HENRY
Zac no había regresado en el día, ni al día siguiente, y comenzaba a creer que tal vez no lo había hecho, porque a mi madre no le cayó bien la noticia.
En tanto, me afirmaron que tendría un juicio y que el estado me proveería un abogado de oficio para que llevara mi caso. Melancólico, había permanecido esos dos días en ese catre que hacía de lecho para mi cuerpo adolorido por la falta de costumbre, pero sin poder siquiera dormir. Sentía que era inútil y demasiado tortuoso cerrar los ojos, porque solo lograba que las pesadillas y algunos recuerdos me atormentaran sin tregua y sin compasión.
Al tercer día, por fin apareció mi amigo y acompañado de mi madre, angustiada con el rostro demacrado. Entre sollozos ahogados, se acercó hasta los barrotes, mientras yo hacía lo mismo. No pude evitar contagiarme de esa tristeza, de esa agonía que la mujer que me dio la vida sentía en esos momentos. Estaba seguro que si algo le sucediera a mi hija, también moriría de dolor y la comprendía perfectamente.
Sus manos atravesaron los huecos de los barrotes, acarició mi rostro y negó con la cabeza sin que dejaran de fluir sus lágrimas. Sentía su dolor tan profundo que no pude decir nada para consolarla. Por esta vez, no podía decirle que encontraría la manera de resolverlo todo.
—Mi niño… —murmuró apenada y cerré los ojos, acercando más mi rostro hasta ella para que, con dificultad, pudiera propinarme un beso en la frente—. ¿Qué te han hecho, hijo? Te advertí que tuvieras cuidado —reprochó con suavidad y asentí.
—Y ahora sé que debí haberte escuchado, mamá —fue lo único que pude decir—. Jillian, ¿cómo se encuentra?
—Ella está bien, hijo, no te preocupes. Emma y Fred la están cuidando bien.
—Lo lamento, mamá —dije con la voz rota, desencadenando en el instante un llanto convulso que ya no podía contener—. La… lamento que tengas que estar sufriendo por mí, y más lamento, no sabes cuánto, no haberte escuchado y haberme entregado de la manera en que lo hice. Ya vez cómo estoy pagando mi error.
Mi madre se tapó la boca con una mano y con la otra, secó mis lágrimas.
—Te prometo que te sacaré de aquí, Henry. Solo necesito algo de tiempo —explicó con suavidad y negué con la cabeza.
—Mamá, esto no se trata de algo sencillo y un abogado cualquiera no podrá hacer nada por mí.
—Lo sé, hijo. Pero no se trata de un abogado, sino de un familiar que estoy segura podrá sacarte de aquí… solo que en estos momentos se encuentra fuera del país y aún no he podido hablar con él, pero estoy segura que, en cuanto lo haga, te ayudará y saldrás de aquí.
Fruncí el ceño al oír sus palabras.
¿Qué familiar podría tener tanta influencia, como para que estuviera tan segura de que me sacaría de aquí?
—¿De quién se trata, mamá? —pregunté intrigado—. Siempre has dicho que la poca familia que tenías había muerto…
—Alguien muy poderoso, cariño. Por lo pronto, confórmate con saber que te sacará de aquí en cuanto yo se lo pida.
Asentí más confundido, pero sin ganas de discutir ni de increparla sobre aquello.
Mi madre se apartó y mi amigo se acercó hasta mí, con el rostro ojeroso y un tanto desprolijo.
—¿Sabes algo de… ella? —Me encontré preguntando muy tontamente, y Zac negó con un leve movimiento de cabeza—. Eso solo quiere decir, que es verdad lo que dijo el oficial; ella me acusó… —Tragué con dificultad, intentando no desmoronarme, ya que poco a poco la idea de que me había traicionado en todos los sentidos, cobraba verdad con más fuerza.
—Ella no sería capaz… —murmuró Zac—. La conoces, Henry. La conoces muy bien, ¿o me dirás que todo lo que vivieron juntos, te pareció una farsa de su parte?
—Si fuera incapaz de hacerme esto, ¡¿por qué no está aquí para arreglarlo, Zac?! —dije enfurecido—. Ya ve haciéndote la idea, de que Camile no es lo que nosotros pensábamos. Me siento tan… —Tomé los barrotes con ambas manos y elevé mi rostro, mirando el techo de la celda—. Me siento tan estúpido, tan ingenuo. Como un idiota le pedí que fuera mi esposa, y recreé en mi cabeza una vida feliz a su lado, ¿todo para qué? Todo fue una trampa, Zac. No tienes idea de lo que hice por ella. No tienes ni la más puta noción de la estupidez que hice por Camile y por su maldita empresa, y ahora, que ya no me necesita, simplemente me ha echado de su vida y condenado a pagar por un delito que yo no cometí.
—¿De qué estás hablando, Henry? —inquirió con sorpresa.
Fijé los ojos en mi madre, que estaba a una distancia prudencial de nosotros como para no oírnos.
—Yo… —respiré hondo y cerré los ojos—. Yo manipulé los balances de la compañía para que ella y su empresa no se fueran a la quiebra.
—Henry, ¿es una broma? —preguntó lívido y negué—. ¡Oh, mi Dios! ¡Pero eso es un delito! ¡¿Cómo pudiste meterte en semejante lío?! ¿No pensaste en tu madre, en tu hija?
—Se suponía que nadie debía saberlo.
—¿Quién más, aparte de Camile, lo sabe?
—Solo Gina. Y ella, como bien sabes, no pudo abrir la boca.
—No lo puedo creer… —Se pasó la mano por el pelo con el rostro contraído por la sorpresiva noticia—. Eso quiere decir que tienen razones para acusarte…
—No, Zac —corregí de inmediato—. Ese problema lo resolví hace un mes. La empresa sufrió un desfalco y había que reponer el dinero faltante. Camile había pensado en vender una propiedad para cubrirlo, pero yo realicé algunas inversiones en la bolsa con el capital de la compañía y en diez meses logré reponer todo lo que se habían robado. Ese sería mi regalo de bodas.
—Entonces, ¿por qué dejaste que fueran a Palm Beach a acondicionar la casa y ponerla en venta? —preguntó con evidente desconcierto.
—Porque esa era la oportunidad perfecta para pedirle matrimonio, y porque estúpidamente creí que pasaríamos todo el fin de semana juntos. Se lo iba a decir el domingo, porque no quería que aceptara mi propuesta de matrimonio por agradecimiento, si le decía antes que el problema estaba resuelto, pero Gina llamó temprano, preocupándola demasiado y exigiendo que yo volviera a Nueva York. Todo ocurrió tan rápido y me marché sin decírselo; sin jamás imaginar que al regresar, ella cambiaría de parecer y decidiría definitivamente casarse, pero no conmigo.
—Todo lo que dices es algo… es algo de película, Henry.
—Fui un estúpido, Zac. Jamás debí confiar en ella y nunca debí anteponerla por encima de mi familia. Pensé solamente en hacerla feliz, porque verla agobiarse por ese asunto, me quemaba las entrañas. Simplemente, no la podía verla sufrir y quedarme de brazos cruzados, así que, cuando Gina lo propuso, no dudé en aceptarlo a sabiendas de todas las consecuencias que tendría para mí que alguien más lo supiera.
—¡Dios! No sé qué decir, Henry…
—No tienes que decir nada. Todo esto me lo busqué estúpidamente solo, por haber aspirado demasiado, por haber visto por encima de lo que alguien como yo podía permitirse. Volé tan alto con el hecho de que ella me quisiera, de que me amara, que jamás me molesté en prevenir la caída.
—Sé que tienes motivos para creer que fue ella quien te acusó, pero yo tengo mis dudas y no me sacaré la espina, hasta que ella misma explique las razones para que estés aquí.
—Es inútil esperar por ella. No puedo morirme de amor ni pudrirme encerrado por su causa. Tengo una hija y una familia que dependen de mí. Solo espero que mamá tenga razón y ese… familiar, pueda ayudarme a salir de aquí.
—Lo hará, amigo. No te preocupes.
—Pues, espero que sea rápido. Ya no soporto estar aquí —dije desahuciado.
—Pronto saldrás, te lo prometo —respondió con una sonrisa forzada y solo pude suspirar.