diga lo contrario —ordena con una voz suave como satín y no puedo quitarle los ojos de encima. De la nada, siento algo frío caer por mis mejillas y me doy cuenta de que estoy llorando. Los guardias me agarran de los hombros y me llevan a la mazmorras, me tiran adentro como si fuera un saco de papas y me dejan sola luego en la oscuridad. Siento que mis sangre bulle por la vergüenza de haber sido rechazada. En la privacidad de mi confinamiento, dejo escapar un sollozo y me abrazo los brazos mientras lloro por todo lo que me ha pasado en la vida. Pensé que cuando encontrara a mi compañero, encontraría mi salvación, pero ahora veo que esa no es la realidad. Mi loba no me responde y la siento retirarse a los rincones más lejanos de mi mente.
Los días pasan rápidamente y los guardias cumplen con sus órdenes. La piel de mi espalda se rompe en varios lugares y estoy segura de que debo lucir horrible. Solamente me ofrecen una comida al día que consiste en pan y agua. Chalo no me ha vuelto a hablar desde que Amos nos rechazó. Sé que está muy triste, pero intento ayudarla al vociferar mi rechazo también.
—Yo, Anaiah Ross, acepto tu rechazo, Amos Rivers —entono con finalidad aunque me siento vacía después. No siento que el vínculo entre nosotros se haya roto, pero mis palabras cargarán un peso que le hará sufrir al otro.
Amos
Estaba ocupada recibiendo y saludando a los invitados que llegaban para la celebración de la renovación de los tratados cuando sentí un dolor punzante en mi corazón. Algo estaba mal, mi lobo no dejaba de gruñirme, y no entendía lo que estaba pasando.
«No la culpes, ella mató a tu tío en defensa propia», me increpa Narciso.
«Nadie sabe si es cierto eso», le respondo. Mi tío era un maldito, pero seguía siendo familia. Ella podría haber manejado la situación de una mejor manera en vez de matarlo a sangre fría.
«¡Tenía trece años! No tenía el control suficiente sobre su loba. Amos, sé que su loba es fuerte, ella es fuerte», me asegura con orgullo mi lobo a lo que asiento reticentemente porque mi tío tenía sangre de líder, así que no cualquiera le hubiera ganado.
Me muerdo el labio mientras pienso en ella. Anaiah es la joven más guapa de toda nuestra generación, su belleza no puede esconderse incluso detrás de sus harapos y suciedad. También es muy fuerte porque nadie hubiera soportado lo que ella había soportado.
«Te digo que sería perfecta como la Luna de la manada», me increpa Narciso.
«Sí, pero es mejor que elijamos a Eunice como mis padres quieren. Sus padres son fuertes también y han sido nuestros aliados por años».
Eunice puede ser engreída y una llorona, pero tengo que estar con ella para fortalecer a nuestra manada. Además, tiene un buen cuerpo, así que no me duele pasar las noches con ella. De todas maneras, siempre que estoy con cualquier chica, me imagino que es Anaiah debajo de mí. Con sus ojos celestes, largo cabello y jugosos labios. Pensar en ella hace que mi miembro se despierte, así que me disculpo con mis padres y me voy a la oficina para encontrarme con cualquiera de las omegas disponibles. Ella aparece con una sonrisa, servicial, y sin perder el tiempo se pone de rodillas y me ayuda a relajarme.
—Sigue así, Anaiah —gimo mientras embisto su boca antes de terminar. La omega se traga mi semen y se levanta a mirarme con satisfacción.
—Me encantó serle de utilidad, mi Alfa —me susurra sensualmente pero yo simplemente la ignoro y me siento en mi silla. Unos segundos después me agarro el pecho con fuerza y dejo escapar un gruñido de dolor. La joven trata de acercarse, preocupada, pero con una mirada le advierto que no será bienvenida.
—Lárgate —le ordeno, sin aire, mientras trato de controlar el dolor.
—¿Qué es lo que está pasando? —le pregunto a mi lobo.
«Nuestra compañera aceptó nuestra rechazo», me responde.
Suelto un grito gutural cuando escucho esto.