Después de despedir al último cliente, corrí al baño y vomité.
Mi asistente, Esmeralda Torrez, se apresuró a darme golpecitos en la espalda. Solo cuando me sentí mejor, me ayudó a subir al coche.
—Señora Lucía, ¿por qué se esfuerza tanto? No es que en la empresa no haya hombres —me dijo...