—¿Conozco a alguien que, eh, pueda convertirse en un lobo también? —pregunté tentativamente.
******
No estaba aterrorizada; estaba horrorizada, más que horrorizada.
En cuestión de minutos, mi mundo se había puesto patas arriba. Humberto había estado casi desnudo frente a mí, con nada más que unos calzoncillos negros que se ceñían a su...