Chapter 4 Conociendo a mis enemigos

Alma Lawson 1.8k words

HENRY

Mi madre y Zac se despidieron, regresando al día siguiente y durante el resto de la semana. Llevaba encerrado casi quince días sin tener novedades sobre el pariente que mencionó mamá, ni el juicio al cual me someterían. Ya faltando cinco días para cumplirse el mes, un abogado del estado se apareció, diciendo que llevaría mi caso, que por cierto, poco y nada le interesaba.

El día del juicio llegó, luego de treinta días de haber sido arrestado y, como lo había vaticinado, me encontraron culpable de los delitos que se me acusaban.

No podía esconder tanta impotencia y frustración, que en ese momento, aunque sabía que ya no tenía caso, me encontré gritando que no era culpable mientras los guardias me sacaban a rastras de la sala donde me habían condenado a diez años de prisión. Ver el rostro desolado de mi madre, me había hecho jurar que si salía alguna vez, me cobraría cada lágrima y sufrimiento vividos sin merecer. En mi mente solo tenía a aquella maldita mujer que me había jurado amor infinitas veces, y que resultó ser una gran embustera, una vil y traicionera manipuladora.

Sin embargo, si pensaba que lo peor había pasado, grande fue mi error. Apenas me regresaron al departamento de policía, uno de los guardias me indicó que tenía visitas. De inmediato pensé que se trataría de mi madre, pero grande fue mi sorpresa cuando, quienes se aparecieron allí, fueron Daniel Adams, el accionista mayoritario de Harrison Enterprise, y el esposo de Camile, Cristopher.

Una alarma comenzó a resonar en mi cabeza al verlos allí, precisamente el día de mi juicio. Mis ojos viajaron de uno a otro sucesivamente, tratando de comprender el motivo de la visita de esos dos. Del esposo de Camile, me lo esperaba. Estaba seguro que no perdería oportunidad de celebrar en mis narices mi desgracia, pero el señor Adams; ¿qué tenía que ver en todo esto?

—Vaya, vaya. Hasta que al fin cada quien ocupa el lugar que le corresponde —palabreó Cristopher con una sonrisa de satisfacción—. Solo vine aquí para darte un mensaje; Camile agradece tus servicios, pero lamentablemente, no tuvo demasiado valor para renunciar a todo a lo que está acostumbrada, y como ya te habrás enterado, nos hemos casado y estamos felices, apenas regresando de nuestra luna de miel. —Sabía que solo buscaba herirme, lastimarme y provocarme, y aunque tenía razón, no estaba dispuesto a demostrar que me dolían sus palabras—. ¿De verdad habías pensado que ella se casaría contigo? —preguntó burlón, y poco a poco sentí cómo todo mi ser iba bullendo—. ¡¿En serio creíste que todo ese amorío de casi un año, fue porque pensaba tener un futuro contigo?! —Presioné mis puños, mientras él se carcajeaba a mi costa—. Creí que eras un poco más inteligente. Pensé que te habrías dado cuenta, que alguien como ella te quedaba demasiado grande como para que te creyeras sus bonitas palabras. ¿Sabes qué ocurrió luego de que te marcharas de Palm Beach? —indagó con malicia y tragué con fuerza—. Se enteró que los problemas financieros de la compañía estaban resueltos desde hace un tiempo y que tú no dijiste nada, aguardando seguramente, que ella se casara contigo, en la espera de que resolvieras el asunto. Gracias a Dios, Daniel lo descubrió todo y yo pude ponerla en sobreaviso. Se molestó y me agradeció que la persuadiera de cometer una estupidez por salvar la empresa, y como nunca me había olvidado, ni yo a ella, le propuse matrimonio y aceptó. Ahora estamos aquí, del otro lado de la línea que separa a las personas como tú, de las personas como Camile y yo; cada uno, en el puto sitio que le corresponde.

Ya sobrepasado por todo lo que me estaba revelando, quise tomarlo del cuello y pasé mis manos a través de los barrotes. Sin embargo, esquivó a tiempo mi agarre y solo conseguí que siguiera burlándose de mí.

—Suficiente, Cristopher —intervino el señor Adams—. Vete y déjame a solas con el muchacho —ordenó y el susodicho lo obedeció como un perro.

—¿Usted también vino a burlarse de mí? —indagué sin un ápice de paciencia para seguir tolerando los insultos.

—¿Burlarme? —preguntó, sorprendido—. No tendría razones para hacerlo.

—Entonces; ¿qué quiere? Si es verdad que usted descubrió el problema de la empresa, sabe perfectamente que yo no robé un solo centavo de la compañía.

—Lo sé. —Admitió para mi sorpresa—. Sé que eres inocente, y que simplemente fuiste víctima de las trampas del amor…

—No lo entiendo…

—Te enamoraste de la pequeña Harrison y ella utilizó la situación a su favor, simple. El amor nos vuelve débiles, Henry. Traiciona hasta nuestra más ágil intuición, llevándonos por los caminos equivocados y haciéndonos perder el juicio. Es lo que ocurrió contigo y ahora estás pagando por haberte enamorado.

—Dígame algo que no sepa… —ironicé y sonrió de lado—. ¿Por qué no dice la verdad? ¿Dejará que me pudra en la cárcel por un mero capricho de ese idiota? —señalé la dirección por donde Cristopher había desaparecido.

—En algo tienes razón: ¡Cristopher es un completo idiota! —comenzó a reír—. No es nada personal, pero esta situación me favorece en demasía, ya que a mi querida esposa le hará muy feliz la noticia.

—¿Su esposa? —pregunté confundido.

—Y sabes que, cuando una mujer se encapricha, no hay modo de hacerla cambiar de opinión.

—No estoy comprendiendo…

—¡Tú la conoces, Henry! Sabes que, cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no se detiene ante nada ni nadie —siguió diciendo, como si estuviera hablando de alguien a quien yo conocía a la perfección.

—Creo que se está confundiendo, señor Adams… —dije con cautela, porque Daniel parecía haber ingresado a un trance en los que sus ojos solo desprendían locura y maldad.

—No debiste haberte negado a cederle la custodia de la niña… —siguió murmurando y negando con la cabeza, y mis ojos se abrieron con sorpresa—. De no haber sido por eso, no estarías aquí, Henry.

—¿Qué ha dicho? —estaba completamente desconcertado por el rumbo que iba tomando la situación—. ¿La niña? ¿A qué niña se refiere? —indagué para asegurarme que no era lo que imaginaba.

—¿A quién más? ¡A Jillian, por supuesto! —dijo como si fuera lo más evidente.

—¿Qué tiene que ver mi hija en todo esto?

—Tiene que ver todo, Henry. —Ladeó su rostro con seriedad y se cruzó de brazos—. Me casé con Jessica porque me prometió que me daría la hija que necesitaba para recuperar mi herencia, pero tú te negaste a cederle la custodia de la niña y eso dificultaba demasiado mis planes. Me estabas haciendo perder un tiempo valioso que no tenía, y todo por tu afán de mantener a la niña contigo.

—¿Pero qué cosas está diciendo? ¡Qué mierda tiene que ver Jessica en todo esto! —pregunté, rogando que, lo peor que me imaginaba, no fuese verdad.

—Ya lo oíste, Henry… —Oí una voz demasiado familiar, intervenir en la conversación—. Soy la esposa de Daniel y necesitamos a Jillian para recuperar su herencia.

Era Jessica. La misma arpía que se había negado a ser madre, que se había negado a criar a su propia hija. Era la misma mujer que años atrás abandonó a su pequeña y a mí, por su enorme ambición.

Ahora, todo tenía sentido. Jessica había ido a reclamar a Jillian como hija suya, solo porque la necesitaba para obtener dinero. No comprendía en absoluto cómo haría para hacer pasar a Jillian como una Adams, porque si de una herencia se trataba, indiscutiblemente los herederos debían ser hijos propios, biológicos.

Comencé a sentir un ardor profundo en el alma y las dudas sobre Camile empezaron a disiparse en mi mente. Me quitarían a mi hija si no lograba salir de aquí, y si ella no tuvo nada que ver en esto, era la única que podía ayudarme a evitar que, la maldita mujer que tenía delante de mí, se llevara consigo a mi pequeña bebé.

—Entonces, ¿Camile no tiene nada que ver en esto? —indagué con esperanzas, porque si su respuesta era que no, la mandaría a buscar hasta por debajo de la última piedra del mundo, para que me sacara de aquí y yo pudiera proteger a Jillian.

—Yo no dije eso… —Volvió a hablar Daniel—. Efectivamente, ella se aprovechó de ti, y yo solo me aproveché de la situación. No confundas las cosas. —Al oír esas palabras, el cielo que apenas se había elevado de mis hombros, cayó con todo su peso sobre mí.

—Ya que estamos en esta situación, en la que por fin podemos hablar sin que me eches como un perro de tu asqueroso departamento —acotó Jessica—, lo mejor es que sepas por mí, que ya tengo una orden del juez para que la niña quede bajo mi custodia. Mañana mismo iré por ella y por su bien, espero que tu madre no arme un berrinche.

—No… —susurré—. Tú no puedes hacer eso, Jessica. ¡La niña ni siquiera sabe quién eres! No te conoce…

—Eso es lo de menos —hizo ademanes con las manos, restándole importancia a mis dichos—. Si lleva algo de mí, me agradecerá en un futuro que la haya sacado de ese minúsculo lugar al que le llamas hogar.

—Estás completamente loca, ¡COMPLETAMENTE DESAQUICIADA! —grité con furia porque se estaba metiendo con una pequeña inocente para sacarle provecho.

Ella me lanzó un beso con una mano y me guiñó el ojo, saliendo con prisa del lugar.

—No me queda más que desearte suerte —habló Daniel con ironía, para luego seguir a Jess.

No dije nada, porque no tenía palabra alguna para describir el sentimiento de tristeza tan hondo que había nacido en mi ser, al oír el nombre de mi pequeña hija. Por Dios que no estaba comprendiendo absolutamente nada, más que el dolor de una profunda herida que habían hecho aquellas personas en mi alma. Me estaban haciendo pedazos, me estaban destrozando en vida, quitándome todo lo que más amaba… y todo por el maldito dinero, por el poder y la ambición.

Caí de rodillas, reposando mi frente entre los barrotes, sintiéndome completamente derrotado y acabado por la desgracia que me trajo haber amado tanto a Camile Harrison.

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